Ella
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Ella se levanta de la cama con el desparpajo propio de la felicidad. Camina con cuidado, sin pisar los restos de la noche que siguen regados en el piso y entra al cuarto de baño, dejando la puerta abierta. Se contempla por un momento en el espejo antes de sacar el cepillo y la pasta de dientes y lavarse la boca con calma, con atención, con cuidado. Se apoya sobre el lavamanos, la mirada fija en el espejo frente a ella, segura de que él la observa.
En efecto, desde la cama que ella abandonó hace un momento, él la contempla. Observa la espalda de ella, apenas cubierta por una playera —que le pertenece a él, pero ella se la ha apropiado— y nada más. Mientras ella se reclina sobre el lavamanos, la playera se alza un poco, dando apenas un contrapunto de las curvas que oculta.
Ella se toma su tiempo para enjuagarse la boca. Luego suelta el cabello que trae mal amarrado con una liga. Cae en cascada sobre la espalda. Ella utiliza un peine para pasarlo con un cuidado sensual por su cabello. Sigue dándole la espalda y él sabe que es nada más para provocarlo, pero se niega a pararse de la cama y caminar hacia el cuarto de baño, donde la puerta abierta es una invitación a observar y degustar los movimientos.
Ella se acerca a la regadera, abre las llaves y se despoja de la playera con un movimiento suave. Sigue sin voltear a verlo. El cabello es la única protección entre la espalda desnuda y los ojos que la contemplan. Ella entra a la regadera sin molestarse en cerrar la puerta del cuarto de baño. Él finalmente se para y camina hacia el baño. Quiere hacer música con esa espalda. Antes de entrar a la regadera, cierra la puerta para que ninguna mirada indiscreta contemple…
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