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“You’re nobody’s doorway but your own, and the only one who gets to tell how your story ends is you”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Creo que los humanos tenemos una fascinación con el hecho de poder viajar. La palabra wanderlust habla de esa necesidad de salir de viaje cada vez que el corazón lo anhela, para llenar los ojos y el alma de nuevos paisajes.

Wanderlust

Sin embargo, parece que también buscamos viajar fuera de nosotros mismos. ¿De qué otra forma se explica la gran cantidad de historias que hablan de viajar a otros mundos? Queremos creer que hay algo más, algo más grande, más allá de lo que podemos conocer. Algo que nos haga sentir menos insignificantes y más especiales.

Esta idea no es nueva. Dorothy sale de Kansas para llegar a Oz, los hermanos Pevensie atraviesan la puerta del ropero para llegar a Narnia y Alicia cae por la madriguera del conejo para llegar al País de las Maravillas. Esas historias abrieron la posibilidad de las puertas: un pasaje que se oculta de los simples mortales y que, para algún elegido, se abre y deja que uno transite desde nuestro aburrido mundo a otro lleno de fantasía y de magia. ¿Qué importa si hay peligros?

Lo importante es poder viajar y ser una historia. No ser algo intrascendente: dejar una huella, así sea por las anécdotas que vivimos. Yo creo firmemente que todos los seres humanos aspiran un poquito a la eternidad. Ser merecedores de ser recordados.

“She was a story, not an epilogue”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Los viajes cambian a las personas. Sean reales o ficticios. Yo no soy la misma tras leer un libro. Ese viaje entre las letras suele dejar una huella, a veces momentánea, a veces indeleble, en mi ser. Quizá por eso la letra de China Warrior D me gusta tanto:

“A nice escape and her delight is to travel through the lines”

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=ZD8PFC6VSww]

Viajamos no solo para conocer, sino también para escapar. Las veces en que con más desesperación he bebido historias ajenas han sido aquellas en que más desolada me siento: es mi refugio. Las veces en que más me refugio en mis letras (lo veo ahora que recuperé el acceso a mi viejo blog) es cuando la tristeza o el enamoramiento me tienen sofocada. Las emociones desbordadas me ahogan y mi escape es a través de las letras.

Las puertas a otros mundos

Pero volviendo a los viajes ajenos: me sorprende la cantidad de historias que he hallado a fechas recientes sobre lo que pasa en los viajes, al regreso de los viajes, por la necesidad de los viajes. La cantidad de historias que hablan de cómo ya no somos los mismos después de un viaje.

La primera historia que me cautivó recientemente en este tema fue Every heart a doorway de Seanan McGuire. La premisa es curiosa: una escuela recibe a niños que han viajado a través de las puertas y luego, han regresado a nuestro mundo. Pero el viaje les deja una marca: las puertas se abrieron porque eran los mundos a los que realmente pertenecían. Pero esos mundos, por algún motivo, los expulsan. Y ahora no pueden regresar. ¿Qué hacer cuando tu propio Hogar te echa?

La idea de ser especiales y merecer viajar… no queremos ser del montón, aunque nuestras vidas monótonas nos hagan ver que sí lo somos. Por eso anhelamos ser elegidos para emprender un viaje. Este anhelo tan ferviente se refleja claramente en el cuento Not by wardrobe, tornado, or looking glass de Jeremiah Tolbert (publicado en Lightspeed Magazine y antologado en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, los seres humanos están esperando que se abra su puerta, ésa que los llevará a su mundo ideal (una idea similar a la de McGuire), pero explora el qué ocurre con aquellos que son dejados atrás. Louisa se queda en el mundo real, y sabe que es injusto porque si alguien ha leído fantasía a más no poder, es ella. ¿Por qué su puerta y su mundo no se manifiestan ante ella?

