Entradas

En estos días he estado leyendo cosas en las redes sociales que me causan conflicto, un conflicto más añejo que yo (seguro), pero no puedo evitar sentir una leve rabieta anidar en mi pecho.

Se ha convocado a una marcha, teóricamente en nombre de la familia, en contra de… ya no sé de qué tanto. Pareciera que es para borrar de un golpe los derechos que trabajosamente se ha otorgado a la comunidad LGBT. Pero con todos los comentarios que he visto surgir, más bien pareciera que nos quieren aventar de un golpe al medioevo.

He visto gente que clama que la familia nuclear son papá-mamá-hijos, cualquier otro tipo de congregación social que comparta techo (y posiblemente lazo sanguíneo) queda invalidada.

¿Cómo por qué? Porque ellos (los que están detrás de esas imágenes, de la idea de la marcha, del odio) lo dicen.

Con esas ideas, acaban de mandar al olvido a mi pequeña familia. En mi casa vivíamos, hasta hace un año, mi papá, mi mamá, mi hermana, mi hijo y yo. Ah, sí, y Romi, la perrita. Después mi papá falleció, mi hermana se fue con mi prima y quedamos mi peque, mi ma, dos perros medio critters y yo en la casa. Según las declaraciones que rondan las redes como soporte para marchar en pro de la familia, nosotros aún con mi papá, no calificábamos como una familia.

Como madre soltera ya me he enfrentado en infinidad de ocasiones a la idea de que sin hombre no sólo estoy sola, sino incompleta. Creo que la peor fue cuando una de las mamás de los compañeros de mi hijo en la escuela me dijo “Debe ser horrible ¿no? Ser mamá de un hijo varón y no tener un hombre a tu lado que le enseñe a ser… hombre verdadero”.

No sé por qué la gente piensa que yo sola no puedo criar a un ser humano decente (y ojo, sola a medias, porque cuento con el apoyo de mi familia… y sí, ahorita en mi familia inmediata somos básicamente mujeres). Es como pensar que una pareja que opta por no (o no puede) tener hijos deja de ser familia automáticamente.

Me entristece también que esos argumentos, que deshumanizan, estén peleando por retroceder en el tiempo.

Yo tengo varios amigos de la comunidad LGBT y me indigna que los hagan menos por su preferencia sexual. Y antes de que alguien respingue: entre mis amigas hay lesbianas y bisexuales [digo, antes de que me salgan con el “como te llevas con hombres homosexuales por eso no te importa, porque si fueran mujeres tratando de ligarte te espantarías”] ello no me impide quererlas. Ah, claro, y tampoco significa que me tiren la onda (hombres hetero: en serio a toda mujer le tiran la onda no más porque le gustan los hombres, aunque no sea de su gusto? ¿no? Así igualito los gay tienen sus gustos y no le tiran a todo, no jodan).

Comentaba con mi mamá que por fortuna en mis redes sociales, cada que comparten esas imágenes de la marcha es con indignación: no he topado con nadie a favor de la idea. Pero eso no implica que no existe gente a favor de la marcha, del ir para atrás, del odio. Las cosas no son negro o blanco. Por eso necesitamos tolerancia. ¿Cuánta gente allá afuera es tan intolerante o tiene tanto miedo de lo que no conoce que está a favor de estas ideas?

Me aterra porque son esos discursos los que estamos viendo crecer poco a poco con la (mala) retórica de Trump: eso que no entienden, que ven como amenaza, ha de eliminarse.

En un mundo distópico donde la gente a favor de la marcha por la familia gana la guerra que se desata, mi hijo y yo tenemos que huir para evitar que nos encierren: a él para reprogramarlo mentalmente para que sepa que fue huérfano y que es su deber conseguir una buena mujer para tener hijos con ella y formar una familia, y a mí para dejarme en un calabozo por insurrecta al pugnar por decir que sí soy una familia monoparental.

No es tan distópico ¿saben? Para el gobierno de la Ciudad de México no soy madre soltera, porque a pesar de que el papá de G no existe en el panorama desde hace más de 8 años, firmó el acta de nacimiento: con eso queda claro que no estoy sola. Que en la práctica no haya figura paterna para mi peque los tiene sin cuidado. El mundo está más de cabeza de lo que pensábamos.

Por favor, gentecilla, no fomenten el odio. Dense cuenta de que existen muchos tipos de familia, tantos como personas. ¿Cuándo haremos caso del “Vive y deja vivir”?

Cierro con las palabras de mi querida Raquel Castro (publicadas en su Facebook con la imagen que puso inicialmente Alberto Chimal):

Cuando era niña, mi familia era así: papá, mamá, abuela, hermanito, Tina y yo. Tina me cuidaba y no era mi parienta, pero vivía en casa y yo la quería un montonal. Y ella a mí.
Luego, durante un tiempo, la familia fuimos papá, mamá, abuela, hermanito, tíoCarlos, primaTatiz, Bolín y yo. Bolín era nuestro perro. Todos lo adorábamos.
Luego murió mi mamá y nos fuimos a vivir a otro lado mi papá, mi hermano y yo. Y esa fue mi familia. Chiquita y a veces adolorida por las pérdidas (y porque más de dos se empeñaban en que si éramos nomás nosotros tres no éramos familia), a veces ampliada por la presencia temporal de alguna amiga o parienta que se iba a vivir un tiempo con nosotros.
Después mi papá se casó. Y fuimos mi papá, Mary, mi hermano y yo. Y Cuca y Beakman, nuestros gatos.
Entonces me casé yo y me fui a vivir a otro lado. Mi familia fue Alberto, el gato Primo y yo. Y luego se añadió al gato Morris. Así es actualmente y seguirá siendo mientras no se añada algún otro gato, porque Alberto y yo tomamos, hace más de diez años, la decisión de no tener hijos; y no hemos cambiado de opinión.
Claro, mi papá, Mary, mi hermano (que vive en el gringo), mi abuela y mi madre (que murieron), muchos primos y tíos y amistades siguen siendo mi familia del corazón; pero a lo que voy es que la familia nuclear, esa con la que comparte uno el techo y el día-a-día, puede ser muy diferente de una casa a otra e incluso cambiar mucho de una época a otra de la misma persona.
Y nadie tiene derecho a venir a decir que tu familia no es una familia si no se parece a otra. (Una cosa es defender nuestros derechos y otra querer negarle sus derechos a otros. Eso último no se vale).

