[youtube https://www.youtube.com/watch?v=PCicM6i59_I?rel=0]

Ella se levanta de la cama con el desparpajo propio de la felicidad. Camina con cuidado, sin pisar los restos de la noche que siguen regados en el piso y entra al cuarto de baño, dejando la puerta abierta. Se contempla por un momento en el espejo antes de sacar el cepillo y la pasta de dientes y lavarse la boca con calma, con atención, con cuidado. Se apoya sobre el lavamanos, la mirada fija en el espejo frente a ella, segura de que él la observa.
En efecto, desde la cama que ella abandonó hace un momento, él la contempla. Observa la espalda de ella, apenas cubierta por una playera —que le pertenece a él, pero ella se la ha apropiado— y nada más. Mientras ella se reclina sobre el lavamanos, la playera se alza un poco, dando apenas un contrapunto de las curvas que oculta.
Ella se toma su tiempo para enjuagarse la boca. Luego suelta el cabello que trae mal amarrado con una liga. Cae en cascada sobre la espalda.  Ella utiliza un peine para pasarlo con un cuidado sensual por su cabello. Sigue dándole la espalda y él sabe que es nada más para provocarlo, pero se niega a pararse de la cama y caminar hacia el cuarto de baño, donde la puerta abierta es una invitación a observar y degustar los movimientos.
Ella se acerca a la regadera, abre las llaves y se despoja de la playera con un movimiento suave. Sigue sin voltear a verlo. El cabello es la única protección entre la espalda desnuda y los ojos que la contemplan. Ella entra a la regadera sin molestarse en cerrar la puerta del cuarto de baño. Él finalmente se para y camina hacia el baño. Quiere hacer música con esa espalda. Antes de entrar a la regadera, cierra la puerta para que ninguna mirada indiscreta contemple…

“You’re nobody’s doorway but your own, and the only one who gets to tell how your story ends is you”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Creo que los humanos tenemos una fascinación con el hecho de poder viajar. La palabra wanderlust habla de esa necesidad de salir de viaje cada vez que el corazón lo anhela, para llenar los ojos y el alma de nuevos paisajes.

Wanderlust

Sin embargo, parece que también buscamos viajar fuera de nosotros mismos. ¿De qué otra forma se explica la gran cantidad de historias que hablan de viajar a otros mundos? Queremos creer que hay algo más, algo más grande, más allá de lo que podemos conocer. Algo que nos haga sentir menos insignificantes y más especiales.

Esta idea no es nueva. Dorothy sale de Kansas para llegar a Oz, los hermanos Pevensie atraviesan la puerta del ropero para llegar a Narnia y Alicia cae por la madriguera del conejo para llegar al País de las Maravillas. Esas historias abrieron la posibilidad de las puertas: un pasaje que se oculta de los simples mortales y que, para algún elegido, se abre y deja que uno transite desde nuestro aburrido mundo a otro lleno de fantasía y de magia. ¿Qué importa si hay peligros?

Lo importante es poder viajar y ser una historia. No ser algo intrascendente: dejar una huella, así sea por las anécdotas que vivimos. Yo creo firmemente que todos los seres humanos aspiran un poquito a la eternidad. Ser merecedores de ser recordados.

“She was a story, not an epilogue”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Los viajes cambian a las personas. Sean reales o ficticios. Yo no soy la misma tras leer un libro. Ese viaje entre las letras suele dejar una huella, a veces momentánea, a veces indeleble, en mi ser. Quizá por eso la letra de China Warrior D me gusta tanto:

“A nice escape and her delight is to travel through the lines”

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=ZD8PFC6VSww]

Viajamos no solo para conocer, sino también para escapar. Las veces en que con más desesperación he bebido historias ajenas han sido aquellas en que más desolada me siento: es mi refugio. Las veces en que más me refugio en mis letras (lo veo ahora que recuperé el acceso a mi viejo blog) es cuando la tristeza o el enamoramiento me tienen sofocada. Las emociones desbordadas me ahogan y mi escape es a través de las letras.

Las puertas a otros mundos

Pero volviendo a los viajes ajenos: me sorprende la cantidad de historias que he hallado a fechas recientes sobre lo que pasa en los viajes, al regreso de los viajes, por la necesidad de los viajes. La cantidad de historias que hablan de cómo ya no somos los mismos después de un viaje.