Pero ¿qué tal que ese mundo al que pertenecemos decide que en realidad no somos merecedores? ¿Qué ocurre con nuestras almas si encontramos la forma de viajar entre mundos y de repente no podemos regresar al mundo de fantasía? Esa alternativa ya también ha sido explorada, en este caso en el cuento This is not a wardrobe door escrita por A. Merc Rustad (y también antologada en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, las dos protagonistas, habitantes de mundos distintos, están tratando de reencontrarse, de volver a atravesar la puerta que es la conexión entre sus mundos. ¿Por qué la puerta ya no sirve? Porque alguien del mundo mágico ya no quiere dejar pasar a los mortales.

Los seres humanos queremos viajar y trascender. La cantidad de historias que hablan de viajes fantasiosos no dejan duda alguna de este anhelo. Finalmente, en los viajes nos encontramos ¿no?

Los libros de los que hablo:

  • Every heart a doorway. Seanan McGuire, Tor. 2016. *Se consigue en inglés en Amazon, pero en teoría este año debe ser traducido al español. Es uno de los libros que más me han gustado a fechas recientes, e hice videoreseña en mi canal de YouTube.
  • The Best American Science Fiction and Fantasy 2017. John Joseph Adams, series editor. Charles Yu. Editor. Mariner. 2017. *Se consigue en inglés en Amazon.

Viajes entre mundos

Imagen destacada: “Magic door” by ryky en Deviantart.

Hace años yo era de las niñas que no se atrevían a decir que eran feministas. En gran medida porque mis primeros encuentros con el feminismo fueron chocantes, por decir lo menos, como una maestra de redacción que humillaba a los hombres del grupo por el hecho de ser chicos.

Sin embargo, varias charlas con amigas muy queridas, una mayor conciencia de lo que ocurre con las mujeres en México y en el mundo, y una vaga noción de que lo que yo había conocido como “feminismo” tal vez no era realmente “the real deal”.

Decidí ponerme a leer al respecto y en mi aventura de conocer más, di con el libro de Roxane Gay Bad feminist.

Se trata de un libro de ensayos que van desde lo muy personal hasta lo racial, temas de género, sociedad, cultura y la definición de feminista de Gay.

La autora se presenta a sí misma como una mala feminista porque no siempre vive a la altura de los preceptos del movimiento. Sin embargo, marca con mucha razón si me lo preguntan, que el gran problema del feminismo hoy en día es que ponemos todo el peso del movimiento en la persona en turno que funge de estandarte. En el momento en que la persona mete la pata, tumbamos la idea de feminismo.

Recientemente pasó que Emma Watson, notable estandarte feminista, posó para una revista de una forma atrevida (no me atrevo a decir que fue semidesnuda porque sí tenía ropa, pero de menos era provocativa). El internet se le fue encima: “¿Cómo siendo feminista se atreve a posar así?”.

Prueba A de que lo que dice Gay es cierto. Emma Watson sigue siendo una mujer que lucha a favor de la equidad para las mujeres. Pero esta idea atroz de que una feminista no puede ser femenina (no se depilan, no usan tacones, no les gusta el maquillaje y por supuesto, odian a los hombres) hizo que el internet la quisiera quemar viva.

El primer ensayo del libro me costó trabajo porque no hice click, pero de ahí en adelante me fui como gorda en tobogán: la forma en que Gay entreteje cultura pop, el internet y temas pertinentes al feminismo es casi mágica.

Gay toca desde 50 sombras de Grey, hasta Twilight para marcar sus puntos. Es un libro conmovedor (muy humano, muy real, muy crudo) hace replantear las ideas sobre el feminismo. Además, es un punto de vista más enriquecedor pues Gay es de ascendencia haitiana: mujer, de padres extranjeros en Estados Unidos, de color. ¿Listos para saber lo que es ser una mala feminista?

Este libro me parece una puerta abierta de par en par para tumbar ideas viejas no sólo sobre feminismo, sino sobre temas raciales y la cultura en que estamos sumergidos.