 

Llevo una vida entera de pregonar que no soy material Godínez. Aparte de que enfurecí a algunos de mis amigos (lo sintieron como atentado contra su estilo de vida), esta declaración causaba conflicto en mi existencia. Mi papá, por ejemplo, solía preocuparse. “Has estado en muchos trabajos y nada te ha gustado, ¿no has pensado que el problema está en ti?”. Por supuesto que lo llegué a pensar miles de veces. O de plano yo tenía muuuuy mala pata o algo estaba descompuesto en mí.

Lo que quizá las personas no captaban ante mi declaración era que de verdad me preocupaba el hecho: ¿cómo tantas personas viven tan felices siendo Godínez y yo de plano no encajo? Y, vaya, no se trata de ser del montón y hacer lo que hace toda la banda, era una sincera preocupación de qué estaba haciendo mal yo. ¿Qué cosa estaba tan disparatada en mi loco ser que no me dejaba quedarme en un solo sitio por más de un año?

Me pasaban muchas cosas:

  1. Los sueldos eran miserables. ¿Han visto esos chistes de que cuando solicitan un diseñador en realidad piden alguien que sepa de Diseño Gráfico, Diseño Web, Programación, Ventas, tenga 25 años de experiencia pero que cobre como un becario? Bueno, eso aplica casi en cualquier ámbito. Es impactante como muchas empresas piden perfiles súper elevados que de paso sientan un total desapego de lo material: que vivan del aire y no quieran cosas materiales, porque con lo que pagan no alcanza ni para los chicles. Ahora imaginen ese tipo de sueldo para mí, que no me mantengo únicamente a mí, sino que tengo un chamaco al que ya malacostumbré a comer tres veces al día y usar zapatos. Siempre he amado dar clases, pero los sueldos de maestro en general son bajos. Y ser profe “de carrera” (ya saben: corriendo de una escuela a otra) para subsistir en esta adorable ciudad monstruo donde los tiempos de traslado comen el alma de a poquitos es nefasto.

2. Las condiciones de trabajo era infrahumanas. Ya he dicho que el peor sitio de trabajo en que he estado fue la Editorial, donde había una doña de Recursos Humanos cuya única función era hacerle de gendarme y ver en qué estábamos ocupando nuestro tiempo. No podíamos hablar con el de junto y el que se escuchara charla (aunque fueran susurros) era un crimen. Ya no pensemos en risas. Las empresas que basan su forma de trabajo en el terror, en la esclavitud, y en la cantidad de cosas producidas se me hacen terribles. No importa su presentación. Echarle a eso contar los minutos disponibles para ir al baño, por ejemplo, se me hace una mentada. El recurso más importante de una empresa, la que sea, es su gente. Si los vas matando de a poco para generar robots, estás descuidando la vida de la misma empresa. Pero pocos empresarios lo entienden. Calidad sobre cantidad. Calidad por encima del billete. Porque sin calidad NO HAY billete. Punto. ¿Y qué cosa más importante que la calidad humana?

3. Los chismes y las malas vibras abundan. Quizá me paso de idealista. Odio la idea de los cangrejos mexicanos. Ese afán de tirar al prójimo para lucirse uno. No, de verdad no puedo con eso. La idea de radio pasillo, vivir a la defensiva y no poder confiar en los compañeros de trabajo me deja muy malita de mi fe en la humanidad. He pasado por trabajos en los que ni tu material de trabajo puedes dejar en tu lugar porque seguro te lo roban, hasta aquellos en los que no puedes ni estornudar porque los altos mandos se van a enterar. En uno de los restaurantes en que trabajé, mis compañeras me odiaban tanto que corrieron el chisme de que en tres semanas me había acostado ya con todos los hombres y dos mujeres de la plantilla de empleados. Me enteré de ese chisme ¡por la jefa de Recursos Humanos que me llamó a su oficina preocupada por mi presunta promiscuidad! Cuando le planteé que me asombraba que se hubiera creído el chisme (no había suficientes horas del día para que yo hubiera logrado tal cosa, ni aunque mis compañeros se hubieran puesto en fila dentro del horario laboral), la señorita de RH suspiró aliviada. ¿Cómo la gente puede creer cualquier estupidez? Encima de todo ¿por qué la gente ocupa su tiempo en generar esas estupideces? ¿No se supone que estábamos trabajando? Ocupar el tiempo mejor en generar propuestas para mejorar el sitio de trabajo se me hace más productivo que jugar a crear telenovelas, pero quizá ésa era sólo yo.