La primera historia que me cautivó recientemente en este tema fue Every heart a doorway de Seanan McGuire. La premisa es curiosa: una escuela recibe a niños que han viajado a través de las puertas y luego, han regresado a nuestro mundo. Pero el viaje les deja una marca: las puertas se abrieron porque eran los mundos a los que realmente pertenecían. Pero esos mundos, por algún motivo, los expulsan. Y ahora no pueden regresar. ¿Qué hacer cuando tu propio Hogar te echa?

La idea de ser especiales y merecer viajar… no queremos ser del montón, aunque nuestras vidas monótonas nos hagan ver que sí lo somos. Por eso anhelamos ser elegidos para emprender un viaje. Este anhelo tan ferviente se refleja claramente en el cuento Not by wardrobe, tornado, or looking glass de Jeremiah Tolbert (publicado en Lightspeed Magazine y antologado en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, los seres humanos están esperando que se abra su puerta, ésa que los llevará a su mundo ideal (una idea similar a la de McGuire), pero explora el qué ocurre con aquellos que son dejados atrás. Louisa se queda en el mundo real, y sabe que es injusto porque si alguien ha leído fantasía a más no poder, es ella. ¿Por qué su puerta y su mundo no se manifiestan ante ella?

Pero ¿qué tal que ese mundo al que pertenecemos decide que en realidad no somos merecedores? ¿Qué ocurre con nuestras almas si encontramos la forma de viajar entre mundos y de repente no podemos regresar al mundo de fantasía? Esa alternativa ya también ha sido explorada, en este caso en el cuento This is not a wardrobe door escrita por A. Merc Rustad (y también antologada en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, las dos protagonistas, habitantes de mundos distintos, están tratando de reencontrarse, de volver a atravesar la puerta que es la conexión entre sus mundos. ¿Por qué la puerta ya no sirve? Porque alguien del mundo mágico ya no quiere dejar pasar a los mortales.

Los seres humanos queremos viajar y trascender. La cantidad de historias que hablan de viajes fantasiosos no dejan duda alguna de este anhelo. Finalmente, en los viajes nos encontramos ¿no?

Los libros de los que hablo:

  • Every heart a doorway. Seanan McGuire, Tor. 2016. *Se consigue en inglés en Amazon, pero en teoría este año debe ser traducido al español. Es uno de los libros que más me han gustado a fechas recientes, e hice videoreseña en mi canal de YouTube.
  • The Best American Science Fiction and Fantasy 2017. John Joseph Adams, series editor. Charles Yu. Editor. Mariner. 2017. *Se consigue en inglés en Amazon.

Viajes entre mundos

Imagen destacada: “Magic door” by ryky en Deviantart.

