Hoy en las redes sociales está como Trending Topic #DíaMundialContraelCáncer. En general a mí los TT ni me van ni me vienen, porque muchas veces son cosas muy pasajeras (como lo es casi todo en la hiperconectividad que vivimos) pero esta vez sí me quiero detener tantito a pensar en el cáncer.
Justo ayer vi esta imagen en la página de Facebook de The Awkward Yeti y pensé “sí, así son los tratamientos contra el cáncer”.

Mi papá falleció a causa del cáncer en agosto del año pasado. Este mes será medio año sin mi padre y el tiempo fluye de una forma extraña: a veces siento que ya pasó mucho, mucho tiempo y a veces creo que fue apenas ayer que lo vi por última vez.
Yo no digo que él perdió la batalla contra la enfermedad, porque la verdad es que fue un guerrero imparable hasta el último de sus días. El último round fue la tercera vez que se enfrentó a la enfermedad, con una pausa de 15 años entre las primeras dos y la última. La última fue agresiva y fulminante: a pesar de los tratamientos, a pesar de su eterno ánimo (¡dioses, él estaba dispuesto a pelear hasta el final!), el cáncer se apoderó de su cuerpo de una forma obscena e imparable.
Creo que si hoy vamos a hablar del cáncer, hay que reflexionar acerca de todo lo que conlleva la enfermedad.

Así quiero recordar a mi padre siempre
Los tratamientos y su agresividad:
No voy a subirme al tren conspiracional sobre si las farmecéuticas se niegan a dar la cura porque no sería negocio. Lo que es un hecho es que el tratamiento (la quimioterapia y la radiación) son terriblemente agresivos. Falta un tratamiento verdaderamente holístico: que vea al cuerpo como un todo. Ese afán de la medicina occidental de irse contra un enemigo en particular y luego arreglar los desperfectos que a su paso deje la medicina es nefasto. Ejemplos leves son el tener gastritis producto del consumo de ibuprofeno para controlar la migraña, por mencionar algo leve. Ahora si lo trasladamos al cáncer…
El tercer cáncer de mi padre fue muy probablemente consecuencia del tratamiento para lidiar con los primeros dos. Los médicos se lo dijeron a mis padres hace quince años: podían darle una nueva ronda de radioterapia para erradicar el tumor que tenía en la columna vertebral, con riesgo de romperle la columna o provocar un nuevo tipo de cáncer más adelante. Mi papá se echó un volado y decidió tomar el tratamiento, porque le compraba años con sus hijas y su esposa (mi hermana iba en quinto de primaria, mientras que yo estaba iniciando la preparatoria).
Los tratamientos debilitaron a los riñones, que llegaron a un trabajo al 25% de su capacidad, lo que impedía que el cuerpo expulsara los químicos de la agresiva quimioterapia con la velocidad necesaria. Si, por fortuna, ustedes no han estado cerca de un enfermo de cáncer, entonces espero que jamás conozcan la desesperación de saber que el tratamiento que puede ayudar también puede matar.
La falta de humanidad de algunos médicos:
Creo que el punto de mayor desesperación durante la última enfermedad de mi papá, al menos para mí, fue el notar que los médicos lo veían como un número más a cubrir en su ronda del día. Sé que hay muchos factores (como lo saturado que está el sistema de salud en nuestro país) pero de ahí a darle cinco minutos a los enfermos tras horas de espera (“horas nalga” les decía mi papá) es una mentada de madre.
Los últimos meses de vida de mi padre me tocó acompañarlo a las consultas. Supe que mi padre iba a morir cuando los doctores empezaron a echarse la bolita: los oncólogos decían que ya no podían darle más quimioterapia porque los riñones estaban muy débiles. El nefrólogo nos dijo que no importaba, que él se hacía cargo de levantar la función renal, pero que urgía la quimioterapia porque el tumor estaba enorme. Los oncólogos ni pudieron, ni les importó, ver la última tomografía de mi papá—un absurdo problema de incompatibilidad entre su sistema en el Centro Médico Siglo XXI y el Hospital Regional Mc Gregor donde hicieron la tomografía—y argumentaron que ya se veía mejor mi padre. En una ida a urgencias, otro doctor me mandó a Clínica para el Dolor (donde empiezan los tratamientos paliativos) y supe que ya íbamos en la recta final. Fue un directivo quien, en la última ida a urgencias, le dijo a mi madre que mi papá estaba invadido: pulmones, estómago, hígado, sistema óseo: ya no había nada qué hacer. Y nadie nos había dicho nada.
¿Dónde queda la humanidad, la calidad de los médicos? Podríamos haberle ahorrado vueltas innecesarias que le causaban dolor a mi padre si nos hubieran dicho que el tiempo estaba contado. Se vuelve un enorme desgaste, tanto para quien está enfermo como para quien lo cuida.
La familia:
Yo sabía que no sólo mi papá era un guerrero: mi mamá también lo es. Es más, creo que es la mujer más fuerte que conozco. No sólo estuvo al pie del cañón cada vez que mi papá se enfermó, sino que mantuvo a la familia por años. Ah, sí, y de paso la primera vez que se puso mal mi papá, acabó su maestría. ¿De dónde sacaba fuerza para las idas al hospital, ir a dar clases, ir a tomar clases y aguantarme a mí de adolescente? ¿Cómo nunca tiró la toalla? Aplausos de pie para la mujer que me dio la vida.
Yo con tan sólo meses, en la última enfermedad, dedicándome a cuidar a mi papá y tratar de sacar avante mi revista me sentía agotada y desmoralizada. Me embargaba el coraje con cada doctor que no nos daba poco más de cinco minutos, me partía el alma ver a mi papá con dolor y cada vez menos posibilidad de moverse y a veces me preguntaba si no era una mala hija por pensar que se iba a morir y que iba a ser mejor que se muriera—porque lo veía sufrir, porque lo vi ir perdiendo el gusto por las cosas, apagarse poco a poco.
Si es el Día Mundial Contra el Cáncer creo que es muy importante concientizar acerca de la importancia de apoyar a las familias. Y no con lástima, no un “pobre de ti” o miradas tristes, sino verdadero apoyo: dejar a los familiares llorar, y gritar y mentar madres. Nada de “Tienes que ser fuerte y aguantar” porque there’s so much one can bare. Créanme que eso de montarse en el papel de la fortaleza absoluta es terrible. A la fecha me cuesta mucho trabajo llorar porque hace quince, dieciséis años mi familia me dijo que no debía llorar, que debía ser fuerte para apoyar a mi madre, a mi padre, encargarme de mi hermana. La familia también necesita desahogarse, comentar cómo se siente. El cáncer es de esas enfermedades que desgastan no sólo al enfermo, sino a quienes lo rodean, así que si conocen a una familia que está pasando por este trance, ¡apoyen! Escuchen lo que tengan que decir, déjenlos llorar, maldecir, admitir que tienen miedo. Se los van a agradecer.

