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Lo intentamos, de verdad que sí. Pero no hubo forma de escapar. Cada vez los edificios eran más altos, pero lo mismo era con la niebla: cada vez subía más y más. Hasta que hoy veo todo: todo lo que construimos, todos los vanos intentos de la humanidad de escapar de lo que ella misma generó. Dicen que es contaminación. Otros dicen que es la misma naturaleza tratando de retomar posesión de lo que por derecho le pertenece. Ya no importa. Hace días que dejamos de saber de los habitantes de la ciudad (ya ni siquiera se alcanza a ver en el horizonte, donde todo es gris y brumoso). Los edificios aledaños poco a poco se han ido quedando en silencio. Eso es lo peor. No hay gritos, no hay escándalo, ni nada memorable. Sólo llega la niebla y con ella, el silencio. Es más aterrado que cualquier otra cosa. Porque no sabemos qué nos espera. ¿La niebla nos va a absorber? ¿Nos asfixiará? Ya mejor ni me lo pregunto, sé que en breve lo averiguaré. La lluvia ya no es consuelo ni defensa. Es resignación. Y qué más da. Este mundo algún día tenía que terminar ¿no?

Ni siquiera sé si este mensaje llegará a alguien, no sé si en las montañas queda alguna alma que pudiera interesarse. Sé que es el vacío absoluto lo que quedará y más adelante…

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¿Y si fuera cierto que existe el hilo rojo que nos une a todos? ¿Podemos luchar contra eso? Siempre he pensado que nací en el lado equivocado del planeta y que es por eso que me encuentro solo, que no hallo a esa “otra mitad”.

Aunque para ser real, jamás he pensado incompleto. No importa que los dioses hayan dicho antaño que era mejor dividirnos y obligarnos a vagar por la tierra en busca de la otra parte…

Quizá es esa sensación de estar incompletos lo que nos obliga a quedarnos con una persona aunque no nos entienda. Como mis primos que se casaron porque ya estaban llegando a los 30 años “y se les estaba yendo el tren”. Lo malo de estar en esta parte del mundo es que mi madre ya se está preocupando y, por eso, está buscando de una vez a la que será mi novia fantasma, para que yo no venga a acosar a mi familia por estar solo en mi tumba.

Pero siempre me ha gustado la soledad. Es lo que no entienden. Si ellos hubieran visto a la muchacha del listón rojo comprenderían por qué después de perderme en esos ojos de lucero ya no puedo ver a nadie de la misma forma.

Quizá mi novia fantasma es ella, donde sea que se encuentre. Quizá si las estrellas no la hubieran matado todo sería más fácil. Pero jamás la veré de nuevo. Eso no me hace estar incompleto ¿cierto?

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Anoche te soñé y estabas ahí, mirándome con extrañeza bañada con enojo.

—¿Por qué no quieres que te salve de ti misma?

—Porque no necesito ser salvada

—Pero mira que estás muy mal, que traes varias heridas que sigues arrastrando, quieres hacer demasiadas cosas y sigues sin estar bien

—No necesito sanar: no son heridas, son cicatrices

—Pero déjame curarlas

—Si son parte de mí, de mi pasado, sin ellas no sería lo que soy.

—¡Carajo! Deja que te salve

—No hay nada que salvar aquí

Y sonaban canciones en el fondo, esas canciones que hablan justo de salvación. Superman tonight de Bon Jovi, Waiting for Superman de otra banda cuyo nombre no recuerdo. Como si estar roto fuera malo.

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Nadie está entero. Nadie que haya vivido, al menos. Pero tú te afanabas por salvarme para no fijarte en lo roto que te sentías.

Y te marchabas. Pero esta vez no me pesaba. Al contrario, me liberaba de una carga enorme. No sé por qué me pasó eso anoche. Hacía tiempo que no te pensaba. Mucho menos que me recriminaba. Pero esta vez no me recriminé. Simplemente vi que ahí estabas y de repente, ya no.