4. Mandé al diablo el CV hace mucho y mi perfil no está claramente definido. Empecé a trabajar muy chica por necesidad. He pasado por un sinfín de trabajos, desde en el ámbito de restaurantes y servicio al cliente, hasta docencia, talleres, corrección de estilo y generación de contenido. Eso provocaba muchas cosas en los reclutadores: desde el “no eres alguien estable” hasta el “estás sobrecalificada para el puesto”. Mi continuo afán de estudiar y aprender, así como la flexibilidad que he tenido para aventarme a trabajos nuevos acabó construyendo un perfil muy extraño. Mi actual jefe lo definió como que me he “construido holísticamente, creando un perfil único y difícil de definir”.

Cuando fui a la primera entrevista de mi actual trabajo, le comenté a un amigo que esperaba tener un buen equipo laboral. El ambiente, ante todo, me importaba. El sueldo que me ofrecían era alto, pero no estaba dispuesta a perder mi sanidad mental sólo por el dinero.  “El ambiente lo puedes construir tú”, me dijo él. Cierto… aunque no del todo. Me preocupaba mucho qué podría ocurrir en este nuevo trabajo.

Puedo decir hoy que al fin he caído en un trabajo en el que mi perfil extravagante era justo lo que buscaban. Las condiciones de trabajo no son infrahumanas. El sueldo es decente. Y bueno, aunque del radio pasillo nadie se salva, es chido que respetan mis cosas en mi lugar y que la vibra de este sitio no mata el alma a poquitos.

No es el trabajo perfecto, no creo que exista tal cosa. Pero al fin empiezo a entender a mis amigos Godínez. Más allá del encanto de recibir un pago cada quincena (¡adiós incertidumbre de freelance!) estar en un lugar donde mis habilidades sirven para hacernos la vida más fácil a mi equipo y a mí es hasta relajante. Y llevarme bien con mi equipo ha sido maravilloso. Hemos visto que la clave está en, aparte de haber hecho click y tener temas en común, saber darle su lugar al trabajo.

Captura de pantalla 2016-09-02 a las 2.26.58 PM

Ya he puesto en mi Facebook y en Instagram que disfruto mucho la hora de comida acá porque no hablamos de trabajo. Hablamos de la vida, nuestros gustos, patoaventuras, lo que sea que no sea la oficina. Ese desconecte nos permite regresar a la oficina descansados. El viaje de integración al que fuimos el fin de semana pasada también ayudó a que conviviéramos en otro contexto.

Captura de pantalla 2016-09-02 a las 2.27.58 PM

Al fin entiendo la idea de llevarse bien con los compañeros de trabajo, y creo que sí tuve en general muy mala pata en el pasado. Lo bueno es que la vida laboral ya se puso las pilas y se está ganando puntos buenos conmigo. En particular al presentarme a personas bien chidas con las que puedo trabajar bien. ¡Alabado sea!

Amigos Godínez: disculpen las veces que los hice sentir mal. Sigo pensando que el ser godín no es para todos (así como emprender no es para todos). Pero ya voy entendiendo más su estilo de vida. Tengan paciencia conmigo. Yo sólo sé hablar desde mi experiencia. Y al fin me ha tocado una buena experiencia godín.

Hace unos tres años, cuando tomé mi Diplomado de Estrategias para la Lectura, se abrió un mundo nuevo para mí. Mi profe José Urriola planteó tantas cosas que no sabía por dónde empezar a explorar las nuevas miradas al mundo que acababa de conocer.

De entre todas las cosas, creo que lo que más me caló fue la ida del peligro de una sola historia.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=F3cIVHUnbXI]

Tras ver ese video me pregunté muchas cosas, principalmente ¿qué tan amplia era mi visión del mundo literario en realidad? Muchos de los que me conocen se asombran por lo “mucho que leo”, pero tras escuchar a Adichie pensé “Sólo he leído cosas gringas, algo de los ingleses y ya”. Ok, exageré. Pero mis lecturas son tremendamente occidentales, con una fuerte influencia anglosajona.

Cuando hace un año topé con el “Niño de las Chelas”, con quien empecé a hacer las catas para Kya!, recordé esa idea mía de que he leído sólo una versión de las letras que hay afuera. El Niño de las Chelas estudió Letras y se ha clavado en literatura mexicana contemporánea. Su conocimiento sobre lo que hay en nuestro idioma, en nuestro país, me recuerda cuánto me falta por leer y aprender. Pero no sólo quiero leer de aquí de México (que sigue siendo mi historia, mi mundo), sino que pensé “Quiero saber qué escriben en Egipto, en Nigeria, en India, en Japón, en China…” en el mundo entero de ser posible. Y en particular ¿qué escriben las mujeres? Porque los nombres que me venían a mente eran de hombres: Goran Petrovic (cuyo Atlas descrito por el cielo es una verdadera belleza etérea), Haruki Murakami (que se ha vuelto tan popular a mi parecer porque escribe muy para occidente), Neil Gaiman (mi inigualable crush literario)… la única mujer que me vino de golpe a la mente fue Cornelia Funke.

Así que consulté con mi sitio bibliófilo de confianza (Book Riot) para conseguir listas de libros que valga la pena leer—ya sé que las listas son extremadamente subjetivas, pero algo que me gusta de los rioters es que son muy amplios en sus recomendaciones porque buscan que uno salga de lo ya muy conocido.

Fue de ese modo que di con varios títulos que sonaban interesantes. Había un problema: eran títulos que se conseguían por Amazon. Tengo un serio problema con Amazon: el envío muchas veces sale más caro que el libro en sí mismo. Mi intención de cumplir con un experimento personal (leer libros del resto del mundo, de preferencia de autoras), tuvo que ponerse en pausa.