Les dejo una breve intro (escrita por la misma autora) en Buzzfeed acá

Creo que es difícil matar una idea porque las ideas son invisibles y contagiosas y se mueven rápido.
Creo que puedes poner tus propias ideas en contra de las ideas que te desagradan. Que deberías ser libre de argumentar, explicar, clarificar, debatir, ofender, insultar, enfurecer, burlar, cantar, dramatizar y negar.
No creo que quemando, asesinando, explotando personas, aplastando sus cabezas con rocas (para hacer que las malas ideas salgan), ahogándolas o incluso derrotándolas servirá para contener ideas que no te gusten. Las ideas surgen donde no las esperas, como hierbas, y son difíciles de controlar.
Creo que reprimir ideas disemina las ideas.
Creo que las personas y los libros y los periódicos son contenedores de ideas, pero que quemar a las personas que tienen las ideas será tan poco exitoso como bombardear los archivos de los periódicos. Ya es demasiado tarde. Siempre es demasiado tarde. Las ideas ya están afuera, escondidas detrás de los ojos de las personas, aguardando en sus pensamientos. Pueden ser susurradas. Pueden ser escritas en las paredes en la calma de la noche. Pueden ser dibujadas.
Creo que las ideas no deben ser correctas para existir.
Creo que tienes todo el derecho de estar perfectamente seguro de que las imágenes del dios o del humano o del profeta que reverencias son sagradas e incuestionables, así como tengo el derecho a estar seguro del nivel sagrado del discurso y de la santidad del derecho a burlarse, comentar, argumentas o murmurar.
Creo que tengo el derecho a pensar y decir las cosas equivocadas. Creo que tu remedio para eso debería ser argumentar conmigo o ignorarme, y creo que yo debería tener el mismo remedio para las cosas equivocadas que yo considero que tú piensas.
Creo que tienes el derecho absoluto de pensar cosas que yo encuentro ofensivas, estúpidas, aterradoras o peligrosas, y que tú tienes el derecho a hablar, escribir o distribuir estas cosas, y yo no tengo el derecho a matarte, hacerte menos, lastimarte, o quitarte tu libertad o tu propiedad sólo porque encuentro tus ideas amenazantes, insultantes o simplemente asquerosas. Seguramente tú crees que algunas de mis ideas son especialmente viles, también.
Creo que en la batalla entre armas e ideas, las ideas eventualmente ganarán. Porque las ideas son invisibles y se quedan y, a veces, incluso pueden ser ciertas.
Eppur si muove: y sin embargo, se mueve.
Este texto es de Neil Gaiman, traducido por Vanessa Puga.
Partes fueron publicadas el 19 de enero de 2015 en Guardian con ilustraciones de Chris Ridell. Su versión completa fue publicada el 27 de mayo de 2015 en New Statesman, ilustrado por Dave McKean. Yo hago la traducción del texto que aparece en The view from the cheap seats.

Este ensayo me valió el Primer Lugar en el Tercer Concurso de Ensayo de Eudoxa en 2013

Uno de los temas de los que más se habla hoy en día en México es la educación. En los debates, acalorados, las discusiones versan sobre cómo elevar el nivel educativo, mejorar los programas, dar “calidad” al sistema, a los alumnos, a los profesores. Al mismo tiempo, la labor educativa está devaluada. Es común escuchar la pregunta “Y tú ¿eres maestro porque quieres o porque no te quedó de otra?”. En paralelo nos enfrentamos a la idea generalizada de que la sociedad mexicana es inculta y que el arte no es de interés común, sin importar que nuestra capital sea una de las ciudades con más museos a nivel mundial o la creciente oferta de actividades culturales, tanto por parte del gobierno (a pesar del recorte al presupuesto este año) como por colectivos y artistas independientes. Hoy toca analizar ambos escenarios, que no están tan alejados el uno del otro, para abrir los ojos ante la perspectiva global que se nos está perdiendo por enfocarnos en lo particular.