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Imagen de Tanapol Kaewpring vía Baby Solís Serrano

“Escucha la mar y deja fluir todo. Ya no te contengas. No tienes por qué guardarte todo, dejando que te queme lentamente por dentro. Déjalo ir. No hablo de esa pseudopsicomagia que todo usan, esas ideas que suenan a budismo mal aplicado. No, en serio: deja ir el coraje, el dolor, que las lágrimas corran hacia al mar. Al final es lo que siempre quisiste ser: uno con el mar, con esa alma blanca y ese perder las emociones y encontrando el punto de luz en la negrura de tu vida.

Déjate ir. Ya está aquí, ya te podemos liberar. No ardas más ni aquí en la Tierra ni en el Infierno. Ya no hay dios ni diablo al cual responderle. Sólo eres tú con el mundo: uno con el mundo. Así debió ser siempre, así será para la eternidad. Suelta todo lo que ese cuerpo triste y enfermo te hace mantener aquí, y deja que las lágrimas y el humo purifiquen tu alma.”

Los gritos, lejanos, se iban apagando mientras Emma leía esas palabras. Ella decía que no odiaba a nadie, que no había rencor en su vida. Que todo se podía purificar. Por eso mismo estaba purificando con fuego al infiel de Carlos y a esa mujer con la que salía, encerrados en esa trampa. Para ella no era un funeral vikingo en vida: era redención.

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Ilustración de Ahmed Awaad

A veces me absorbe el vacío, esa sensación de que el universo es demasiado grande y nosotros demasiado pequeños. Y generalmente me da miedo ¿sabes? Me preocupa que jamás llega a tener significado nuestra existencia, que en cualquier momento caiga un meteorito y acabe con nosotros, como con los dinosaurios. ¿Entonces? ¿Más adelante, en millones de años, alguien encontrará los restos y hará modelados de cómo quizá fueron los humanos? ¿Nos llamarán humanos siquiera?

Me angustia que estemos aquí para nada.

Pero entonces te veo y encuentro que cabe un Universo dentro de una mirada, que todas las sensaciones hermosas del mundo se pueden conjugar en un simple roce de las manos. En ese instante la Galaxia no es suficientemente grande para contener lo que siento.

Y así es como noto que el vacío nos absorbe porque se siente incompleto y nos necesita para ser algo más que la nada. Pero no es fácil. Mira la Luna Fantasma, es inmensa. Pero puede ser que no sea necesario ser pesimista. Puede ser que sentir el vacío sea la razón de saber que estamos vivos.

No sufriré mientras veas conmigo el vacío, ese lugar donde estaba antes la Luna Real. Se está llenando de vacío. Y nos acabará absorbiendo. Pero si la Luna Real dejó una huella hermosa ¿qué no podremos dejar tú y yo cuando el vacío nos alcance?

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Ilustración de Ahmed Awaad 

Baila conmigo. Quiero sentir lo que es estar en el cielo. Baila conmigo y deja que las estrellas que murieron hace años para que nosotros las veamos fluyan de tu cuerpo al mío. Si afuera es el Apocalipsis no importa: nosotros podemos volver a encender el cielo y la tierra. No, no es necesario desnudarse. Simplemente deja que me empape de ti, así, como eres, sin dudas y sin miedos, sin luces que opaquen la magnificencia de lo que siento por ti.

Bailemos juntos en la última hora que queda de la humanidad. No hablo de sexo, hablo de un sentimiento real. Los tontos dirán que bailar es calmar verticalmente una frustración horizontal, pero yo digo que es unirse con la música del alma. Iluminemos el espacio. Al final, es a donde las bombas nos van a mandar.

Oigo que se acercan.

Vamos, pégate a mí.

No escuches lo que viene, escucha cómo nuestros corazones van marcando la pauta del movimiento. Tu cadera junto a la mía.

No salgamos, no es necesario. Lleguemos al cielo con la última explosión, tu mano en la mía, tu cuerpo cuidado por el mío. Hoy seremos polvo estelar. Ya se acercan. Shhh.

Tú baila, baila, bailando llegaremos a la luna.

No es el fin.

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Ilustración de Jovanna Plata

Siempre me he considerado una buena persona, contrario a lo que Damián y Lilith pueden decir. Claro, a ellos les gusta chingar a la gente, escondiéndose detrás en las sombras, metiendo el pie al que va pasando (literal y metafóricamente) pero a mí me gusta ayudar a las personas: cuando se caen, los levanto. Cuando tienen un problema, los escucho.