Entonces, en una de sus transmisiones por #Periscope, Alberto y Raquel recomendaron revisar el sitio The Book Depository: una enorme librería online que no cobra el envío. La perdición para una bibliófila como yo. Así que, tres años después de que me entrara la duda, las ganas por explorar el inmenso mundo literario, tuve a mano las herramientas necesarias: mi listado, un buen sueldo que me permite darme el lujo y una librería que parece tener hasta lo más difícil de encontrar.

Hace tres días llegó a casa el que espero sea el primero de varios paquetes que mandaré pedir a lo largo del tiempo. Para fines de mi experimento, la primera entrega incluye dos libros de la japonesa Miyuki Mayabe: Brave Story, un bonito mamotreto de 800+ páginas, y Apparitions, una recopilación de cuentos basados en las leyendas de fantasmas del Antiguo Edo. Además llegó Three Strong Women, libro de la francesa Marie NDiaye. El cuarto libro fue sólo porque no lo había conseguido antes y me gustan mucho las epístolas: Dear Scott, Dearest Zelda las cartas entre los Fitzgerald.

Ya les platicaré cómo va el experimento. De mientras, si quieren sugerirme títulos para incluir a esta aventura, no duden en dejarme sus recomendaciones en los comentarios.

Mujer moderna

Entre más lo pienso, más me parece que la sociedad en general se ha timado a sí misma, creando sin notarlo unas trampas terribles que siguen manteniendo a las mujeres atrapadas en cosas quizá más estresantes (o sólo un nuevo tipo de estrés, no lo sé, no me consta) que el estrés de antes de que empezara el movimiento feminista.

Nací en los 80’s: para mí la educación ya era un derecho y el que las mujeres también trabajaran ya no era una excepción sino una constante en México, porque el sueldo de uno no alcanzaba para sostener a una familia de al menos tres o cuatro personas en la mayoría de los hogares.  Crecí con la idea de que no necesito un caballero que me defienda, ya que puedo hacer lo que yo desee. Mi primer desencuentro amoroso fue a los 17 años, cuando el niño que me gustaba me decía que podía salir conmigo mientras que nadie lo viera porque yo era “una nerd y podía arruinar su reputación” (nótese que él era un wannabe de ser cool y que toda la generación sabía perfecto que salíamos, pero bueno). ¿Ser inteligente y preocuparme por mis estudios era malo? Había crecido bajo la premisa de “Estudiar es tu única obligación” y que sólo estudiando podía ser alguien—aunque jamás me dijeron quién—en la vida.

Lo que no me dijeron, pero creo que fue porque nadie lo supo prever a tiempo, fue que mientras a las mujeres de clase media nos decían que podíamos hacer lo que quisiéramos, que éramos fuertes, que no éramos princesas, que podíamos trabajar, estudiar y ser amas de casa, a los hombres en el mejor de los casos sólo les dijeron que debían respetar a las mujeres. De repente los hombres se encontraron fuera de lugar.

De los pleitos más fuertes con cada uno de mis ex’s ha sido el “Es mi deber ser el proveedor” (palabras más, palabras menos, el mensaje central era ése). Pero ¿por qué carambas si yo no necesito que me mantengan? ¿No ven que soy una mujer fuerte, independiente, capaz y estudiada? Mientras que a las mujeres de mi generación nos alimentaron de esa forma las ideas, a los hombres les decían que deben ser fuertes, protectores, los proveedores del hogar… básicamente lo mismo que llevan generaciones enteras diciéndoles. Viene un choque cultural muy fuerte. Veo casos de hombres que quieren ser proveedores y al no poder serlo (porque la economía no da o porque simplemente la mujer no quiere) se frustran y ponen en juego una relación por encima de su orgullo. Ese veinte me cayó hace poco con un diálogo de la película The intern que, a mi parecer, refleja muchos conflictos de la llamada mujer moderna:

Jules: Here’s my theory about this. We all grew up during the “take your daughter to work day” thing, right? So we were always told we could be anything, do anything. And I think guys got, maybe not left behind, but not quite as nurtured, you know? I mean, like, we were the generation of “you go, girl.”We had Oprah. And I wonder sometimes how guys fit in, you know? They still seem to be trying to figure it out. They’re still dressing like little boys. They’re still playing video games. Well, they’ve gotten great. So…

Davis: I love video games!

Lewis: Oh, boy.

Jules: How, in one generation, have men gone from guys like Jack Nicholson and Harrison Ford to… take Ben, here. A dying breed. You know? Look and learn, boys. Because if you ask me, this is what cool is.

Lo malo es que ni siquiera ven que ser mujer moderna es una joda.

Tanto nos han dicho que no sólo podemos sino que —pareciera que es casi fundamental dentro del ser mujer liberada— debemos hacerlo todo al mismo tiempo que ser mujer implica vivir con una culpa eterna. Si una trabaja porque es necesario trabajar y mantener a los hijos, y por lo mismo deja a los hijos en la guardería desde pequeños, hay culpa. Si una no trabaja para dedicarse a los hijos, al menos en el primer año de vida, hay culpa. Si una, después de estar trabajando jornada completa (y no me vengan con que son 8 horas, porque entre ir y venir y lo que exigen las empresas las jornadas son de 10 a 12 horas mínimo) se siente cansada y no quiere hacer el quehacer, hay culpa. Y así podemos seguirle. Esa idea de ser Superwoman nos está matando. Un amigo mío me decía, en inglés por el juego de palabras, You can do anything, but you can’t do everything. Hace apenas un año lo acepté. Es cierto, puedo hacer lo que quiera, pero no todo al mismo tiempo. Y se vale. Puedo ser mamá, periodista, mi propia jefa, estudiante, los roles que gusten y manden Y cansarme por ello. Sigo siendo humana.

