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Está sentada en el borde de la cama, a la distancia justa entre el deseo y la indecisión. Debe comportarse, lo sabe. Él también lo sabe, pero eso no evita que haga alusiones desde hace rato a la gran y tangible tensión sexual entre ellos. Amigos con derechos en una vida pasada. A veces más amigos, a veces más derechos. ¡Dios! El sexo era tan bueno que cómo evitar pensar en ello. Intercambian un par de preguntas sencillas, ¿qué ha sido de tu vida? ¿Cómo están tus hijos? ¿Qué has hecho?
Y ella ya no se contiene y suelta la pregunta que él no quería oír. “¿Por qué estás aquí?” Él sonríe, aunque se siente incómodo. ¿Por qué? “Porque eres mi amiga”. “Sí, eso lo sé, pero quedamos en algo”. Una promesa hecha a medias. Ya no buscarse, dejar de jugar a las escondidillas. Mas una promesa que en este momento rompen. “Quedamos en algo”, susurra de nueva cuenta ella mientras se acerca a él y recarga la cabeza en su hombro. Él le besa los brazos, huele su cabello, cierra los ojos y suspira. Ella planta su boca cerca de la mejilla de él. Ha estado hablando en voz baja, suave, cierta nota de seducción bailando entre sus labios. Él ya no aguanta. Conoce el juego, sabe que es lo que ella busca, tentarlo, y ya no quiere aguantar. Cede. Voltea a verla a los ojos y la besa. La cama sobre la que están que momentos antes lucía enorme, una distancia insorteable, se achica en el momento en que él la pone sobre su regazo. Labios unidos, ojos cerrados, las manos de él aferradas a la larga cabellera de ella. Se separan por un momento. Ella, sentada sobre sus piernas, le queda un poco alta, pero él aprovecha, hunde el rostro entre sus senos y se pierde en el recuerdo de los paseos anteriores, constantes, revitalizantes, paseos por los senderos de la piel tersa de ella. Se decide a abrir la blusa, besar los senos, saborear los pezones. Mete la mano para sentir el calor de la espalda. La tiende sobre la cama, se pone sobre ella.
—¿Qué debo creer? ¿Que me quieres o que no me quieres?—pregunta ella.
—Lo que te lastime menos-—contesta entre beso y caricia.
—¿Qué estamos haciendo?
—Depende lo que quieres de mí en este momento.
—Sabes lo que quiero: que me hagas tuya. Sabes lo que debemos hacer, detenernos.
Amigos a veces, con derechos todo el tiempo. La pasión desbordada era su guía en el pasado, hasta que la razón venció, tal vez motivada por la culpa, de ahí vino la separación. La nostalgia, tal vez los celos, la vida sin rumbo fijo de cada uno los reunía de nueva cuenta. Dos caminos: recordar ese maravilloso sexo y caer una vez más en ese juego pasional que tan bien conocían, que tanto disfrutaban, o mantenerse firme. “Quedamos en algo: no me busques que yo no te buscaré”. Ella lo sabe, lo piensa por un segundo y cede al mismo tiempo que sus pantalones. Los motivos para mantener la distancia se alejan al mismo tiempo que caen el cinturón de él y la blusa de ella.
Ella lleva las riendas, lo sabe, y se aprovecha. Ella lo incitó, ella lo provocó. Se deja enredar con suavidad en el cuerpo desnudo de él. Sonríe ante la cara de éxtasis de él. Lo incita a venirse. Caen, uno al lado del otro. Él bañado en sudor, ella, en satisfacción. Mientras se visten él pregunta “¿Qué vamos a hacer ahora?”, cierta emoción, cierta ilusión. Ella abre la puerta del cuarto y lo invita a salir. “No te preocupes, ya yo te llamaré”. Cierra la puerta. Él no lo sabe, pero ella ya decidió. Mañana se muda de ciudad. Ahora sí, va en serio, éste es el adiós.
Nerea. 1º de enero, 2009.
Nerea. 22 de mayo, 2011.