Está sentada en el borde de la cama, a la distancia justa entre el deseo y la indecisión. Debe comportarse, lo sabe. Él también lo sabe, pero eso no evita que haga alusiones desde hace rato a la gran y tangible tensión sexual entre ellos. Amigos con derechos en una vida pasada. A veces más amigos, a veces más derechos. ¡Dios! El sexo era tan bueno que cómo evitar pensar en ello. Intercambian un par de preguntas sencillas, ¿qué ha sido de tu vida? ¿Cómo están tus hijos? ¿Qué has hecho?
Y ella ya no se contiene y suelta la pregunta que él no quería oír. “¿Por qué estás aquí?” Él sonríe, aunque se siente incómodo. ¿Por qué? “Porque eres mi amiga”. “Sí, eso lo sé, pero quedamos en algo”. Una promesa hecha a medias. Ya no buscarse, dejar de jugar a las escondidillas. Mas una promesa que en este momento rompen. “Quedamos en algo”, susurra de nueva cuenta ella mientras se acerca a él y recarga la cabeza en su hombro. Él le besa los brazos, huele su cabello, cierra los ojos y suspira. Ella planta su boca cerca de la mejilla de él. Ha estado hablando en voz baja, suave, cierta nota de seducción bailando entre sus labios. Él ya no aguanta. Conoce el juego, sabe que es lo que ella busca, tentarlo, y ya no quiere aguantar. Cede. Voltea a verla a los ojos y la besa. La cama sobre la que están que momentos antes lucía enorme, una distancia insorteable, se achica en el momento en que él la pone sobre su regazo. Labios unidos, ojos cerrados, las manos de él aferradas a la larga cabellera de ella. Se separan por un momento. Ella, sentada sobre sus piernas, le queda un poco alta, pero él aprovecha, hunde el rostro entre sus senos y se pierde en el recuerdo de los paseos anteriores, constantes, revitalizantes, paseos por los senderos de la piel tersa de ella. Se decide a abrir la blusa, besar los senos, saborear los pezones. Mete la mano para sentir el calor de la espalda. La tiende sobre la cama, se pone sobre ella.
—¿Qué debo creer? ¿Que me quieres o que no me quieres?—pregunta ella.
—Lo que te lastime menos-—contesta entre beso y caricia.
—¿Qué estamos haciendo?
—Depende lo que quieres de mí en este momento.
—Sabes lo que quiero: que me hagas tuya. Sabes lo que debemos hacer, detenernos.
Amigos a veces, con derechos todo el tiempo. La pasión desbordada era su guía en el pasado, hasta que la razón venció, tal vez motivada por la culpa, de ahí vino la separación. La nostalgia, tal vez los celos, la vida sin rumbo fijo de cada uno los reunía de nueva cuenta. Dos caminos: recordar ese maravilloso sexo y caer una vez más en ese juego pasional que tan bien conocían, que tanto disfrutaban, o mantenerse firme. “Quedamos en algo: no me busques que yo no te buscaré”. Ella lo sabe, lo piensa por un segundo y cede al mismo tiempo que sus pantalones. Los motivos para mantener la distancia se alejan al mismo tiempo que caen el cinturón de él y la blusa de ella.
Ella lleva las riendas, lo sabe, y se aprovecha. Ella lo incitó, ella lo provocó. Se deja enredar con suavidad en el cuerpo desnudo de él. Sonríe ante la cara de éxtasis de él. Lo incita a venirse. Caen, uno al lado del otro. Él bañado en sudor, ella, en satisfacción. Mientras se visten él pregunta “¿Qué vamos a hacer ahora?”, cierta emoción, cierta ilusión. Ella abre la puerta del cuarto y lo invita a salir. “No te preocupes, ya yo te llamaré”. Cierra la puerta. Él no lo sabe, pero ella ya decidió. Mañana se muda de ciudad. Ahora sí, va en serio, éste es el adiós.