Pamper me

Lo malo es que parece que todo el tiempo tenemos que demostrarle a alguien que sí podemos. Sí puedo ser mamá y tener mi negocio y seguir estudiando y ¡vean! Leo 50 libros al año, tengo vida social y no me canso nunca. Yo he caído en ese error de comentar todo lo que hago casi al mismo tiempo pero ¿saben? Realmente me quería convencer a mí misma de que podía hacerlo todo, porque soy una mujer liberada y moderna. Error.

Pedir ayuda y necesitar descanso, apoyarse en alguien (familia, pareja, amigos) es válido. ¿Por qué seguirnos matando en ese afán de hacerlo todo al mismo tiempo? No somos menos mujeres. Además, los hombres también necesitan que los apoyemos. De vez en cuando que ellos sean los que entren al rescate, no porque lo necesitemos las mujeres, sino porque ellos pueden ayudarnos.

Tengo un amigo con el que platico mucho. Varias veces me ha dicho “A ver, ¿quieres que te escuche o quieres una solución?”. Diez años de conocernos nos han llevado al entendido de que él, por naturaleza, va a tratar de solucionar lo que sea que yo le plantee. Así fue programado: los hombres deben dar soluciones. Hemos llegado al entendido de que si bien muchas veces yo necesito verbalizar las cosas porque así me entiendo, cada equis tiempo dejo que me diga qué cree él que debería hacer. No es por hacer más a uno y menos al otro. Es por tratar de hallar el punto medio ante paradigmas que se contraponen.

La verdad yo tampoco sé bien qué va a hacer mi hijo en el futuro. Sé que lo estoy educando para ser independiente y para ser un hombre que respete a los seres humanos. ¿Eso funcionará? No tengo idea, porque hay muchos paradigmas añejos que no hemos roto y ahora arrastramos la joda de que ser mujer moderna es ser todo poderosa, cuando eso también es un error.

Me declaro culpable. He criado a un pequeño lector. No fue a propósito. O tal vez sí. No fue una cosa pensada o planeada. O tal vez sí.  Ocurrió sin que lo notara, aunque siempre que llegué a notarlo me emocionó bastante.

Mi hijo creció rodeado de libros. Literal. Los libros no sólo ocupan los libreros. Toman las repisas, la cómoda, las mesas de noche y hasta el piso. A veces contemplo la posibilidad de construir muebles con los libros, pero me preocupa el hecho de sacar uno para releerlo y tirar la mesa del comedor o la cama con ese simple acto.

Él se ha ido acostumbrando a que regalarnos libros sea motivo de felicidad. Pasear por ferias del libro, o el Remate de Libros que cada año se lleva a cabo en el Auditorio Nacional, o simplemente entrar a una librería es algo que le gusta. Y sabe que siempre puede sonsacarme un libro.

vivir entre libros

Me platica las historias que lee, quizá porque yo le narro sobre las que leo (las que son aptas para él, claro, pues algunas de mis lecturas son macabras, por decir lo menos, o no son temas que le interesen). Mi pequeño ha visto cómo los libros van ocupando cada vez más espacio, cómo me mandan libros de diferentes editoriales para que los reseñemos en la revista, cómo mi vida gira en torno a la palabra escrita.

Y no sólo yo. Su tía carga siempre un libro en la mochila (yo tiendo a cargar más de uno). Su abuelo leía mucho. Su abuela lee. Sus padrinos leen ¡y le regalan libros!

No es un lector empedernido, ni lo obligo a leer. Hace algunos años empezó la saga de Los guardianes de William Joyce. Convenció a una de sus tías a que los leyera, y se los iba prestando. Pero se detuvo en el tercero (de cinco o seis que iban a ser). Nunca lo cuestioné, entendí que tenía sus motivos para dejar esos libros de lado—creo que fue algo emocional, por una pérdida y un duelo: esos libros los relacionaba con alguien que dejó de estar en su vida. Aquí no se lee por obligación (en general).

Se ha clavado con sagas que me parecen medio bobas de repente, pero ¡hey! Es lo que le gusta. Y a veces no ha querido leer. Ha preferido jugar videojuegos o dibujar o ver la tele. Y también es válido.

Verán: mi hijo es lector porque lo he dejado. Ha tenido el ejemplo de vivir en una casa de lectores, y tuvo la buena o mala suerte de tener una madre bibliófila, pero jamás ha tenido la obligación de leer. Claro, en la escuela hay lecturas que debe hacer, pero ya teniendo el hábito de la lectura es menos denso leer lo que es porque “hay que leerlo”. Y en casa jamás es una obligación. Es un gusto, un escape. Una forma de vida que le hemos contagiado.

Sí. Soy culpable. Le he contagiado la bibliofilia a mi pequeño. Y espero que jamás se cure.

Ayer escribí acerca del libro Espectacular de cuentos, antologado por Michael Chabon y traducido al español por los escritores Alberto Chimal y Raquel Castro. Mientras tecleaba la reseña tracé un párrafo que después noté merecía un post propio:

“Antes de platicar sobre los cuentos del libro en sí, debo decir algo: yo empecé escribiendo cuentos muy joven. Mis influencias venían de mis lecturas de cuentos infantiles al inicio, y luego en secundaria y prepa de muchos cuentos de grandes escritores como Edgar Allan Poe, Mark Twain, Pearl S. Buck, Rudyard Kipling entre otros. En mi secundaria y mi prepa llevé literatura inglesa y americana, además de la consabida materia de literatura en español. Ello provocó que leyera muchas historias cortas y que me enamorara de este tipo de narrativa. Con el paso de los años dejé de leer (y de escribir) cuentos. No sé si fue la vida o que cada vez fue más complicado que encontrara buenas historias, el punto es que dejé los cuentos”.