“This ship is taking me far away from the memories of the
people who care if I live or dieHold you in my arms, I just wanted to hold you in my arms, I
just wanted to hold“
~Muse~
El cielo clavado de estrellas refugia como metal líquido, mercurio multicolor, en la bóveda celeste. Las luces de la ciudad siempre tenían ese efecto en la naturaleza, la deformaban de su belleza natural para darle otro toque, un poco mas extravagante si gustan, mas humano si es posible. La muchacha contemplaba el cielo, fascinada. Le hubiera encantado pasearse por las calles y tocar las nubes. Pero debía quedarse ahí, encerrada. Qué tanto peligro podía haber, la verdad no lo sabía. Toda su vida había estado encerrada en ese mundo de burbujas enorme que eran casas, oficinas, centros comerciales. Aunque afuera hubiera luces, ella no sabía quién las había instalado. La humanidad entera estaba confinada a ese autoencierro inhumano. Qué ironía. Pero esa noche el cielo se veía más radiante de lo normal. Y además, no había nadie. Los toques de queda ya no se acostumbraban, ya nadie se atrevía a obviarlos. Su familia estaba fuera, en una cena en casa de alguna tía aburrida. Era su oportunidad, quería acariciar las estrellas, perderse en las nubes brumosas de extravagantes formas. Se acerco a la puerta que daba al exterior, esa que nunca se había atrevido a abrir. Titubeó por un instante y apretó el botón que con un suave ronroneo abrió la escotilla. Las nubes empezaron a colarse por ahí. No podía dejar rastros de su atrevimiento, así que salió de un brinco y cerró tras de sí la escotilla. Podía tocar las nubes, pero se estaba asfixiando. Los gases la estaban saturando. Ni siquiera olían mal, era inoloros y coloridos venenos despojos de la última Guerra Mundial, la biológica y química que se había cargado a la mitad de la humanidad. Era una cosa hermosa y atemorizante. Las estrellas estaban junto a ella con ese baile arcoiris. Y los gases la saturaron, llenaron sus pulmones, quemándola en vida, con imágenes de luces titilantes y caricias de vidas pasadas. Ya no vería a nadie nunca más, pero al menos había podido abrazar la libertad, inexistente para la humanidad desde hacia siglos. Tonta desobediente. Feliz aventurera. Muerta en brazos de anhelos.
Nerea. 20 de junio, 2009.
La lluvia se va fundiendo con la piel blanca, poco a poco. Cada gota fría va resbalando suavemente por las curvas discretas de algodón. En la oscuridad del terciopelo negro que es el manto nocturno cargado de nubes de tormenta, la pareja está a buen resguardo. Las manos de él son hielos que van esculpiendo un cuerpo femenino con agua, agua que cae por hilos de cabello, agua que resbala por labios de cereza, agua que dibuja las montañas y los valles. Esta noche es la lluvia la protagonista, es ella la que traza el ritmo y la cadencia, la pasión y la ternura. La lluvia dibuja los dos cuerpos ocultos en el refugio de la noche tormentosa. Cuando nadie quiere salir, ellos están afuera, bebiendo besos de lluvia veraniega, percibiendo la humedad de los cuerpos, de la piel perlada de forma sutil. El frío sólo sirve para aumentar un poco más la temperatura, para querer estar más cerca, para no soltar el abrazo que los mantiene fundidos, amantes prófugos. Y sólo cuando la ropa no puede guardar más lluvia, cuando la pared ya no es buen apoyo, sólo entonces huyen de la intemperie para refugiarse en el cobijo de la desnudez bajo las sábanas en una noche que se resbala como agua entre los dedos, como lluvia en el cristal de la ventana, mudo testigo del amor de la pareja y sus atrevimientos nocturnos.
Nerea. 10 de agosto, 2009.
Nerea. 22 de mayo, 2010.
Imagen de Oprisco
—¿Has visto a tu abuelo?
—No, pero creo que por allá anda mi papá.
—No me extrañaría. ¿Tiene mucho que lo viste?
—Sólo lo vi pasar, hace un rato, apenas de reojo. Estaba acabando lo de mi trabajo y no presté tanta atención.
—Mmm…
Mi mamá se fue de mi cuarto. Volteé a ver mi celular para ver la fecha: 24 del mes. ¡Claro! No debería extrañarme que por eso el abuelo y mi papá estuvieran haciendo rondas. Procuré concentrarme en mi texto, la mirada fija en la pantalla, sin voltear, aunque sintiera a alguien observándome.
***
A veces las personas son más sensaciones que presencias. Uno entra en un sitio y presiente a la gente que está ahí. Su humor, su alegría o su disgusto. Si se es lo suficientemente sensible, hasta sus enfermedades y el cambio apenas perceptible en la respiración del que está por soltar este plano existencial. A veces, esa sensibilidad es una maldición. Voltear a ver a alguien y pensar “mañana no despertará” es casi tan desgarrador como el hecho de que en efecto alguien no despierte al día siguiente.
