El deber del artista como educador

Este ensayo me valió el Primer Lugar en el Tercer Concurso de Ensayo de Eudoxa en 2013

Uno de los temas de los que más se habla hoy en día en México es la educación. En los debates, acalorados, las discusiones versan sobre cómo elevar el nivel educativo, mejorar los programas, dar “calidad” al sistema, a los alumnos, a los profesores. Al mismo tiempo, la labor educativa está devaluada. Es común escuchar la pregunta “Y tú ¿eres maestro porque quieres o porque no te quedó de otra?”. En paralelo nos enfrentamos a la idea generalizada de que la sociedad mexicana es inculta y que el arte no es de interés común, sin importar que nuestra capital sea una de las ciudades con más museos a nivel mundial o la creciente oferta de actividades culturales, tanto por parte del gobierno (a pesar del recorte al presupuesto este año) como por colectivos y artistas independientes. Hoy toca analizar ambos escenarios, que no están tan alejados el uno del otro, para abrir los ojos ante la perspectiva global que se nos está perdiendo por enfocarnos en lo particular.

            Consideremos lo siguiente: ¿qué significa educar? La Real Academia de la Lengua española dice que es la acción de dar una educación, de dar los parámetros o códigos de vida así como los conocimientos académicos y culturales necesarios para desenvolverse en cierta sociedad. Hoy en día la apuesta es poder desenvolverse en un mundo globalizado. Partiendo de esta idea, los primeros educadores en la vida son los padres. Eso, en términos pedagógicos, es la educación informal: la primera educación a la que nos enfrentamos los seres humanos y que suelen darnos los padres, los abuelos o los otros adultos cercanos durante los primeros años de vida. Por esta misma razón, un educador no es forzosamente un maestro. Un educador es alguien que nos da un modelo de vida a seguir, bagaje cultural y que deja una impronta en nuestra existencia, así nos lo hayamos topado dentro del ámbito académico o fuera de éste.

Una de las cosas que he notado a lo largo de mi vida, de esas continuas quejas que existen tanto al respecto del nivel educativo mexicano como del nivel cultural, es el tema de la lectura, o la falta de para ser más precisos. Hace muy poco, platicando con una profesora mía y promotora de la lectura, salió un término que para mí ha sido vital: un lector autónomo comparado con un lector práctico. Un lector autónomo es aquel que tiene un verdadero gusto por la lectura: disfruta leer, comprende y puede tener un diálogo con el autor, decir por qué le gusta o le disgusta lo leído, etcétera. Un lector práctico es el que lo hace por necesidad: puede traducir signos para convertirlos en palabras, pero no por ello forzosamente entiende lo que lee. Dentro del mundo de la promoción de la lectura, se ha llegado a la conclusión de que son los primeros, los lectores autónomos, por el amor que le tienen a la lectura y no por obligación, los que consiguen el tan buscado objetivo de acercar a las personas a la lectura.

Esta idea, la de un lector autónomo, me ha dado muchas vueltas en la cabeza porque me da la impresión de que así funciona para todo en la vida. El bailarín que en verdad ama bailar, que pone todo su empeño, lo disfruta y se hace una rutina para bailar, ensayar, entrenar, es el que es más probable que contagie de este gusto a otros que llegarán a ser bailarines. Lo mismo me atrevería a aplicar a cualquier otro arte: pintura, escritura, escultura. La rama de creación humana que ustedes deseen.

Dice el dicho que “a la fuerza, ni los zapatos” y creo firmemente que eso es aplicable a cualquier ámbito de nuestra vida. Los educadores que dejan huella en nuestra vida son los que realmente aman lo que hacen y es a través de su ejemplo más que los sermones que nos hacen ver su punto de vista.

Lo hilo con una idea que recientemente leí de Albert Einstein:

No es suficiente enseñar a los hombres una especialidad. Con ello se convierten en algo así como máquinas utilizables pero no en individuos válidos. Para ser un individuo válido el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno. En caso contrario se parece más a un perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado. Debe aprender a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de las gentes para adquiri una actitud recta respecto a los individuos y la sociedad.

Estas cosas tan preciosas las logra el contacto personal entre la genereación joven y los que enseñan, y no –al menos en lo fundamental –los libros de texto. Esto es lo que representa la cultura ante todo. Esto es lo que tengo presente cuando recomiendo Humanidades y no un conocimiento árido de la Historia y de la Filosofía. […]

La enseñanza debe ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación.[1]

Si pensamos en el arte ¿no encontraríamos una responsabilidad enorme en los artistas, pues quién nos puede dar una pauta del sentimiento de lo bello? Las llaves de la estética hasta tiempos recientes[2] eran de los artistas, quienes a través de su sensibilidad y sus obras nos dan una ventana hacia ese mundo, hacia lo que Einstein llama Humanidades.

