Paracetamol para los hipersensibles

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—¿Has visto a tu abuelo?

—No, pero creo que por allá anda mi papá.

—No me extrañaría. ¿Tiene mucho que lo viste?

—Sólo lo vi pasar, hace un rato, apenas de reojo. Estaba acabando lo de mi trabajo y no presté tanta atención.

—Mmm…

Mi mamá se fue de mi cuarto. Volteé a ver mi celular para ver la fecha: 24 del mes. ¡Claro! No debería extrañarme que por eso el abuelo y mi papá estuvieran haciendo rondas. Procuré concentrarme en mi texto, la mirada fija en la pantalla, sin voltear, aunque sintiera a alguien observándome.

***

A veces las personas son más sensaciones que presencias. Uno entra en un sitio y presiente a la gente que está ahí. Su humor, su alegría o su disgusto. Si se es lo suficientemente sensible, hasta sus enfermedades y el cambio apenas perceptible en la respiración del que está por soltar este plano existencial. A veces, esa sensibilidad es una maldición. Voltear a ver a alguien y pensar “mañana no despertará” es casi tan desgarrador como el hecho de que en efecto alguien no despierte al día siguiente.

***

—¿Puedo ir a trabajar a tu casa? —le pedí a un amigo un día 26 del mes. Al siguiente, fue a mi mejor amiga. —No soporto estar en casa.

—Claro, ven—respuesta empática pre-diseñada.

No podía pedir más. Tampoco podía explicar que no soportaba estar en casa porque escuchaba los pasos de mi papá en el pasillo, lo sentía caminando de su cuarto a la cocina, lo sentía sentado en la sala rezando y meditando. Mi corazón se volvía a parar. Ni todo el paracetamol del mundo iba a aliviar esos microinfartos.

Tal vez por eso, eventualmente, opté por regresar a trabajar en una oficina. Tanta ausencia a mi alrededor debía llenarse con presencias nuevas: llenar los nuevos días 25, los siguientes 26, los imparables 27…

***

El problema de la muerte no es para el muerto, es para los vivos: seguir adelante. La muerte le deja a los vivos un vacío que duele. Y no es un eufemismo: un corazón roto duele. En algún lado leí que incluso tomar paracetamol está recomendado. Como si fuera un dolor de cabeza o dolor muscular. El sufrimiento emocional desgarra el corazón, lo detiene por un momento, lo golpea. Por eso: paracetamol. ¿Y el vacío? ¿Ése con qué se llena? ¿Ése con qué se supera?

Pero ¿quién elige las presencias? Podemos estar rodeados por un ejército de ánimas y seguir tan solos y abandonados como al inicio. De nuevo: el vacío. Al vacío no lo calma el paracetamol.

***

—He estado soñando a tu papá.

—Anda rondando por acá—respondí, sin pensarlo. Volteé a ver a mi mamá. ¿Sentir a mi papá le causaba un nuevo golpe a su corazón? ¿Debía ofrecerle paracetamol?

Llevaba una semana sintiendo a alguien en la casa. Fue fácil asumir que era mi papá. Cada cierto tiempo lo sentía. Aunque quizá era mi abuelo, a final de cuentas estábamos cerca del primer aniversario luctuoso.

Cuando uno sigue sintiendo las presencias ¿podemos hablar de vacíos? Y si no son vacíos, sino sensaciones ¿podemos decir que los vivos siguen adelante? Hubo una época en la que temimos que nuestro duelo no estuviera dejando avanzar a mi papá. Sin embargo, hubo momentos en los que yo me preguntaba si no era a la inversa: él no quería ser ausencia y, por lo tanto, seguía presente, sin dejarnos avanzar a nosotros. ¿Miedo al olvido? ¿Los muertos pueden temer su propia ausencia?

***

—Soñé a mi papá. Me dijo que estaba orgulloso de mí. Como esa vez en el hospital. Ese sueño fue feliz. No como el del año pasado, cuando me dio bronquitis.

—¿Por qué, chiquilla? —me preguntó mi amigo.

Sonreí, esa sonrisa medio rota, medio nostálgica:

—Estaba en mi cuarto, adormilada. Escuchaba afuera el ruido propio de abrir la alacena, de mover trastos: mi papá estaba preparando el desayuno. El olor a tocino crocante era lo que me había despertado. Mi papá entraba al cuarto a decirme “Buenos días, guapa, ven a desayunar porque necesitas energía para recuperarte”. Pero yo sabía que era un sueño y no quería abrir los ojos para que él no se fuera y al mismo tiempo, quería verlo, abrazarlo…

—¿Y lo viste?

—No—los ojos se me llenaron de lágrimas—, simplemente lo sentí. Pero sí me desperté, maldita sea, y no lo pude abrazar.

Mi amigo me dio ese abrazo pendiente. No pude llorar. El vacío se tragó las lágrimas.

***

Mi mamá siempre dijo que yo era muy sensible. “Veo gente muerta” sería motivo de burla, como un meme. Pero es una forma de explicarlo. Aunque no los veo. Los siento. Hipersensibilidad. Una sombra que pasa, unos pasos que sólo mi perrita y yo escuchamos. Una puerta que se cierra cuando en realidad nunca se abrió. Guiños que apuntan a un desequilibrio mental si le preguntan a los más estrictos y cerrados de mente. Un don si le preguntan a los más esotéricos. Mi realidad, ni buena ni mala, si me lo preguntan.

Esa sensibilidad explica también mis dèjá vu y la vez que supe, por culpa de un sueño, que mi papá moriría pronto. No menciono esas cosas en voz alta, no suelen ser las mejores historias para las reuniones. Uno se acostumbra a callarse algunos aspectos de su mente. Al vacío le gusta ese silencio: lo alimenta.

***

Todos los que han vivido una pérdida dicen que no se supera, sino que se aprende a vivir con ella. La vida sigue. No hay que aferrarse. Pero es normal, es natural, que haya días tristes, nostálgicos. Los duelos no se terminan del todo. Se clavan en el ADN y uno de acostumbra a los días azules. Si son demasiados en fila, entonces hay que tomar paracetamol, un té tibio y cobijarse con recuerdos felices. Sin altares extraordinarios. Sólo una buena dosis de momentos mejores, sin idealizaciones. Y al día siguiente, volver a empezar.

***

Un día 25 se fue mi papá. Un día 25 se fue mi abuelo. Demasiada coincidencia. Quizá por eso mis muertos rondan mi casa cada equis tiempo: vienen a acompañar a alguien.

Tal vez cada día 25 deberíamos tomarnos un paracetamol, sólo para prevenir. Así como la media aspirina de los hipertensos: un paracetamol para los hipersensibles.

***

—Acaba de fallecer tu bisabuela.

—Por eso andaban por acá mi papá y el abuelo ¿no? —las palabras salieron de mi boca antes de que las pudiera detener. Era lo que pensaba.

—Sí, tu abuelo vino por ella. Lo último que dijo fue “Jaime”.

Cubetada de agua fría. Hoy es un día 25. De nueva cuenta. ¡Carajo!

 

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