            Consideremos lo siguiente: ¿qué significa educar? La Real Academia de la Lengua española dice que es la acción de dar una educación, de dar los parámetros o códigos de vida así como los conocimientos académicos y culturales necesarios para desenvolverse en cierta sociedad. Hoy en día la apuesta es poder desenvolverse en un mundo globalizado. Partiendo de esta idea, los primeros educadores en la vida son los padres. Eso, en términos pedagógicos, es la educación informal: la primera educación a la que nos enfrentamos los seres humanos y que suelen darnos los padres, los abuelos o los otros adultos cercanos durante los primeros años de vida. Por esta misma razón, un educador no es forzosamente un maestro. Un educador es alguien que nos da un modelo de vida a seguir, bagaje cultural y que deja una impronta en nuestra existencia, así nos lo hayamos topado dentro del ámbito académico o fuera de éste.

Una de las cosas que he notado a lo largo de mi vida, de esas continuas quejas que existen tanto al respecto del nivel educativo mexicano como del nivel cultural, es el tema de la lectura, o la falta de para ser más precisos. Hace muy poco, platicando con una profesora mía y promotora de la lectura, salió un término que para mí ha sido vital: un lector autónomo comparado con un lector práctico. Un lector autónomo es aquel que tiene un verdadero gusto por la lectura: disfruta leer, comprende y puede tener un diálogo con el autor, decir por qué le gusta o le disgusta lo leído, etcétera. Un lector práctico es el que lo hace por necesidad: puede traducir signos para convertirlos en palabras, pero no por ello forzosamente entiende lo que lee. Dentro del mundo de la promoción de la lectura, se ha llegado a la conclusión de que son los primeros, los lectores autónomos, por el amor que le tienen a la lectura y no por obligación, los que consiguen el tan buscado objetivo de acercar a las personas a la lectura.

Esta idea, la de un lector autónomo, me ha dado muchas vueltas en la cabeza porque me da la impresión de que así funciona para todo en la vida. El bailarín que en verdad ama bailar, que pone todo su empeño, lo disfruta y se hace una rutina para bailar, ensayar, entrenar, es el que es más probable que contagie de este gusto a otros que llegarán a ser bailarines. Lo mismo me atrevería a aplicar a cualquier otro arte: pintura, escritura, escultura. La rama de creación humana que ustedes deseen.

Dice el dicho que “a la fuerza, ni los zapatos” y creo firmemente que eso es aplicable a cualquier ámbito de nuestra vida. Los educadores que dejan huella en nuestra vida son los que realmente aman lo que hacen y es a través de su ejemplo más que los sermones que nos hacen ver su punto de vista.

Lo hilo con una idea que recientemente leí de Albert Einstein:

No es suficiente enseñar a los hombres una especialidad. Con ello se convierten en algo así como máquinas utilizables pero no en individuos válidos. Para ser un individuo válido el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno. En caso contrario se parece más a un perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado. Debe aprender a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de las gentes para adquiri una actitud recta respecto a los individuos y la sociedad.

Estas cosas tan preciosas las logra el contacto personal entre la genereación joven y los que enseñan, y no –al menos en lo fundamental –los libros de texto. Esto es lo que representa la cultura ante todo. Esto es lo que tengo presente cuando recomiendo Humanidades y no un conocimiento árido de la Historia y de la Filosofía. […]

La enseñanza debe ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación.[1]

Si pensamos en el arte ¿no encontraríamos una responsabilidad enorme en los artistas, pues quién nos puede dar una pauta del sentimiento de lo bello? Las llaves de la estética hasta tiempos recientes[2] eran de los artistas, quienes a través de su sensibilidad y sus obras nos dan una ventana hacia ese mundo, hacia lo que Einstein llama Humanidades.

Pero no sólo los maestros están devaluados en esta sociedad: los artistas que se dedican a la enseñanza están más devaluados aún. Es común que se piense que el músico que da clases es porque como intérprete no pudo triunfar. ¿Es eso real?

¿Y si en realidad ese músico que da clases es un músico autónomo? Un músico (o un pintor o un bailarín) que conoce bien el mundo de la música, que lo ama de tal forma que puede no sólo conocer sino doblar las reglas y contagiar ese placer por sus acciones, ¿no sería un mejor maestro, un verdadero educador?