Pero no sólo los maestros están devaluados en esta sociedad: los artistas que se dedican a la enseñanza están más devaluados aún. Es común que se piense que el músico que da clases es porque como intérprete no pudo triunfar. ¿Es eso real?

¿Y si en realidad ese músico que da clases es un músico autónomo? Un músico (o un pintor o un bailarín) que conoce bien el mundo de la música, que lo ama de tal forma que puede no sólo conocer sino doblar las reglas y contagiar ese placer por sus acciones, ¿no sería un mejor maestro, un verdadero educador?

Me parece que, en este punto de quiebre, en el que México necesita un cambio de paradigma para conseguir el nivel educativo y cultural al que tanto dice aspirar, es momento de revalorar a los artistas que enseñan. No tacharlos con un estigma de “no le quedó de otra”, sino como alguien que en serio quiere aportar su granito de arena para hacer de la enseñanza y del aprendizaje un verdadero placer y no una tarea obligada. Se habla mucho dentro de la Pedagogía que hay que romper el paradigma: venimos arrastrando un modelo educativo planteado en el siglo XIX, llevado a la práctica por personas del siglo XX para las generaciones del siglo XXI ¿de verdad nos va a funcionar? Un primer paso, realmente fundamental, es dejar de quitarle valor a las personas que se dedican a la enseñanza y abrir una nueva puerta: la de la autonomía en la educación. No una autonomía como independencia de las instancias ya planteadas en el país para dirigir la educación, sino autonomía como me lo planteó mi profesora con los lectores y que me atrevo a trasladar hacia el arte (y la ciencia y el conocimiento en general) una autonomía por amar lo que uno hace, conocerlo y transformarlo. Picasso decía que hay que conocer bien todas las reglas para así poder romperlas una por una. Los lectores autónomos son los que se atreven a dejar un libro de lado a las tercera, cuarta o décima página porque no los atrapa. Un pintor autónomo es el que conoce la técnica y después se atreve a romperla, cambiarla, experimentar. ¿Por qué no hacer lo mismo con cada rama del arte, de las humanidades, de las expresiones del conocimiento humano?

Gracias a las redes sociales he podido notar cómo abundan las frases inspiradoras de artistas: escritores, pintores, escultores, arquitectos… se comparten una y otra vez en los muros de Facebook en busca de una inspiración, una motivación. ¿No aprendemos algo de lo que nos dicen? Me parece que sí. Desde hace años las personas se siguen asombrando con las piezas escritas por Beethoven o Chopin, las pinturas de las impresionistas, los libros, los bocetos… toda esa fuente creativa que ha dado frutos desde que el hombre tiene una memoria histórica y guarda acervos que nos digan “alguien pensó, sintió, expresó esto”. Entonces, ¿no venimos aprendiendo, inspirándonos, educándonos desde hace años y años con el arte?

En este momento de cambio de paradigma creo que una de las principales labores del ámbito cultural y educativo es reconocer que los artistas, con su ejemplo, con sus ganas de seguir su vocación, tienen una responsabilidad enorme al ir formando las mentes de los jóvenes de nuestra generación. Ya sea desde darles una introducción a equis rama del arte hasta darles clases sobre la técnica, los artistas poseen una capacidad enorme de enseñar. Y hay que darles su mérito, sin duda alguna. Porque ser maestro no es un “No me quedó de otra” sino por el contrario es un “quiero ayudar a cambiar, a mejorar, a inspirar”. Son los maestros omejor aún, los educadores, que lo hacen por vocación y por conocer y querer contagiar esa autonomía, los que marcan la diferencia en el mundo. ¿No es hora de reconocerlo?

Me parece que el papel del artista como educador es fundamental. Porque los artistas, con su sensibilidad, con su pasión, son los que más nos pueden ayudar a recuperar esas Humanidades, ese gusto enorme por el aprendizaje, un aprendizaje tan disfrutable que ni cuenta nos damos de que estamos aprendiendo. Apoyarnos en ellos, en su labor, en su visión del mundo sensible y bello que nos rodea, es una de las mejores vías para un cambio en México. Con la ayuda de los artistas, de valorar su obra y ante todo su enseñanza, llegaremos a ese punto encrucijado de elevar la calidad de la educación en México y el nivel cultural.

[1]Einstein, Albert. Educación para una independencia en el pensar dentro de Mi visión del mundo. Tusquets Editores. México. 2013. Pp. 29-30.

[2]Digo “hasta tiempos recientes” puesto que en los movimientos de arte contemporáneo se han presentado muchas corrientes disruptivas que ya no persiguen forzosamente lo estético.

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