Nerea. 1º de enero, 2009.
Cuenta la leyenda, aunque a mí no me consta de cierto, que existe una criatura metamórfica y misteriosa llamada la Niña Espejo. Esta niña, a pesar de ser única como todas las criaturas de la creación, posee una peculiaridad interesante: refleja lo que ve, cambiando acorde a la persona que se le pare enfrente. No es que su cabello cambie de color o los ojos se le vuelvan más claros o más oscuros.Simplemente algunos rasgos sutiles,como sus gustos, anhelos, y si acaso de vez en cuando algunas ideas, tienden a ser casi iguales, un reflejo casi certero, de quien se pare enfrente de ella.
Pon a una mujer literata y la Niña Espejo hablará de literatura, autores fantásticos, letras entrañables.  Pon a un fanático de la música de tal o cual compositor y la Niña Espejo “aprenderá” a amar a dicho compositor y hablarte de los por qués, que veladamente serán las mismas razones de quien le presentó a dicho autor. Ponle a alguien que repudie a la sociedad, la familia, los valores y la moral, y la Niña Espejo que antes tenía esas cosas por lo más alto, empezará a repudiarlas de igual forma, si acaso un poco más para que el mundo le crea que son sus ideas y no el reflejo distorsionado de ideas ajenas.
Esta criatura de la que hablo vaga por ahí, imagino yo en busca de su propia identidad, pues cuando no tiene a alguien enfrente para reflejar, entonces proyecta libros, música, ideas que consigue por ahí y las va remendando cual pedazos de tela para hacer una colcha no muy uniforme. A veces intuyo que es, en realidad, una persona más como todos nosotros, cautiva bajo el influjo de algún malvado hechizo. Quizá si la pusiéramos enfrente de un espejo para que no quedara nada más que ella, el hechizo se rompería y ella podría reflejarse a sí misma ante el mundo…
Nerea. 22 de mayo, 2011.
Desde que tiene memoria, ha sido así. Se cuenta cuentos para pasar el rato, para antes de dormir, para vivir. No sólo se narra lo que ya pasó sino que traza en su mente nuevas perspectivas de lo que puede ocurrir. Entrelaza el pasado con el futuro, haciendo de ello su presente. Puede estar aquí, enfrente de ustedes, pero en su mente ella está en otro lado.
Desde que tiene memoria, ha sido así, una tejedora de historias que dibuja con el pincel de las palabras las posibilidades imposibles. Con ello se consuela cuando tiene roto el corazón, se anima cuando la esperanza está en la distancia o se explica las cosas cuando ya acaecieron y les busca sentido.
Es a través de las narraciones que la vida cobra sentido. Todo fuera de la narración es algo vago y gris, que una vez coloreado por la vida de las palabras empieza a danzar enfrente de ella. Ha vivido más de mil vidas en su cabeza, aunque realmente sea tan sólo una chica más.
Y ahora va por la vida contándose cuentos antes de dormir. Cuentos que la consuelan y le dan ánimo. Cuentos que la ayudan a seguir con una bella sonrisa. Sí, es una tejedora de historias, pero sus historias quieren ver la luz. Por eso ahora también las está escribiendo. Escribir es darle cuerpo al alma de las ideas. ¿Y ahora? Creará su propio Frankestein, un cuerpo remendado de esperanzas, ilusiones, letras y sueños. ¿Qué va a surgir? Sólo el tiempo lo dirá.
Nerea. 28 de junio, 2013.
This ship is taking me far away from the memories of the
people who care if I live or die
Hold you in my arms, I just wanted to hold you in my arms, I
just wanted to hold

~Muse~

El cielo clavado de estrellas refugia como metal líquido, mercurio multicolor, en la bóveda celeste. Las luces de la ciudad siempre tenían ese efecto en la naturaleza, la deformaban de su belleza natural para darle otro toque, un poco mas extravagante si gustan, mas humano si es posible. La muchacha contemplaba el cielo, fascinada. Le hubiera encantado pasearse por las calles y tocar las nubes. Pero debía quedarse ahí, encerrada. Qué tanto peligro podía haber, la verdad no lo sabía. Toda su vida había estado encerrada en ese mundo de burbujas enorme que eran casas, oficinas, centros comerciales. Aunque afuera hubiera luces, ella no sabía quién las había instalado. La humanidad entera estaba confinada a ese autoencierro inhumano. Qué ironía. Pero esa noche el cielo se veía más radiante de lo normal. Y además, no había nadie. Los toques de queda ya no se acostumbraban, ya nadie se atrevía a obviarlos. Su familia estaba fuera, en una cena en casa de alguna tía aburrida. Era su oportunidad, quería acariciar las estrellas, perderse en las nubes brumosas de extravagantes formas. Se acerco a la puerta que daba al exterior, esa que nunca se había atrevido a abrir. Titubeó por un instante y apretó el botón que con un suave ronroneo abrió la escotilla. Las nubes empezaron a colarse por ahí. No podía dejar rastros de su atrevimiento, así que salió de un brinco y cerró tras de sí la escotilla. Podía tocar las nubes, pero se estaba asfixiando. Los gases la estaban saturando. Ni siquiera olían mal, era inoloros y coloridos venenos despojos de la última Guerra Mundial, la biológica y química que se había cargado a la mitad de la humanidad. Era una cosa hermosa y atemorizante. Las estrellas estaban junto a ella con ese baile arcoiris. Y los gases la saturaron, llenaron sus pulmones, quemándola en vida, con imágenes de luces titilantes y caricias de vidas pasadas. Ya no vería a nadie nunca más, pero al menos había podido abrazar la libertad, inexistente para la humanidad desde hacia siglos. Tonta desobediente. Feliz aventurera. Muerta en brazos de anhelos.

Nerea. 20 de junio, 2009.

