Melisa
“¡Si supieran qué miedo puede tener
Un fantasma de los hombres!…”
T.S. Eliot
—¡Por Dios, Melisa, deja de hacer payasadas!
—Que es en serio —gimió desde detrás de las cobijas. –Lo vi.
“Imposible”, pensé mientras me acercaba para sacarla, a rastras de ser necesario, de aquel rincón de la bodega.
—Te juro que no hay nada, Ximena y David se empeñan en espantarnos.
—¿Y tú cómo sabes? —la voz acuosa y quebrada de mi hermanita la echaba de cabeza. Podía ver el pequeño bulto debajo de la cobija, temblando y sacudiéndose con el compás del sorber de sus mocos.
Me conmovió, no lo pude evitar. Sin quitarle la cobija ni prender la luz de la vieja bodega, me puse en cuclillas junto a ella y la abracé.
—No pasa nada. No hay niño de la cisterna.
—¿Cómo estás tan segura?
Suspiré, pensando más en no exaltarme que en una respuesta verídica.
—Bueno, si lo hay, no creo que nos haga nada. Tal vez sólo quiere jugar. Tal vez se siente solo.
—Tengo miedo —fue la respuesta ahogada.
“Juro que mato a Ximena y David por espantarla”, me dije mientras me levantaba.
—¿De qué tienes miedo? Seguro las sombras y los ruidos los hacen ellos, precisamente para espantarnos.
—Entonces, ¿tú también tienes miedo?
—¿Yo…? —contuve la risa nerviosa —yo no tengo miedo.
—Yo sí —contestó mi hermana —y mucho.
“Qué rápido dejó de llorar”, pensé, y le pregunté:
—¿Por qué?
—Porque hablas tú sola —me dijo David prendiendo la luz de la bodega. Atrás de él, observándome atónitas, estaban mi hermana y Ximena.
Septiembre 2003
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