Me parece que, en este punto de quiebre, en el que México necesita un cambio de paradigma para conseguir el nivel educativo y cultural al que tanto dice aspirar, es momento de revalorar a los artistas que enseñan. No tacharlos con un estigma de “no le quedó de otra”, sino como alguien que en serio quiere aportar su granito de arena para hacer de la enseñanza y del aprendizaje un verdadero placer y no una tarea obligada. Se habla mucho dentro de la Pedagogía que hay que romper el paradigma: venimos arrastrando un modelo educativo planteado en el siglo XIX, llevado a la práctica por personas del siglo XX para las generaciones del siglo XXI ¿de verdad nos va a funcionar? Un primer paso, realmente fundamental, es dejar de quitarle valor a las personas que se dedican a la enseñanza y abrir una nueva puerta: la de la autonomía en la educación. No una autonomía como independencia de las instancias ya planteadas en el país para dirigir la educación, sino autonomía como me lo planteó mi profesora con los lectores y que me atrevo a trasladar hacia el arte (y la ciencia y el conocimiento en general) una autonomía por amar lo que uno hace, conocerlo y transformarlo. Picasso decía que hay que conocer bien todas las reglas para así poder romperlas una por una. Los lectores autónomos son los que se atreven a dejar un libro de lado a las tercera, cuarta o décima página porque no los atrapa. Un pintor autónomo es el que conoce la técnica y después se atreve a romperla, cambiarla, experimentar. ¿Por qué no hacer lo mismo con cada rama del arte, de las humanidades, de las expresiones del conocimiento humano?

Gracias a las redes sociales he podido notar cómo abundan las frases inspiradoras de artistas: escritores, pintores, escultores, arquitectos… se comparten una y otra vez en los muros de Facebook en busca de una inspiración, una motivación. ¿No aprendemos algo de lo que nos dicen? Me parece que sí. Desde hace años las personas se siguen asombrando con las piezas escritas por Beethoven o Chopin, las pinturas de las impresionistas, los libros, los bocetos… toda esa fuente creativa que ha dado frutos desde que el hombre tiene una memoria histórica y guarda acervos que nos digan “alguien pensó, sintió, expresó esto”. Entonces, ¿no venimos aprendiendo, inspirándonos, educándonos desde hace años y años con el arte?

En este momento de cambio de paradigma creo que una de las principales labores del ámbito cultural y educativo es reconocer que los artistas, con su ejemplo, con sus ganas de seguir su vocación, tienen una responsabilidad enorme al ir formando las mentes de los jóvenes de nuestra generación. Ya sea desde darles una introducción a equis rama del arte hasta darles clases sobre la técnica, los artistas poseen una capacidad enorme de enseñar. Y hay que darles su mérito, sin duda alguna. Porque ser maestro no es un “No me quedó de otra” sino por el contrario es un “quiero ayudar a cambiar, a mejorar, a inspirar”. Son los maestros omejor aún, los educadores, que lo hacen por vocación y por conocer y querer contagiar esa autonomía, los que marcan la diferencia en el mundo. ¿No es hora de reconocerlo?

Me parece que el papel del artista como educador es fundamental. Porque los artistas, con su sensibilidad, con su pasión, son los que más nos pueden ayudar a recuperar esas Humanidades, ese gusto enorme por el aprendizaje, un aprendizaje tan disfrutable que ni cuenta nos damos de que estamos aprendiendo. Apoyarnos en ellos, en su labor, en su visión del mundo sensible y bello que nos rodea, es una de las mejores vías para un cambio en México. Con la ayuda de los artistas, de valorar su obra y ante todo su enseñanza, llegaremos a ese punto encrucijado de elevar la calidad de la educación en México y el nivel cultural.

[1]Einstein, Albert. Educación para una independencia en el pensar dentro de Mi visión del mundo. Tusquets Editores. México. 2013. Pp. 29-30.

[2]Digo “hasta tiempos recientes” puesto que en los movimientos de arte contemporáneo se han presentado muchas corrientes disruptivas que ya no persiguen forzosamente lo estético.