La lluvia se va fundiendo con la piel blanca, poco a poco. Cada gota fría va resbalando suavemente por las curvas discretas de algodón. En la oscuridad del terciopelo negro que es el manto nocturno cargado de nubes de tormenta, la pareja está a buen resguardo. Las manos de él son hielos que van esculpiendo un cuerpo femenino con agua, agua que cae por hilos de cabello, agua que resbala por labios de cereza, agua que dibuja las montañas y los valles. Esta noche es la lluvia la protagonista, es ella la que traza el ritmo y la cadencia, la pasión y la ternura. La lluvia dibuja los dos cuerpos ocultos en el refugio de la noche tormentosa. Cuando nadie quiere salir, ellos están afuera, bebiendo besos de lluvia veraniega, percibiendo la humedad de los cuerpos, de la piel perlada de forma sutil. El frío sólo sirve para aumentar un poco más la temperatura, para querer estar más cerca, para no soltar el abrazo que los mantiene fundidos, amantes prófugos. Y sólo cuando la ropa no puede guardar más lluvia, cuando la pared ya no es buen apoyo, sólo entonces huyen de la intemperie para refugiarse en el cobijo de la desnudez bajo las sábanas en una noche que se resbala como agua entre los dedos, como lluvia en el cristal de la ventana, mudo testigo del amor de la pareja y sus atrevimientos nocturnos.

Nerea. 10 de agosto, 2009.
Triste, tan triste, pero ante todo, tan sola, caminando bajo la luz de la Luna llena y saboreando la noche salada, Amaranta se dirigía al borde del acantilado. El mar rugía abajo, saludándola con fuerza. Era curioso saber que el mar, tan añejo, seguía teniendo la ferocidad propia de la juventud impetuosa. Amaranta sonrió esa sonrisa de lado, torcida, quebrada. Esa sonrisa que bien le habían dicho vidas atrás que guardaba más dolor que alegría, más silencios que palabras, más tristeza que paz. Quitándose el ondulado cabello atrigado del rostro, miró al cielo y estiró los brazos, formando una cruz con su propia silueta. La Luna, curiosa e inquieta, la había contemplado en silencio desde su fase creciente hasta el día de hoy.
—¿Qué pasa por tu mente, bruja?-—habló con voz argentina desde el cielo.
Amaranta abrió los ojos y dejó caer los brazos. Su rostro inescrutable contemplaba el redondo semblante lunar.
—Todo ha terminado para mí. Es hora de alzar el vuelo.
—Pero si llevas volando años, bruja. Al menos eso decían tus cantos y tus bailes.
—Era, como todo, un engaño, un sueño fugaz y nada más.
—¿De verdad quieres regresar a mí? Sabes que una vez hecho eso, no hay marcha atrás. Ni siquiera por él. Ni aunque él se sacrifique.
—No importa, no lo hará, simplemente no importa.– era apenas un susurro cantarino, como cristal quebrado; era obvio que contenía el llanto.
—Ustedes los humanos siempre tan inconformes, bruja. No es el fin del mundo.
—Para mí lo es.
—No puede ser tan…
—¡Oh, sí que lo es!—arremetió Amaranta, con una silenciosa furia,— le di mi corazón. Sintió tal seguridad que dejó que todo pasara sin pena ni gloria. Él tiene mi vida y no le interesa, no lo ve, no lo siente.
—Pero, bruja, él te ama.
—Ama la idea de amarme.
—No seas imprudente.
—Imprudente ya he sido.
—Bruja, ¿es que se te ha olvidado todo lo que has aprendido en tu paso por la Tierra? ¿Es acaso que tu memoria es tan corta que no alcanza más que para lo recién acaecido?
Amaranta bajó la mirada. Las lágrimas corrían por sus mejillas con libertad y eso la molestaba. Era tan débil, tan frágil. Era humana. Y a veces lo odiaba con toda su alma.
—Bruja…—la Luna guardó silencio por un momento. Amaranta estaba de rodillas, en el borde del acantilado, llorando sin control, apretando los puños. La Luna la alcanzó con uno de sus rayos más brillantes, para consolarla.— Oh, humana, calma ya. Malo fuera que no te doliera. No seas imprudente. No te arrepientas. Dale tiempo…
—¿Al tiempo? Si ya tiene todo el que quiere.
—Oh, mujer, calla y escucha. Dale tiempo a él. Amor, comprensión… y honestidad. Deja de callar. El silencio te mata, porque oculta quién eres.
—Pero cada que hablo se molesta.
—Porque hablas desde el arrebato y callas en la calma. Debería ser a la inversa: callar en el arrebato, hablar en la calma. Cabeza fría y corazón palpitante. Ama, bruja, no te arrepientas de amar, de sentir, de ser humana.
—Para ti es fácil decirlo porque no tienes que lidiar con los sentimientos tan absurdos y molestos, tan confusos y alebrestados, tan, tan…—el llanto ahogó las últimas palabras.
—Tan bellos e inmensos. No, no los siento. No puedo decir que te envidio, pues sentimiento es también, pero sí me pregunto con constancia qué será ser humano, vivir, llorar, amar.
—Es terrible.
—Sólo porque es hermoso. Y duele porque te importa. Y a él también le importa, no creas que no. Ustedes en su afán de ser racionales quieren dejar la parte más importante de lado. Ser inteligente no es ser ajeno a tu naturaleza, bruja. Ser fuerte no es ser ajeno a los sentimientos, es caer y aprender de esa caída. Es vivir y ser feliz y alegre la mayor parte del tiempo. Disfruta lo que tienes. No pienses en lo que no tienes, lo que no posees no está y ya. ¿Para qué lloras por eso que no conoces?
Amaranta se sacudía al ritmo de su llanto. Al borde del acantilado, iluminada por la Luna llena, fue donde él la vio. Llevaba horas buscándola. La Luna sonrió desde las alturas y procuró brillar con más fuerza, para que él no perdiera un sólo ápice de la escena.
Corrió hacia ella y la envolvió con sus brazos de hombre fuerte y joven, de hombre enamorado y preocupado ante la idea de perder a su amada.
—Aquí estás, estás bien, ¿Qué pasa, por qué lloras?
Amaranta al principio quiso resistirse a esos brazos, pero le duró poco la renuencia. Echó los suyos alrededor del cuello de él y se dejó envolver mientras lloraba con fuerza y, ante todo, con sentimiento.
—Tranquila, tranquila— repetía él en suave murmullo.
La Luna sólo suspiró para sí.
—Ama, bruja, no te arrepentirás.
Nerea. 22 de mayo, 2010.
Imagen de Oprisco