Aquí va el post dedicado a los cuentos.

Hace muchos años, cuando apenas iniciaba una relación con el que ahora es mi ex, hubo un desencanto quizá absurdo. Mi mamá estaba viendo la película Yo, robot con Will Smith. Comenté que yo no entendía cómo podían hacer una película acerca del libro de Isaac Asimov, si son cuentos. Mi entonces novio dijo que era igual, pues los cuentos sólo son novelas muy, muy cortas. Mi mamá contempló al chico y le dijo: “Si vas a salir con mi hija, debes entender que no puedes decirle eso”.

En efecto, yo estaba en absoluto shock. Si bien para mí las etiquetas en literatura no son necesarias, es cierto que existen diferencias muy claras (al menos yo creía que eran obvias) entre lo que es un cuento o historia breve y lo que es una novela, empezando por la complejidad de los personajes y de la historia misma. Mientras que Quiroga decía en su decálogo para el buen cuentista que hay que “tomar a tus personajes de la mano y llevarlos al final del camino sin detenerse en los detalles alrededor”, en las novelas los detalles importan y enriquecen la historia, los personajes secundarios pueden abundar y el novelista puede, si quiere, detenerse en los detalles de la psicología y el pasado de varios de los personajes.

Como mencioné antes, crecí leyendo cuentos. Muchos cuentos. Y escribiendo también cuentos donde la atmósfera siempre fue sobrenatural. Una amiga describió mis relatos como “perfectamente normales hasta llegar a la tercera línea y notar que la locura y la muerte rondaban en las esquinas”. Si de etiquetas se tratara, dirían que mis historias son de fantasía o, quizá, de horror. Culpo a la notable influencia de Poe, de Quiroga, de Lovecraft y las muchas antologías de cuentos de fantasmas y horror que leí en mi adolescencia.

Por lo mismo me identifiqué mucho con las atmósferas extrañas de los textos de Neil Gaiman cuando en la Navidad de 2009 mi entonces novio me regaló The Graveyard book con la nota “Te presento a tu nuevo autor favorito”. Sin embargo, para ese entonces yo ya me había alejado de los cuentos, tanto los propios como los ajenos.

Estaba surgiendo la tendencia de escribir historias no tan relevantes. Personajes ordinarios, con vidas ordinarias donde no pasa nada muy extraordinario. Contar breves fragmentos de la vida de alguien. No sé si con el afán de mostrar la decadencia de la sociedad o de la imaginación, el punto es que no me atrapaban. O tal vez ya no sabía dónde encontrar buenas historias.

Y noté que sin inspiración, sin historias que me emocionaran, las propias cada vez surgían menos. Eso, mezclado con los años complicados que viví y que mencioné en mi regreso a estos lares, me mantuvo alejada de las historias breves.

Afortunadamente, no me peleé con el cuento. Fui leyendo los de Neil Gaiman (su maravilloso libro M is for magic me devolvió la fe en la fantasía macabra de los cuentos) y me obsesioné con conseguir los originales de los hermanos Grimm—que por cierto, sigo sin obtener. A mediados del año pasado cayó en mis manos la antología Manda Fuego de Alberto Chimal, cortesía del propio autor.

Irónicamente, a pesar de llevar años de seguirlo en redes sociales y leerlo en su blog, así como eventuales charlas con él y su esposa, no había tenido oportunidad de leer libros de él. Cuando empecé a leer los cuentos de esta antología me emocioné. Incluso recuerdo que le escribí un mensaje de WhatsApp a otro amigo “¿Cómo es posible que no hubiera leído a Alberto antes? ¡Sus letras son fantásticas!”. Mi amigo, lector sorprendente (la cantidad de libros que puede leer en un año es obscena) me contestó que tengo que leer la novela La torre y el jardín (otro libro que se niega rotundamente a caer en mis manos, maldita sea). Luego, en septiembre, fui a la presentación del libro Los atacantes, también de Alberto. El libro presenta breves cuentos que no dejan dormir. Más explicación en este video.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Dj_Q62rtT2A]

Finalmente, al reacomodar mi eternamente desbarajustado librero, captó mi atención un libro pequeño que me regaló una amiga en diciembre de 2014: Y, sin embargo, es un pañuelo. El autor, J. Muñoz de Baena, escribe 20 cuentitos con un humor pícaro y una ocurrencia típicamente mexicana. Estos tres libros me hicieron:

  1. Envidiar a los autores por su imaginación. Generalmente las letras que me hacen admirar a sus autores me generan también esa sensación de envidia “¿cómo no se me ocurrió eso a mí?”
  2. Retomar el gusto por los cuentos y hacerme buscar más.
  3. Retomar la escritura de cuentos.

Es así como opté por llevarme Espectacular de cuentos a mis vacaciones de fin de año: para terminar/iniciar año con historias breves. En este redescubrimiento de mi primer amor literario, llega el ímpetu de las letras que quieren salir de mi mente. Y el afán de compartir, claro. Por ello de Reyes Magos le regalé a mi hermana el libro Mirrors and smoke de Neil Gaiman y me regalé la antología 2015 The best american science fiction and fantasy que contiene 20 historias breves.

Libros 2016

Mis primeros libros del 2016

Ya les contaré qué tal mi segundo aire con los cuentos.

Hubo una época en la que escribía muy seguido en blogs. Mi exnovio me llegó a decir que escribía demasiado y que era imposible seguirme el paso, pues entre la escuela (que me exigió abrir no menos de tres blogs), mi blog personal privado, mi blog personal público y la revista que dirijo la verdad es que mis palabras volaban por la Internet a una velocidad impresionante.