Lo malo es que Damián y Lilith tienden a chismear lo que escuchan: siempre con la oreja parada, o las antenas, o como gusten decirlo, para a la primera que puedan, soltar a los cuatro vientos lo que saben. Así es como he perdido muchos amigos. Por lo menos eso es lo que me dice Mamá. Dice que es por culpa de los pequeños diablillos que nunca me dejan en paz y que nada tiene que ver que seamos hermanos trillizos y estemos pegados y parezca un monstruo de tres cabezas.

Normalmente a Lilith y Damián les gusta quedarse bajo la capa de plumas que me hizo mamá hace años, así se esconden mejor. Y entonces parezco normal. Pero quizá nunca seré normal. A ver, díganme ¿qué es normal? Si ustedes escuchan voces en su cabeza son más anormales que yo: de menos las voces que escucho todo el tiempo están al lado de mi cabeza, no dentro. Entonces creo que soy más normal que ustedes ¿o no? Las apariencias engañan tanto. Me puedo ver monstruoso. Pero siempre me he considerado una buena persona. ¿Ustedes quieren ser mis amigos?

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Ilustración de Ahmed Awaad

Fue una explosión, tan sorpresiva que los cinco minutos siguientes, arriba, entre estrellas y galaxias, no fueron tan desconcertantes como uno supondría. Simplemente se habían abrazado, pero la corriente eléctrica los mandó volando lejos, fuera de este mundo o de cualquiera conocido por la humanidad. Estaban en un sitio destinado sólo para ellos, lo sabían, no importaba que ya nadie más pudiera llegar. “No te aguantes la tensión sexual, puede ser volátil”, le había dicho su mejor amiga. Pero esto iba demasiado lejos ¿no?

Esa sensación era mágica, quizá no era lujuria como antes intuían, sino un verdadero enamoramiento y todo lo de antes, de las vidas pasadas había sido una farsa. Era su pequeño secreto, era un mundo exclusivo para ellos dos. Mejor no soltar el abrazo, mejor disfrutar cada instante, porque el mundo real se empeña en robar la felicidad y maldecirla, dilapidarla, echarla a perder, romperla, pervertirla. Eso era puro. No era sexo, no era hacer el amor, era, como dijera Cortázar: ser hecho por el amor. Y ahora ¿qué seguía? Una galaxia por descubrir, una vida por crear, algo que compartir: su propio Big Bang.

No, ni madres, jamás lo iban a compartir.

¿Desea hacer este mundo privado?

Sí, por favor.

Las redes sociales de ambos desaparecieron, cualquier rastro de ellos se hizo inexistente. Ahora sólo eran ellos, con las estrellas y la galaxia ajena. Por siempre jamás.

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Ilustración de Ahmed Awaad

A veces los recuerdos no son más que cárceles que no nos dejan avanzar. De repente me encuentro a mí misma pensando en ti, en tus abrazos, en cómo me sofocabas cada vez más y más, y cómo yo era tu prisionera absoluta, sin la menor intención de alejarme de ti, de lo que hacías, de cómo me drogabas con tu aroma. Claro que te extraño, pero a veces es mejor estar libre.

Pero no puedo evitar abrazarme a mi almohada, hundir mi cara en ella como si la hundiera en tu pecho, esa jaula palpitante, y suspirar. Añoro ese abrazo macabro. Quizá estoy soñando y cuando despierte note que estás junto a mí, como antaño, que no te has alejado, que jamás me has dejado.

O no despierte y me dé cuenta que en realidad sí me mataste, que no fue una pesadilla cuando sentí la almohada en mi cada esa noche que no te quise besar y tú, rabioso, aventaste tu cuerpo contra mí, con la almohada de por medio, y con ella evitaste que el oxígeno irrigara mi cuerpo. Ese último palpitar, tan lejano tan ajeno como la mariposa que aletea en una isla del otro lado del mundo: un huracán que arrasó conmigo.

Suena la alarma. Despierto. Recuerdo que si no estás es  porque yo no quiero, que si alguien sofocó al otro fui yo a ti: tu esqueleto me lo recuerda siempre, desde el armario.

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