***
—¿Puedo ir a trabajar a tu casa? —le pedí a un amigo un día 26 del mes. Al siguiente, fue a mi mejor amiga. —No soporto estar en casa.
—Claro, ven—respuesta empática pre-diseñada.
No podía pedir más. Tampoco podía explicar que no soportaba estar en casa porque escuchaba los pasos de mi papá en el pasillo, lo sentía caminando de su cuarto a la cocina, lo sentía sentado en la sala rezando y meditando. Mi corazón se volvía a parar. Ni todo el paracetamol del mundo iba a aliviar esos microinfartos.
Tal vez por eso, eventualmente, opté por regresar a trabajar en una oficina. Tanta ausencia a mi alrededor debía llenarse con presencias nuevas: llenar los nuevos días 25, los siguientes 26, los imparables 27…
***
El problema de la muerte no es para el muerto, es para los vivos: seguir adelante. La muerte le deja a los vivos un vacío que duele. Y no es un eufemismo: un corazón roto duele. En algún lado leí que incluso tomar paracetamol está recomendado. Como si fuera un dolor de cabeza o dolor muscular. El sufrimiento emocional desgarra el corazón, lo detiene por un momento, lo golpea. Por eso: paracetamol. ¿Y el vacío? ¿Ése con qué se llena? ¿Ése con qué se supera?
Pero ¿quién elige las presencias? Podemos estar rodeados por un ejército de ánimas y seguir tan solos y abandonados como al inicio. De nuevo: el vacío. Al vacío no lo calma el paracetamol.
***
—He estado soñando a tu papá.
—Anda rondando por acá—respondí, sin pensarlo. Volteé a ver a mi mamá. ¿Sentir a mi papá le causaba un nuevo golpe a su corazón? ¿Debía ofrecerle paracetamol?
Llevaba una semana sintiendo a alguien en la casa. Fue fácil asumir que era mi papá. Cada cierto tiempo lo sentía. Aunque quizá era mi abuelo, a final de cuentas estábamos cerca del primer aniversario luctuoso.
Cuando uno sigue sintiendo las presencias ¿podemos hablar de vacíos? Y si no son vacíos, sino sensaciones ¿podemos decir que los vivos siguen adelante? Hubo una época en la que temimos que nuestro duelo no estuviera dejando avanzar a mi papá. Sin embargo, hubo momentos en los que yo me preguntaba si no era a la inversa: él no quería ser ausencia y, por lo tanto, seguía presente, sin dejarnos avanzar a nosotros. ¿Miedo al olvido? ¿Los muertos pueden temer su propia ausencia?
***
—Soñé a mi papá. Me dijo que estaba orgulloso de mí. Como esa vez en el hospital. Ese sueño fue feliz. No como el del año pasado, cuando me dio bronquitis.
—¿Por qué, chiquilla? —me preguntó mi amigo.
Sonreí, esa sonrisa medio rota, medio nostálgica:
—Estaba en mi cuarto, adormilada. Escuchaba afuera el ruido propio de abrir la alacena, de mover trastos: mi papá estaba preparando el desayuno. El olor a tocino crocante era lo que me había despertado. Mi papá entraba al cuarto a decirme “Buenos días, guapa, ven a desayunar porque necesitas energía para recuperarte”. Pero yo sabía que era un sueño y no quería abrir los ojos para que él no se fuera y al mismo tiempo, quería verlo, abrazarlo…
—¿Y lo viste?
—No—los ojos se me llenaron de lágrimas—, simplemente lo sentí. Pero sí me desperté, maldita sea, y no lo pude abrazar.
Mi amigo me dio ese abrazo pendiente. No pude llorar. El vacío se tragó las lágrimas.
***
Mi mamá siempre dijo que yo era muy sensible. “Veo gente muerta” sería motivo de burla, como un meme. Pero es una forma de explicarlo. Aunque no los veo. Los siento. Hipersensibilidad. Una sombra que pasa, unos pasos que sólo mi perrita y yo escuchamos. Una puerta que se cierra cuando en realidad nunca se abrió. Guiños que apuntan a un desequilibrio mental si le preguntan a los más estrictos y cerrados de mente. Un don si le preguntan a los más esotéricos. Mi realidad, ni buena ni mala, si me lo preguntan.