Era una costumbre, un hábito: sentarme a escribir diario en al menos uno de mis sitios. Sin embargo, tras el rompimiento con mi ex (periodo en que sólo podía escribir cosas tristes o rencorosas porque así estaba purgando mi duelo) dejé de escribir en general. Incluso mantener mi columna en la revista que dirijo me costaba un trabajo infame. También dejé de leer al ritmo al que lo hacía. No sé si era depresión o no. En general era que no me gustaba estarme quejando de todo sin más.

Luego mi papá se enfermó. Por tercera vez en su vida se enfrentaba al cáncer. Yo cambié de trabajo varias veces: di clases, impartí talleres, fui community manager y acabé trabajando en un editorial (infame para los freelancers, explotadora para su gente base). El trabajo me pagaba bien pero me empezó a sofocar moralmente. Me la vivía de malas y si bien mi familia trataba de apoyarme la verdad era que por más que me esforzaba no me ponía de buenas. ¿Para qué escribir cuando estaba en ese ánimo tan pestilente? Incluso dejé de escribir en mi diario (sí, llevo un diario desde la prepa, con periodos de dejar de escribir, pero he notado que en los periodos en que no escribo enloquezco un poco más).

En mayo, en un arranque de emoción al hallar el diseño ideal, me tatué en el brazo derecho, a la altura de la muñeca, una mariposa. Desde hacía mucho tiempo quería dos tatuajes: una mariposa y una luna. Pero no había dado con un diseño que me gustara lo suficiente. Mi papá casi me asesina, a pesar de tener yo en ese momento 30 años.

mariposas

En junio del año pasado decidí renunciar a esa editorial que me estaba agriando tanto el carácter, principalmente porque nunca he sido material Godínez: no puedo estarme quieta en una oficina sentada ante una computadora por horas y horas y horas, no importa lo buena que sea la paga. Me asfixia ese modelo de trabajo.

Al renunciar tuve la oportunidad de irme de viaje una semana al estado de Hidalgo a conocer sitios turísticos. Retomé fuerza y entablé buena amistad con la artista Jovanna Plata, así como reforcé mi amistad con Gus Camarillo. Surgieron nuevos planes y nuevos bríos. Volver a la vida freelance me exigió apretar el cinturón, pero me permitió quedarme en casa a cuidar a mi padre, que fue en declive. Lo llevaba a sus citas médicas, hacía trámites y en casa cuidaba de él. Poco a poco vi cómo la enfermedad lo estaba consumiendo: de pararse temprano, preparar desayuno para mi mamá, hacer sus oraciones en la sala, meditar y leer como si no hubiera un mañana, poco a poco empezó a pararse más tarde, sin ánimo. Fue dejando de rezar en la sala, cada vez leía menos y eventualmente ya salir de su cuarto era un logro. Supe— y se  lo dije en una comida a una prima que es como mi hermana— que mi papá iba a fallecer antes de que acabara el año.

En efecto, en agosto mi papá dejó este plano terrenal, en casa, rodeado por nosotros, su familia. Saber que alguien va a morir y vivir su muerte son cosas totalmente diferentes. Una cosa es racional; la otra, visceral. Siempre he pensado que lo difícil de la muerte no es para el que se va, sino para los que nos quedamos. Con el fallecimiento de mi papá lo comprobé. La cantidad de trámites que hay que realizar son inhumanos. Mi mamá, una enorme guerrera, lidió con todo como la más valiente.

mi papá

Y la vida cambió radicalmente. De tener que acomodar nuestras agendas y tiempos alrededor de no dejar solo a mi papá, mi mamá y yo nos encontramos con una enorme cantidad de tiempo libre. Muchos reajustes. Mucho acomodo emocional. No soy buena con los duelos. Tras dos abortos espontáneos, el rompimiento de la relación más larga que he tenido y ahora la muerte de mi padre, puedo decir sin problema que eso del duelo no se me da.

Para final de año mi madre, mi prima, mi hermana, mi hijo y yo nos fuimos a la playa por una semana. Creo que desde la preparatoria no tenía vacaciones sin preocupaciones: tirarme a leer por horas, jugar cartas con mis hermanas (repito: mi prima es como mi hermana), pararme a la hora que me diera la gana y estar desconectada de las redes sociales.

G y V en el mar

Por mi trabajo en la revista vivir conectada es casi un “must”. Estar al pendiente del celular, los mensajes, los likes, las indicaciones a mi equipo, se convierte en algo a veces esclavizante. Por primera vez desde que fundé la revista dejé todo botado y me dediqué a mi familia y a mí. Retomé mi diario y mis cuadernos para escribir fantasía, bosquejos de historias, narrativa. Retracé los planes de mi vida.

Ahora estoy de vuelta en la ciudad y en este espacio. Mucho del trabajo que tuve en 2013 y 2014 fue precisamente por mi constancia al escribir en blogs. No me creo docta en nada, sólo sé que me gusta aprender y compartir. Otra vez estoy leyendo bastante y es común que mis amigos se acerquen a mí con una pregunta “¿Qué libro me recomiendas?”.

Así que heme acá, en el inicio del 2016, con la intención de compartir flashazos de mi vida personal (por si a algún internauta le parece interesante) así como mis experiencias con los libros, los viajes, los lugares que conozco y las ideas que surgen al leer. Mi vida en letras. Bienvenidos sean.