—¿Has visto a tu abuelo?

—No, pero creo que por allá anda mi papá.

—No me extrañaría. ¿Tiene mucho que lo viste?

—Sólo lo vi pasar, hace un rato, apenas de reojo. Estaba acabando lo de mi trabajo y no presté tanta atención.

—Mmm…

Mi mamá se fue de mi cuarto. Volteé a ver mi celular para ver la fecha: 24 del mes. ¡Claro! No debería extrañarme que por eso el abuelo y mi papá estuvieran haciendo rondas. Procuré concentrarme en mi texto, la mirada fija en la pantalla, sin voltear, aunque sintiera a alguien observándome.

***

A veces las personas son más sensaciones que presencias. Uno entra en un sitio y presiente a la gente que está ahí. Su humor, su alegría o su disgusto. Si se es lo suficientemente sensible, hasta sus enfermedades y el cambio apenas perceptible en la respiración del que está por soltar este plano existencial. A veces, esa sensibilidad es una maldición. Voltear a ver a alguien y pensar “mañana no despertará” es casi tan desgarrador como el hecho de que en efecto alguien no despierte al día siguiente.

***

—¿Puedo ir a trabajar a tu casa? —le pedí a un amigo un día 26 del mes. Al siguiente, fue a mi mejor amiga. —No soporto estar en casa.

—Claro, ven—respuesta empática pre-diseñada.

No podía pedir más. Tampoco podía explicar que no soportaba estar en casa porque escuchaba los pasos de mi papá en el pasillo, lo sentía caminando de su cuarto a la cocina, lo sentía sentado en la sala rezando y meditando. Mi corazón se volvía a parar. Ni todo el paracetamol del mundo iba a aliviar esos microinfartos.

