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Confesiones de una gorda

A fechas recientes he tenido mucho problema mental con mi propia imagen. MUCHO. En pocas palabras me siento fea y gorda. Y no lo digo con el afán de que los que me conocen me digan que no es el caso y me levanten el ego. Lo digo con el afán de exponer algo que me preocupa bastante, mucho más allá de mi autopercepción.

Desde mis 18 años, con el desarrollo natural del cuerpo femenino, tengo una cadera ancha. Estoy hablando de casi 100 cm de cadera (y mis nalgas también son vistosas y llamativas). Eso en general es problemático para mí. Desde que tengo memoria, comprarme pantalones es toda una hazaña: conseguir unos que suban por mi cadera es complicado. Generalmente necesito comprar pantalones que para poder subir por mi cadera, resultan tener las piernas muy largas. Por lo mismo, debo doblarlos o—si no me gana la flojera—cortarlos y coserlos para hacerles un nuevo dobladillo. Más de diez años de hacer esto me fue acostumbrando a que decir mi talla me diera exactamente lo mismo, a pesar de los ojos como platos de las señoritas que me han atendido en las tiendas: 13 si hablamos de talla gringa, 32 en talla mexicana.

Soy una mujer que mide 1.68 mts y me consideraba con un cuerpo armónico. Si subo de peso, se me nota en “las chaparreras”: la cadera y las pantorrillas son las afectadas. Soy de buen comer, el estrés me hace bajar de peso (y según unos amigos, ser yo me estresa, o lo que es lo mismo, vivo eternamente estresada) y para bajar el estrés, cocino. Es mi ying y yang.

Pero a fechas recientes me siento absolutamente fea y gorda. La última vez que compré pantalones tuve que conseguir tallas 15 (y ya no había más grande que eso) y 34. Me llamó mucho la atención este hecho porque justo acababa de bajar bastante de peso. [Tengo el súper poder de que en lugar de subir de peso en las fiestas decembrinas ¡bajo! Y miren que trago con singular alegría]. La última vez que quise comprar blusas no hallé nada que me quedara bien. No tengo demasiado busto, en realidad tengo poco, mi espalda no es taaan ancha. Y aún así, cosas en talla extra grande me quedaban muy justas. Empecé a sentirme aún más incómoda con mi propio cuerpo con el hecho de que hasta conseguir ropa interior se estaba convirtiendo en un calvario. La talla de siempre de mi bra ya no ajustaba para cerrar bien pero más grande no me queda de frente. Y mejor de las panties ni hablamos: las dependientas de varias tiendas me vieron con cara de horror cuando pedí grande e incluso extra grande porque sabía que lo que me estaba enseñando ni de chiste pasaría por mis caderas.

¿Qué demonios? ¿Me caí en el cuerpo de la protagonista de Amor ciego, donde Gwyneth Paltrow pesa como mil kilos y no me di cuenta? ¿La ropa se encogió?

Justamente platiqué del tema con un viejo amigo mío, con quien tengo mucha confianza, y se lo dije tal cual: me siento muy mal conmigo misma. Le expliqué que me sentía gorda y poco atractiva. Tras escucharme me dijo que no debería sentirme así. Al poco tiempo de esa charla, una amiga mía comentó en su muro de Facebook que tratando de comprar una falda, tuvo que pedir una talla grande. Sí. La ropa se encogió. Y con ella los maniquíes. Caminando por Liverpool con mi mamá para atravesar el sótano de Galerías Insurgentes, contemplé los maniquíes ahí exhibidos. Primero me sentí de nuevo mal conmigo misma, antes de que la voz de la razón me pateara mentalmente: no sería sano ser tan flaca como esos muñecos de exhibición. NADA sano, de hecho. Sus piernas son tan gruesas como mis muñecas. ¿A quién le puede parecer atractivo eso?

El problema es que es la imagen de belleza que nos están vendiendo. Me aterra cuando me entero de modas como la de A4, donde las chicas miden su cintura con una hoja de papel tamaño carta: si su cuerpo rebasa el ancho de la hoja carta, no han conseguido la perfección.  Alguna vez llegué a pesar 50 kg, no por moda o por fijación con mi figura sino por un problema de salud, y recordar esa época me causa terror: recuperar mi peso me tomó unos buenos 4 años y obviamente estar tan baja de peso me provocó cosas como anemia, líos en mi ciclo menstrual y otra sarta de broncas de salud que prefiero ahorrarme.

Tengo un tablero en Pinterest en el que colecciono imágenes que se me hacen la definición de sexy (y que son inspiración par aun proyecto personal). Pero jamás voy a tener el cuerpo de esas chicas. NUNCA. Miren acá.

Sin embargo, el bombardeo constante de imágenes de lo que es la belleza, aunado a la ropa que está pensada para gente mega flaquita (¿no tienen caderas y busto las modelos o qué demonios? ¿todo es Photoshop ahora?) y esta tendencia de las dietas verdes, orgánicas y light se van anclando en el subconsciente de uno.  Pienso que qué bueno que tuve un hijo y no una hija, porque está cabrón el daño que le estamos causando en particular a las mujeres con estas ideas de belleza, ¿cómo protegería la psique de una niña si no puedo proteger la mía de esta sociedad de belleza talla “la santa muerte”?

Para el canon de belleza actual, creo que sí estoy gorda. Y eso está bien. En una de esas empiezo a hacerme mi propia ropa o la pido vía Internet para ya no traumarme en las tiendas. Algo tenemos que hacer. No se trata de irnos al extremo de cuerpos tipo humanos de la era de Wall*E. El punto medio y ya. ¿Se podrá? De menos voy entrenando a mi mente a que acepte que no soy una flaca tipo tabla, sino una “gorda” para los estándares actuales… y es lo más sano que puedo ser.

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