Esta semana será mi cumpleaños número treinta. Por diversas cuestiones, el festejo de tal cosa se hizo el fin de semana pasado. Estoy acostumbrada a pasar mis cumpleaños con mis amigos. Pero es el primer año en un ratote que lo paso tan bien, tan feliz y tan plena. He estado revisando las fotos de este festejo y mi sonrisa es enorme.

Ocurre que durante mucho tiempo sentí la gran necesidad de ser alguien más, para darle gusto al mundo. Fue negarme a mí misma y perderme en el proceso. Cumplir las expectativas de otros lleva a una profunda infelicidad. Este último año de mi década de 20’s ha sido muy intenso, lleno de aprendizajes y ante todo, alegrías.

Un amigo mío me decía hace poco: “Nerea, eres una gran mujer. Nunca dejes que nada, ni nadie —particularmente tú misma— te haga creer lo contrario”. Mientras me lo decía yo estaba tratando de voltear hacia otro lado, por lo que me tomó por la barbilla “Look at me!” me dijo alzando mi rostro para que mis ojos encontraran en los suyos la seriedad de quien revela un secreto importante antes de decirme que confíe en mí contra todo.

Este año me sorprendí por la cantidad de gente que hay a mi alrededor. He aprendido que mis amigos están ahí para todo: sé que estarán ahí para darme zapes cuando me gane lo negativo; sé que estarán ahí para atraparme cuando me caiga desde las alturas, para recoger los pedazos y ayudarme a rearmarme cuando yo no halle el rumbo; sé que estarán para debrayar conmigo felizmente cada que sea necesario: reír, compartir, hacerme creer en mí de nueva cuenta. “Eres una mujer asombrosa, todos los que estamos a tu alrededor lo vemos, falta que te lo creas”.

A lo largo de este último año de mis 20’s me lo he empezado a creer. Ser quien soy no es negativo, por el contrario. Soy una mujer afortunada que ha cosechado amor y estima a mi alrededor. Ha sido un año fructífero, en el que he impartido talleres, dado clases, reído, cantado, llorado, bailado y gozado como hacía mucho tiempo no pasaba. Hubo momentos tristes, pero mi gente jamás claudicó. Y han hecho hasta lo imposible para que yo me vea como ellos me ven: una mujer fuerte, a veces muy necia, capaz de superar cualquier reto. Alguien dispuesta a estar para los demás.

Hoy puedo decir que estoy feliz de ser quien soy. Y eso no tiene precio. Me ha costado reconocer lo que sé y lo que puedo aportar al mundo. En esta idea de que es malo cantar uno mismo sus alabanzas y hay que ser modesto he caído en el extremo opuesto de menospreciarme. Pero eso ha llegado a su fin, pues me puedo ver al espejo y sentirme orgullosa de quién soy, lo que he planeado para mi vida, lo que he hecho hasta el momento.

Fui feliz como maestra y amo impartir talleres. El resultado se ve reflejado en ex-alumnos que me saludan con gusto, que me siguen compartiendo sus vidas y sus logros. Sigo sacando adelante un proyecto cultural enorme, con un equipo de trabajo que no hace más que seguir creciendo y sorprendiéndome por todo lo que han logrado, simplemente porque han decidido seguir mi sueño. Admiro profundamente a mi Staff Kya! He tenido la fortuna de entrevistar a personas sumamente talentosas, escritores, artistas plásticas, pintoras, me han abierto las puertas para compartir un poco de su experiencia simplemente porque he tenido el atrevimiento de pedirles un poco de su tiempo.

Gracias a todos los que han estado para mí en cada momento, cada paso. Tengo amigos de toda la vida y amigos recientes. Sin duda alguna, jamás he estado sola. No tendré mucho conocimiento ni mucha riqueza material, pero a nivel emocional creo que nada me falta. E iniciar así la tercera década de mi vida es enorme.

(*) Ésta es la primera de 3 reflexiones alrededor de mi cumpleaños. Por algún motivo, cumplir 30 me tiene muy reflexiva. Y no, no es porque me traume la edad. Ha sido un año en particular lleno de pensamientos y reflexiones.

Escribir es la única actividad que realizo de manera constante. Bueno, y también leer. Todo lo demás va y viene. Uso lentes porque de pequeña me enfrascaba con tal pasión en mis lecturas que acababa leyendo en la penumbra. Siempre pensaba “Llego al punto y prendo la luz”. Pero el punto se convertía en párrafo, el párrafo en hoja y la hoja en capítulo. Mi mamá me repetía siempre “No leas con tan mala luz”. No le hacía caso.

Las palabras alimentaban mi imaginación y mi imaginación, a su vez, vaciaba las plumas sobre cientos de hojas blancas. Aun en medio de mis clases o a la mitad de la noche las ideas me atacaban, haciendo necesario el escupirlas sobre papel sin importar nada más. Sé que una idea que llega en cierto momento jamás regresa exactamente tal cual llegó. Podemos masticarla, transformarla, pero nunca recuperarla una vez que se la ha otorgado un segundo de ventaja.

Con el tiempo ha perfeccionado mi estilo. Confieso que se descubre la influencia de mis lecturas –inevitable– y que se vislumbra mi vida entera en cada letra que trazo, mas siento que sólo así las persona pueden conocerme tal cual soy. Es arriesgado plasmarme directa o indirectamente en papel porque me expongo a la crítica, a ser destrozada. Pero si quiero alcanzar esa meta planteada desde niña (ser una gran escritora) debo jugármela. La realidad empieza con los sueños: la realidad en que uno vive depende de si lucha por alcanzarlos o ni siquiera lo intenta. Éste es mi sueño, publicar mis escritos. No voy a descansar hasta que sea mi realidad.