Tal vez por eso, eventualmente, opté por regresar a trabajar en una oficina. Tanta ausencia a mi alrededor debía llenarse con presencias nuevas: llenar los nuevos días 25, los siguientes 26, los imparables 27…

***

El problema de la muerte no es para el muerto, es para los vivos: seguir adelante. La muerte le deja a los vivos un vacío que duele. Y no es un eufemismo: un corazón roto duele. En algún lado leí que incluso tomar paracetamol está recomendado. Como si fuera un dolor de cabeza o dolor muscular. El sufrimiento emocional desgarra el corazón, lo detiene por un momento, lo golpea. Por eso: paracetamol. ¿Y el vacío? ¿Ése con qué se llena? ¿Ése con qué se supera?

Pero ¿quién elige las presencias? Podemos estar rodeados por un ejército de ánimas y seguir tan solos y abandonados como al inicio. De nuevo: el vacío. Al vacío no lo calma el paracetamol.

***

—He estado soñando a tu papá.

—Anda rondando por acá—respondí, sin pensarlo. Volteé a ver a mi mamá. ¿Sentir a mi papá le causaba un nuevo golpe a su corazón? ¿Debía ofrecerle paracetamol?

Llevaba una semana sintiendo a alguien en la casa. Fue fácil asumir que era mi papá. Cada cierto tiempo lo sentía. Aunque quizá era mi abuelo, a final de cuentas estábamos cerca del primer aniversario luctuoso.

Cuando uno sigue sintiendo las presencias ¿podemos hablar de vacíos? Y si no son vacíos, sino sensaciones ¿podemos decir que los vivos siguen adelante? Hubo una época en la que temimos que nuestro duelo no estuviera dejando avanzar a mi papá. Sin embargo, hubo momentos en los que yo me preguntaba si no era a la inversa: él no quería ser ausencia y, por lo tanto, seguía presente, sin dejarnos avanzar a nosotros. ¿Miedo al olvido? ¿Los muertos pueden temer su propia ausencia?

***

—Soñé a mi papá. Me dijo que estaba orgulloso de mí. Como esa vez en el hospital. Ese sueño fue feliz. No como el del año pasado, cuando me dio bronquitis.

—¿Por qué, chiquilla? —me preguntó mi amigo.

Sonreí, esa sonrisa medio rota, medio nostálgica:

—Estaba en mi cuarto, adormilada. Escuchaba afuera el ruido propio de abrir la alacena, de mover trastos: mi papá estaba preparando el desayuno. El olor a tocino crocante era lo que me había despertado. Mi papá entraba al cuarto a decirme “Buenos días, guapa, ven a desayunar porque necesitas energía para recuperarte”. Pero yo sabía que era un sueño y no quería abrir los ojos para que él no se fuera y al mismo tiempo, quería verlo, abrazarlo…

—¿Y lo viste?

—No—los ojos se me llenaron de lágrimas—, simplemente lo sentí. Pero sí me desperté, maldita sea, y no lo pude abrazar.

Mi amigo me dio ese abrazo pendiente. No pude llorar. El vacío se tragó las lágrimas.

***

Mi mamá siempre dijo que yo era muy sensible. “Veo gente muerta” sería motivo de burla, como un meme. Pero es una forma de explicarlo. Aunque no los veo. Los siento. Hipersensibilidad. Una sombra que pasa, unos pasos que sólo mi perrita y yo escuchamos. Una puerta que se cierra cuando en realidad nunca se abrió. Guiños que apuntan a un desequilibrio mental si le preguntan a los más estrictos y cerrados de mente. Un don si le preguntan a los más esotéricos. Mi realidad, ni buena ni mala, si me lo preguntan.

Esa sensibilidad explica también mis dèjá vu y la vez que supe, por culpa de un sueño, que mi papá moriría pronto. No menciono esas cosas en voz alta, no suelen ser las mejores historias para las reuniones. Uno se acostumbra a callarse algunos aspectos de su mente. Al vacío le gusta ese silencio: lo alimenta.

***

Todos los que han vivido una pérdida dicen que no se supera, sino que se aprende a vivir con ella. La vida sigue. No hay que aferrarse. Pero es normal, es natural, que haya días tristes, nostálgicos. Los duelos no se terminan del todo. Se clavan en el ADN y uno de acostumbra a los días azules. Si son demasiados en fila, entonces hay que tomar paracetamol, un té tibio y cobijarse con recuerdos felices. Sin altares extraordinarios. Sólo una buena dosis de momentos mejores, sin idealizaciones. Y al día siguiente, volver a empezar.