Esa sensibilidad explica también mis dèjá vu y la vez que supe, por culpa de un sueño, que mi papá moriría pronto. No menciono esas cosas en voz alta, no suelen ser las mejores historias para las reuniones. Uno se acostumbra a callarse algunos aspectos de su mente. Al vacío le gusta ese silencio: lo alimenta.
***
Todos los que han vivido una pérdida dicen que no se supera, sino que se aprende a vivir con ella. La vida sigue. No hay que aferrarse. Pero es normal, es natural, que haya días tristes, nostálgicos. Los duelos no se terminan del todo. Se clavan en el ADN y uno de acostumbra a los días azules. Si son demasiados en fila, entonces hay que tomar paracetamol, un té tibio y cobijarse con recuerdos felices. Sin altares extraordinarios. Sólo una buena dosis de momentos mejores, sin idealizaciones. Y al día siguiente, volver a empezar.
***
Un día 25 se fue mi papá. Un día 25 se fue mi abuelo. Demasiada coincidencia. Quizá por eso mis muertos rondan mi casa cada equis tiempo: vienen a acompañar a alguien.
Tal vez cada día 25 deberíamos tomarnos un paracetamol, sólo para prevenir. Así como la media aspirina de los hipertensos: un paracetamol para los hipersensibles.
***
—Acaba de fallecer tu bisabuela.
—Por eso andaban por acá mi papá y el abuelo ¿no? —las palabras salieron de mi boca antes de que las pudiera detener. Era lo que pensaba.
—Sí, tu abuelo vino por ella. Lo último que dijo fue “Jaime”.
Cubetada de agua fría. Hoy es un día 25. De nueva cuenta. ¡Carajo!
Crédito de la imagen Vinegar
Ustedes lo saben: me gusta mucho leer. Puedo hacer recuentos de los libros que se han quedado conmigo, de las historias que he envidiado, de los mundos que me han cautivado. Pero hace relativamente poco platicaba con un amigo sobre los cuentos que me han causado pesadillas.
Sé que una historia me cala cuando la veo entre mis sueños. Y esas historias son las que más me han impactado. Tengo un serio crush con lo creepy, es decir, me gusta que las historias me provoquen sueños erráticos que me hacen dudar de mi cordura. Son muy pocas las historias que lo han conseguido. Cuatro para ser exactos. Cinco, si contamos el maravilloso cuento Snooze/Light de Sofía Mateos, ex-compañera mía en prepa.
Hoy les quiero platicar de estos cuatro cuentitos y prometo más adelante subir mis traducciones de dos de ellos. En cada título está el enlace para que los puedan leer en línea.
El corazón delator de Edgar Allan Poe
Este cuento es un clásico. Fue publicado por primera vez en la revista The Pioneer en 1843. Yo, lo leí por primera vez en el año 1999, estando en tercer grado de secundaria. Un asesinato, descuartizamiento y el ocultar al muerto bajo el entablado; en la escena ronda la locura. La culpabilidad carcome al narrador, porque no deja de escuchar el corazón del asesinado. Sí, soñé con corazones latiendo bajo el suelo y con descuartizados.

Edgar Allan Pooh
Each to each de Seanan McGuire
Este cuento fue publicado originalmente en 2014 en la revista Lightspeed Magazine, aunque yo lo conocí en 2015 al ser parte de la maravillosa antología The best american Science fiction and fantasy. Esta antología sale anualmente desde 2015, siendo una recopilación de cuentos publicados en revistas gringas. El de 2015 fue antologado por Joe Hill.
El cuento de la fabulosa McGuire habla de sirenas, criaturas creadas genéticamente para ser parte del ejército. Sólo las mujeres pueden ser sirenas. Y juega con la premisa de ¿qué pasa cuando estos soldados genéticamente creados se vuelven salvajes? Gone rogue sería el término. No quieren saber con qué tipo de tiburones soñé después de leerlo. Es uno de los dos cuentos que prometo traducir.
A guide to the fruits of Hawai’i de Alaya Dawn Johnson
Este cuento también lo leí en la antología The best american Schience fiction and fantasy 2015. El escenario es Hawaii, en una colonia en la época post-apocalíptica. Los vampiros dominan la Tierra y tienen sus granjas donde crían humanos para poderse alimentar. ¿Se imaginan crecer en un mundo así, ser creado exclusivamente para ser “ordeñado” por vampiros? Sobra decir que soñé con vampiros y con una prisión de la que había que escapar. Y piñas. Muchas piñas. Es el segundo cuento que quiero traducir.
