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Imagen de Tanapol Kaewpring vía Baby Solís Serrano

“Escucha la mar y deja fluir todo. Ya no te contengas. No tienes por qué guardarte todo, dejando que te queme lentamente por dentro. Déjalo ir. No hablo de esa pseudopsicomagia que todo usan, esas ideas que suenan a budismo mal aplicado. No, en serio: deja ir el coraje, el dolor, que las lágrimas corran hacia al mar. Al final es lo que siempre quisiste ser: uno con el mar, con esa alma blanca y ese perder las emociones y encontrando el punto de luz en la negrura de tu vida.

Déjate ir. Ya está aquí, ya te podemos liberar. No ardas más ni aquí en la Tierra ni en el Infierno. Ya no hay dios ni diablo al cual responderle. Sólo eres tú con el mundo: uno con el mundo. Así debió ser siempre, así será para la eternidad. Suelta todo lo que ese cuerpo triste y enfermo te hace mantener aquí, y deja que las lágrimas y el humo purifiquen tu alma.”

Los gritos, lejanos, se iban apagando mientras Emma leía esas palabras. Ella decía que no odiaba a nadie, que no había rencor en su vida. Que todo se podía purificar. Por eso mismo estaba purificando con fuego al infiel de Carlos y a esa mujer con la que salía, encerrados en esa trampa. Para ella no era un funeral vikingo en vida: era redención.

 tanapol

Ilustración de Ahmed Awaad

A veces me absorbe el vacío, esa sensación de que el universo es demasiado grande y nosotros demasiado pequeños. Y generalmente me da miedo ¿sabes? Me preocupa que jamás llega a tener significado nuestra existencia, que en cualquier momento caiga un meteorito y acabe con nosotros, como con los dinosaurios. ¿Entonces? ¿Más adelante, en millones de años, alguien encontrará los restos y hará modelados de cómo quizá fueron los humanos? ¿Nos llamarán humanos siquiera?

Me angustia que estemos aquí para nada.

Pero entonces te veo y encuentro que cabe un Universo dentro de una mirada, que todas las sensaciones hermosas del mundo se pueden conjugar en un simple roce de las manos. En ese instante la Galaxia no es suficientemente grande para contener lo que siento.

Y así es como noto que el vacío nos absorbe porque se siente incompleto y nos necesita para ser algo más que la nada. Pero no es fácil. Mira la Luna Fantasma, es inmensa. Pero puede ser que no sea necesario ser pesimista. Puede ser que sentir el vacío sea la razón de saber que estamos vivos.

No sufriré mientras veas conmigo el vacío, ese lugar donde estaba antes la Luna Real. Se está llenando de vacío. Y nos acabará absorbiendo. Pero si la Luna Real dejó una huella hermosa ¿qué no podremos dejar tú y yo cuando el vacío nos alcance?

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Ilustración de Ahmed Awaad 

Baila conmigo. Quiero sentir lo que es estar en el cielo. Baila conmigo y deja que las estrellas que murieron hace años para que nosotros las veamos fluyan de tu cuerpo al mío. Si afuera es el Apocalipsis no importa: nosotros podemos volver a encender el cielo y la tierra. No, no es necesario desnudarse. Simplemente deja que me empape de ti, así, como eres, sin dudas y sin miedos, sin luces que opaquen la magnificencia de lo que siento por ti.

Bailemos juntos en la última hora que queda de la humanidad. No hablo de sexo, hablo de un sentimiento real. Los tontos dirán que bailar es calmar verticalmente una frustración horizontal, pero yo digo que es unirse con la música del alma. Iluminemos el espacio. Al final, es a donde las bombas nos van a mandar.

Oigo que se acercan.

Vamos, pégate a mí.

No escuches lo que viene, escucha cómo nuestros corazones van marcando la pauta del movimiento. Tu cadera junto a la mía.

No salgamos, no es necesario. Lleguemos al cielo con la última explosión, tu mano en la mía, tu cuerpo cuidado por el mío. Hoy seremos polvo estelar. Ya se acercan. Shhh.

Tú baila, baila, bailando llegaremos a la luna.

No es el fin.

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Ilustración de Ahmed Awaad

Fue una explosión, tan sorpresiva que los cinco minutos siguientes, arriba, entre estrellas y galaxias, no fueron tan desconcertantes como uno supondría. Simplemente se habían abrazado, pero la corriente eléctrica los mandó volando lejos, fuera de este mundo o de cualquiera conocido por la humanidad. Estaban en un sitio destinado sólo para ellos, lo sabían, no importaba que ya nadie más pudiera llegar. “No te aguantes la tensión sexual, puede ser volátil”, le había dicho su mejor amiga. Pero esto iba demasiado lejos ¿no?

Esa sensación era mágica, quizá no era lujuria como antes intuían, sino un verdadero enamoramiento y todo lo de antes, de las vidas pasadas había sido una farsa. Era su pequeño secreto, era un mundo exclusivo para ellos dos. Mejor no soltar el abrazo, mejor disfrutar cada instante, porque el mundo real se empeña en robar la felicidad y maldecirla, dilapidarla, echarla a perder, romperla, pervertirla. Eso era puro. No era sexo, no era hacer el amor, era, como dijera Cortázar: ser hecho por el amor. Y ahora ¿qué seguía? Una galaxia por descubrir, una vida por crear, algo que compartir: su propio Big Bang.

No, ni madres, jamás lo iban a compartir.

¿Desea hacer este mundo privado?

Sí, por favor.

Las redes sociales de ambos desaparecieron, cualquier rastro de ellos se hizo inexistente. Ahora sólo eran ellos, con las estrellas y la galaxia ajena. Por siempre jamás.

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Ilustración de Ahmed Awaad

A veces los recuerdos no son más que cárceles que no nos dejan avanzar. De repente me encuentro a mí misma pensando en ti, en tus abrazos, en cómo me sofocabas cada vez más y más, y cómo yo era tu prisionera absoluta, sin la menor intención de alejarme de ti, de lo que hacías, de cómo me drogabas con tu aroma. Claro que te extraño, pero a veces es mejor estar libre.

Pero no puedo evitar abrazarme a mi almohada, hundir mi cara en ella como si la hundiera en tu pecho, esa jaula palpitante, y suspirar. Añoro ese abrazo macabro. Quizá estoy soñando y cuando despierte note que estás junto a mí, como antaño, que no te has alejado, que jamás me has dejado.

O no despierte y me dé cuenta que en realidad sí me mataste, que no fue una pesadilla cuando sentí la almohada en mi cada esa noche que no te quise besar y tú, rabioso, aventaste tu cuerpo contra mí, con la almohada de por medio, y con ella evitaste que el oxígeno irrigara mi cuerpo. Ese último palpitar, tan lejano tan ajeno como la mariposa que aletea en una isla del otro lado del mundo: un huracán que arrasó conmigo.

Suena la alarma. Despierto. Recuerdo que si no estás es  porque yo no quiero, que si alguien sofocó al otro fui yo a ti: tu esqueleto me lo recuerda siempre, desde el armario.

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