***

Un día 25 se fue mi papá. Un día 25 se fue mi abuelo. Demasiada coincidencia. Quizá por eso mis muertos rondan mi casa cada equis tiempo: vienen a acompañar a alguien.

Tal vez cada día 25 deberíamos tomarnos un paracetamol, sólo para prevenir. Así como la media aspirina de los hipertensos: un paracetamol para los hipersensibles.

***

—Acaba de fallecer tu bisabuela.

—Por eso andaban por acá mi papá y el abuelo ¿no? —las palabras salieron de mi boca antes de que las pudiera detener. Era lo que pensaba.

—Sí, tu abuelo vino por ella. Lo último que dijo fue “Jaime”.

Cubetada de agua fría. Hoy es un día 25. De nueva cuenta. ¡Carajo!

 

—Debería escribir más, no hay otra forma de conseguir lo que busco si no es escribiendo.

—Aunque claro, eso me digo cada año y mira, nada de nada.

—Para eso dijimos que “disciplina” es la palabra del año ¿qué no?

—Bueno, sí, sí, pero es algo de lo que carezco tanto. Y así quiero enseñarle a mi chamaco que sea disciplinado, qué horror. Si tan sólo los adultos no me hubieran mentido. Todo parecía tan sencillo, y yo pensando “cuando sea grande, tendré todo resuelto” ¡ja! ¡Valiente cosa! Haber sabido que andaban tan perdidos como yo… pero ni modo que le admita eso al chamaco ¿verdad?

—¡O en el trabajo! ¿Te imaginas? Tanto que me dicen que soy organizada y control freak y la manga del muerto. La mitad del tiempo no sé qué demonios estoy haciendo.

—Seguro ellos tampoco.

—¿Será que ser adulto se trata de disimular que no te estás muriendo del miedo todo el fregado tiempo?

—No, seguro hay quienes tienen un poco más de idea. Lo que pasa es que eres un fraude.

—¡Epa! Que no íbamos a empezar de nuevo con eso del síndrome del fraude. No somos un fraude.

—Bueno, si tú lo dices…

—Que no, carajo, no lo somos. Vamos, anda, estábamos en lo de escribir.

—¿Te das cuenta de que suena medio loco esto? Era más fácil pensar en un diálogo con alguien más, no contigo misma. Así parece que estás loca de atar.

—Bueno, ya, el otro día puse lo de mi voz narrativa en off. Como ese tuit de “Cámara, no me agüito” y el narrador contestando…

 

Captura de pantalla 2018-01-08 a las 12.13.22 PM

—Sí, sí, pero una cosa es decirlo de broma en un tuit y otra muy diferente plasmarlo en letras.

—¿Pero no cada personaje es una voz distinta dentro de mi cabeza?

—¿Insinúas que para ser escritor hay que estar un poco loco?

—Pues… no lo insinúo. Aunque tampoco lo puedo andar diciendo tan a la ligera, que luego se me ofende la gente.

—Ajá, o te hacen artículos de burla como a Stephanie Meyer cuando dijo que Edward Cullen no sale en el segundo libro porque se negó a salir y se fue…

—Ok, ok… no ese grado de locura, tampoco exageremos.

—Lo dices como si nunca lo hubieras hecho ¿no te acuerdas? Cada parte de ti tenía un nombre: Kira, Kasináe, Nerea…

—Ay, no, no salgas con eso…

—Cuando discutías sobre lo que sentías por el baboso de tu ex.

—Discutíamos, querrás decir…

—Bueno, sabes a lo que me refiero.

—Sí, pero preferiría olvidarlo.

—Como si te fuera a dejar olvidarlo…

—Como si no supieras que cada personaje tiene un trazo mío y por eso convergen en cierto punto.

—Bueno, y si los conoces también ¿por qué no sigues desarrollando a tus personajes?

—Era la idea, pero me distraje con lo de la disciplina.

—De disciplinadas tenemos lo mismo que de gaviotas…

—¡Caramba! Que íbamos a escribir, ¿me dejas empezar?

—Vale… ¿con tus voces internas, entonces?

—Contigo, de plano, no se puede dialogar, me cae.