“Sigues muy sorprendida” me dijo hace poco una amiga cuando le contaba algo, quizá nimio, de mi relación.
Para mi círculo cercano, mi relación no es novedad: han contemplado el proceso de enamoramiento y de inicio de relación de pareja de cerca. Para el mundo digital, en cambio, mi novio es una mención o una letra (H) de vez en cuando, en la newsletter como el culpable de muchas películas que veo, en algunas fotos de Instagram como el que me acompaña a salir de la ciudad y nada más. Es raro que comparta fotos de nosotros ni canto sus alabanzas a cada rato en mis diferentes canales de social media. Existen varios motivos para esto: si bien llevo una vida muy “pública” en realidad intento que sean mis intereses y mi trabajo lo que luzca ahí y no tanto mi vida personal, porque entre más me dedico a redes sociales, más claros me quedan los riesgos de compartir absolutamente todo. Échenle que tanto una de mis mejores amigas como H se dedican a ciberseguridad y bueno… Además de que mi relación me tiene tan fascinada que procuro estar presente y vivirla en lugar de reportarla al mundo.
Pero llevo un rato dándole vueltas al “sigues muy sorprendida”. Porque es cierto: sigo maravillada por tener una pareja como H. Y como yo sólo me entiendo escribiendo, heme acá tratando de trazar el por qué de mi sorpresa, más que nada porque creo que hay detalles que son relevantes.
El amor romántico y desechable
En una sociedad de fast love (retomando lo que plantea Adrián Chávez), donde predomina el amor romántico que tanto hemos interiorizado gracias a los productos de cultura pop, existen expectativas e ideas que alteran mucho cómo nos relacionamos. Dentro del set de ideas que trataba de desechar, pero que tenía muy sembradas en mi interior, estaba el que ser como soy era malo. Esa es la versión corta. La versión larga era: siendo una mujer tan terriblemente inquieta, con necesidad de siempre estar creando, y ser tan independiente (sin necesidad de ser salvada) no me hacía digna de tener pareja. Porque el hombre está para salvar, procurar y proveer ¿no? Y si no hay necesidad de que me salven, ni me procuren ni me provean ¿qué persona me va a querer como pareja? Súmenle el que soy mamá soltera, así que “vengo en paquete”. Aunque el venir en paquete no me hace “anhelar el rescate”. Me identifico más con la bruja que con la princesa del cuento. Mi abuelita, tratando de echarme porras, alguna vez me dijo que todo eso que admiraba de mí, mi independencia, la forma en que siempre he buscado salir adelante, el que no me quedo callada, es precisamente lo que iba a hacer que muriera sola.
Si bien no iba por la vida buscando pareja y hace mucho decidí que juntar dos soledades no más hace una mucho más grande, bien que mal el que te repitan constantemente ciertas cosas hace que uno acabe preguntándose ¿tendrán razón? ¿estoy mal configurada por no soñar con una boda como fin último en mi vida? Mi psicóloga me recomendó leer a Coral Herrera y al leerme “Mujeres que ya no sufren por amor” vi verbalizadas muchas cosas que intuía pero no acababa de definir.
Al sistema patriarcal en el que vivimos le conviene mantenernos a las mujeres enajenadas buscando el amor romántico, ese príncipe azul que aunque al conocerlo sea un patán, cambiará por amor verdadero; mientras que los hombres son educados para estar ajenos a los sentimientos y las emociones que son “cosas de chicas”. Si desde pequeños nos segmentan y nos enseñan a querer de formas distintas ¿qué oportunidad tenemos al crecer? Las expectativas de lo que es una pareja es muy diferente y por supuesto, eso impacta en las relaciones. Además, no olvidemos: el “y vivieron felices para siempre” involucra a una Cenicienta que se casa a los 15 años cuando la expectativa de vida eran 30. Pero al cambiar la sociedad, tanto por los avances médicos como con los feminismos, esos paradigmas empezaron a quebrarse.
Cuando cumplí 30 años empecé a sentir el peso social de no haberme casado aún. A pesar de que el matrimonio nunca ha sido una meta en mi vida. Varios de mis amigos se empezaron a casar y me sentí ajena, no por no estar casada, sino por no encontrar mi camino en las normas sociales. Tantos años que luché por mi libertad, por poder crear mis lazos con mi tribu, por poder dedicarme a escribir y trabajar desde casa al menos la mayor parte de mi tiempo… ¿quizá sí tenía que dedicarme a un trabajo godín y ceder en mi forma de ser?