Tú sabes quién eres de Alberto Chimal
El primero de los cuentos del libro Los atacantes publicado por Hojas de Espuma en septiembre de 2015, este cuento me causó escalofríos y la extraña sensación de ser constantemente observada por alguien. Súmenle la voz en off que a veces me acompaña (voz narrativa, lo siento, sé que suena medio loco) y el resultado fue una noche de sueños con notas extrañas y una leve paranoia. Este cuento no lo he hallado en línea más que en la muestra que hay en el enlace que les pongo. Pero todo el libro Los atacantes es para generar pesadillas. Si son fans de Black Mirror, este libro es imperdible.
El último cuento que me ha causado pesadillas es de Sofía Mateos y lo leyó por primera vez en el Taller de Creación Literaria de la Escuela Tomás Alva Edison. Yo aún lo tengo, después se los he de compartir también.
A ustedes ¿hay historias que les calen hasta los sueños?
Como ya había comentado antes, me he reencontrado con los cuentos (es un reencuentro muy feliz, la verdad). Fue por eso que en mayo de este año, cuando mi hermana me preguntó qué quería de Día de las Madres sin dudar le pedí la antología La tienda de los sueños, antologada por Alberto Chimal y publicada por el sello Gran Angular de SM Ediciones.
El libro compila 20 cuentos de autores mexicanos, cubriendo poco más de 100 años de letras. Curiosamente, sin que fuera una meta de Chimal, hay 10 escritores y 10 escritoras.
Este bello libro sería mi máximo si de nuevo diera clases en preparatoria. No sólo reúne una muestra amplia de lo que es la Literatura de la Imaginación, sino que es un inicio para adentrarse en los caminos amplios que la imaginación mexicana (e internacional) nos provén. Es a la vez, una alfombra mágica que permite volar a otros mundos y un libro que podría ser didáctico por accidente. Estaría en mi lista de clase de Literatura ideal.
Al inicio de cada cuento hay una breve bio de cada autor y al final de cada vienen referencias: cuentos (o incluso novelas) cercanos. Es así como esta antología va más allá de los veinte cuentos: como ondas en el agua inicia en un punto y se extiende más allá de ello.
Además, inicia con un prólogo maravilloso de Chimal, experto en el tema de la imaginación y gran defensor de que la imaginación en México sí existe.
He ido leyendo el libro a cuenta gotas, porque me gusta disfrutar cada cuento como un postre delicioso. Me ha ayudado a reencontrar la emoción por los cuentos bien escritos y a conocer más de las letras mexicanas, campo que desconozco.
Si llegan a ver este libro, no lo dejen pasar.
Una cita que tomo del prólogo:
Si todo esto es verdad, quiere decir que la imaginación fantástica es incómoda, tal vez subversiva, pero sobre todo muy necesaria. La historia reciente de este país demuestra que muchos de nuestros problemas se derivan de no querer pensar en alternativas a formas de actuar, de organizarnos, de pensar, que pudieron haber tenido éxito en el pasado pero no lo tienen hoy. La literatura por sí sola no cambia al mundo, pero sí puede inspirar a individuos —y a sociedades— a imaginar sus propias posibilidades de cambio.
Al día siguiente, despertó en una cama mullida, sintiendo el calor de otro cuerpo junto al suyo. Obligó a la pereza a largarse de sus ojos para lograr enfocar a su acompañante. Era una muchacha, dándole la espalda, quien compartía la cama con él. El cuerpo de ella, esbelto sin llegar a caer en los cánones de la belleza muerta de hambre, se movía apenas al ritmo de la respiración tranquila de la chica durmiente.
“Pero…pero…”, por más que martilleaba su cabeza para recordar, no podía arrancar la memoria de haber conocido a esa muchacha, mucho menos habérsela llevado a la cama. Y para todo esto, ¿en qué cama estaban?
Era claro que no era la suya, pero el cuarto era demasiado genérico como para saber si era el de la extraña durmiente, o el de un hotel de paso.