La mínima decencia humana y muchísimo cariño
Aprender a defender cómo es una en esta sociedad que corta tanto la creatividad es complicado. Yo estaba hecha a la idea de que eso implicaba sacrificios, como no tener pareja. Pero también había aprendido que el amor no es nada más el de pareja y repartía mis afectos con mis amigos, mi familia y mis pasiones. Escribir, leer, crear siempre me han movido. Soy de esa extraña cepa de humanos que desde muy pequeños saben qué aman con todo su ser y buscan mantenerlo cerca de sí toda su vida. A los 8 años supe que escribir y dar clases eran esas cosas que no podía soltar. No sabía si iba a poder vivir exclusivamente de ello, pero podía intentar con todas mis fuerzas.
En el camino he topado con obstáculos. El novio que me dijo que mejor aprovechara mis habilidades para relacionarme con la gente para lograr echar a andar el negocio que él había puesto en vez de seguir adelante con mi revista. Mi padre constantemente diciéndome que cuándo iba a madurar y hacer algo productivo, que cuándo iba a ser una proveedora real para mi hijo. El novio que ante cualquier comentario de las cosas que me desesperaban de mi trabajo me decía que si ya iba a renunciar a la publicidad para hacer algo real. Él era el mismo que me decía que por qué insistía en escribir si ya estaba todo escrito y seguro no iba a poder aportar nada nuevo. Y el mismo que me decía que por qué siempre estaba pensando en el siguiente proyecto. A veces me veía tentada a pensar como un amigo mío: hay tres pilares en esta vida y si logras que dos jalen estás del otro lado. Esos pilares, según mi amigo, son trabajo, familia/amigos y pareja. ¿Tener pareja me iba a obligar a estar en un pleito constante con lo demás de mi vida? Así no juego. Una pareja que no me aguanta cuando estoy con mis amigos porque lo desesperamos (sí, sí pasó), ¿es una pareja con la que yo quería estar? O una no-pareja que me buscaba cuando estaba aburrido y a veces se arrepentía de buscarme y me dejaba plantada. Sentía que así era la vida y que por ser como soy no iba a lograr gran cosa en el ámbito romántico.
Cuando conocí a H, ya lo he dicho antes acá, no tenía intenciones románticas aunque quien nos presentó intuía que podía haber un match. Tal vez eso ayudó a que yo me presentara con la desenvoltura y desfachatez de la que soy capaz: esto soy. Una mujer alborotada de mente inquieta, que ríe a carcajadas, come con ganas, siempre está escribiendo una historia en su cabeza y planeando qué más crear. En lugar de espantarse, H se quedó. Cuando me quejaba del trabajo con él, entendía la diferencia entre verdadera molestia o incomodidad vs los quirks de mi rubro de trabajo. Cuando le contaba de mis proyectos me preguntaba más. Y, en palabras de mi hijo, me demostraba la mínima decencia humana. Me escuchaba no para resolver mi vida, sino para conocerme. No me dejaba regresarme sola en Uber a mi casa, sino que me daba aventón.
Mis estándares estaban bajo alfombra y mucha de mi sorpresa actual con mi novio se debe a que me ha ayudado a entender qué es lo mínimo indispensable en una relación (y luego un mucho más). Sentirme apoyada por él ha sido algo refrescante porque es la primera vez que siento ese respaldo incondicional para con mis ideas por parte de mi pareja. Mis amigos siempre lo han hecho. Mis ex-parejas, no tanto.
Sigo sorprendida a veces para mal, ¿cómo es que acepté tan poco? Sí, la frase aquella de The perks of being a wallflower es muy cierta: We accept the love we think we deserve. Pero también sigo sorprendida por todo lo que estoy aprendiendo al lado de H sin que él se ponga en plan de “ay, niña inculta, te voy a enseñar”. Me ve como su igual y vamos compartiendo la vida.
Sigo sorprendida por el daño que nos hace la sociedad y las expectativas de los roles sociales, porque por muy visibilizados que yo los tuviera, me seguían azotando. Y Sigo agradecida por la enorme belleza de poder ver que hay mucho más allá de esas paredes que nos traza el amor romántico. No se trata de dividir la vida en clusters y apostar porque algunos jalen para decir “vamos de gane”, se trata de recordar que somos seres complicados. No nos define ni el estatus de relación, ni la carrera, el trabajo o los ingresos. Hay muchas más aristas.
Pero ante todo lo importante es que sí es posible hacer que todas esas aristas compaginen con el plan de vida en pareja. Sí es posible que alguien no sólo reciba el cariño que le doy sino que me quiera como soy.
Agradezco mucho esta etapa de mi vida, donde si bien el enamoramiento sigue a todo lo que da, también me ha roto esquemas, me ha enseñado cosas y ha aportado mucho a mi vida. Y ojalá esa capacidad de asombro no se acabe.