La falta de ventanas no le ayudaba. Se sentó en la cama. ¿Cómo sería el rostro de ella? La cabellera oscura se extendía sobre la almohada, el colchón, la cadencia de la espalda bajando por las curvas femeninas. No quería despertarla y sin saber si el cambio de peso en la cama la despertaría, mejor intentó ver desde donde estaba el rostro de la chica. Alcanzó a ver un asomo de una oreja, una nariz afilada y fina, como si fuera de muñeca de porcelana… el perfil se veía bello, con una de esas bellezas horrendas porque quitan el aliento, porque son profundas como la demencia… porque aterra ver que quien comparte tu cama no tiene rasgos humanos, aunque parezca humana.
Entonces, ella abrió los ojos. ¿O no los abrió? Los párpados se habían levantado en ese rostro que parecía humano pero no lo era. Tras los párpados, unas cuencas vacías fungían de ventana al infinito: el Universo entero, con toda su belleza y todo su horror, anidaba en las cuencas de la muchacha. Se había levantado y lo veía de frente, el pecho desnudo y frágil tejido con telarañas y lluvia. Ella tenía la mirada (¿pero calificaba como mirada eso?) clavada en él, y aunque él quería desviar los ojos, no podía.
En la cuencas bailaba el pasado: el joven contempló su día de titulación, las noches de desvelo leyendo hasta que las palabras perdieron sentido. Más atrás: el rompimiento con ese primer amor, el que dicen que nos marca para toda la vida. Horas y horas de música hip hop y jazz. Aún más atrás: su primer día en el kinder, su primer paso, su primera palabra, el primer latido de su corazón apenas formándose en el vientre de su madre.
Al mismo tiempo en esas cuencas bailaba el presente: una habitación genérica en la que él se sentaba en una cama, contemplando a la muchacha, que no era una muchacha pero se le parecía bastante, perdido en unos ojos vacíos y desbordados.
Ella sonrió, una sonrisa de plata, de leche, de lavanda. “¿Cómo demonios…?” él que se preciaba de conocer un vocabulario amplio, de haber viajado entre letras, fantasía y horrores, no podía describirla. Sin embargo sentía la promesa en el aliento cálido de su acompañante: el futuro eterno, todas las posibilidades, todos los rumbos que responden a la eterna pregunta “¿Qué pasaría si…?”, ella podía dárselos. Simplemente él tenía que darle una cosa y podía poseer el futuro del Universo entero.
Todas las respuestas, todo lo que hubiera, habría, podría ser, todo lo que fue, es y será: todo cabía en esas cuencas infinitas, en la eterna mirada de la muchacha que no lo era. Todo a cambio de que él existiera siempre ahí. De vez en cuando hacerle el amor, de vez en cuando enseñarle términos que ella no entendía, como la diferencia entre coger y amar, entre dormir y soñar, entre planear y ejecutar. Todo eso ella se lo prometía—él lo sentía en la sonrisa indescriptible, en el aliento cálido— a cambio de él: de que le regalara su pasado, su presente y su futuro. Tener todas las opciones del Universo siempre que él no saliera de ese cuarto ni hoy ni nunca. ¿En serio serviría saberlo todo, lo posible y lo real, lo imposible y lo fantasioso, si jamás se lo podía narrar a nadie, si jamás lo podía aprovechar? Además, ella era hermosa al grado del terror. Contenía la memoria de las estrellas ya muertas y de las galaxias por nacer. Ella ya había sido, y apenas empezaba a ser, y todavía sería y seguiría siendo cuando él ya no estuviera. ¿Ofrendarle los minutos, las horas, los años o los segundos de vida que le quedaran a cambio de saberlo todo?
“Debería dejarme pensarlo un poco, darle mi respuesta después, tras meditarlo”, pensó él. No podía articular las palabras, pero intuía que ella no necesitaba oír su voz para escucharle. La sonrisa en el rostro de sueños y pesadillas se agrandó. Ella extendió sus manos, tomó el rostro de él y sin aviso, lo besó.
El Universo explotó a su alrededor: el Big Bang volvía a ser, la muerte del Sol y de la Vía Láctea, el nacimiento de un nuevo cosmos. Todo se conjuntó mientras él sentía un deseo indescriptible, una sed que ni en las noches más acaloradas había concebido. Necesitaba tenerla en ese momento. Después de saciar el deseo podría tomar una decisión cabal. Al día siguiente, despertó en una cama mullida, sintiendo el calor de otro cuerpo junto al suyo.