Se nota el desgaste físico, pero el ánimo siempre se mantuvo. Y el amor siempre lo rodeó
Las decisiones del enfermo
En mi primer acercamiento al cáncer con mi papá, coincidió que una compañera de la preparatoria también estaba enferma: cáncer de sistema óseo. Fernanda (justo en febrero es su aniversario luctuoso). Cuando yo cursaba el segundo año de prepa, Fernanda falleció. Todos estaban conmocionados en la escuela. Y más cuando se corrió la noticia de que ella ya no quiso recibir tratamientos porque estaba cansada. Es fácil pensar “Se dejó morir”.
Pero hay que respetar lo que pida el enfermo. Es su cuerpo, es su vida la que se ve alterada. Lo aprendí con mi papá. En su última semana, él ya no podía salir de su cuarto. Incluso mi hijo me dijo “Abuelo ya no va a estar con nosotros mucho tiempo”. Quizá debemos seguir viendo el mundo como los niños. Mi papá dejó este mundo a las 3:35 p.m. del martes 25 de agosto de 2015. Murió rodeado por nosotros: mi hermana, mi madre, mi hijo y yo. Todos le dijimos que se dejara ir. Ya llevaba demasiado peleando y todos estábamos conscientes de que estaba cansado. Si se seguía aferrando era por no hacernos sufrir (oh, papi, me acuerdo tanto de lo que nos dijiste cuando nos confirmaron que era cáncer de nuevo, te disculpabas como si fuera tu culpa, cuando yo sólo pensaba “¿por qué él de nuevo?”). G, mi hijo, le dijo en sus últimos minutos: “Sólo te adelantas, nos vamos a volver a ver”. Con tanta tranquilidad que ya quisiera yo.
No fue que él perdiera la batalla. Simplemente fue que ya era tiempo de que dejara el cuerpo mortal. Y es necesario que todos los que rodean a los enfermos de cáncer lo entiendan. Si un enfermo de cáncer dice “Hasta aquí”, hay que respetar. Los que no estamos enfermos no podemos dimensionar lo que es pasar por eso, por los tratamientos, el desgaste, el desánimo.
El alto índice de la enfermedad
Es una enfermedad que nos va ganando territorio y si bien los tratamientos van mejorando, la cantidad de enfermos es tremenda. ¿A cuántos enfermos de cáncer conocen? Aunque sea el primo de un amigo, creo que todos conocemos o sabemos de al menos un caso.
El cáncer en mi familia ha sido terrible: a los tres meses de que falleciera mi padre, falleció uno de sus hermanos. Luego, en enero de este año, supe que falleció la abuelita de una amiga por la misma enfermedad. Eso sin contar las personas que he despedido, cercanas o no, a lo largo de los años, por causa de esta enfermedad (se me vienen tres casos a la cabeza, de instancia)
Si en verdad queremos hacer algo por el Día Mundial del Cáncer, creo que debemos reflexionar. ¿Qué estamos haciendo para que crezca tanto la enfermedad? Es una enfermedad que no respeta género, edad o condición. Si bien cuenta lo genético y lo psicólogico (el terror ante el diagnóstico, de entrada, puede disminuir la posibilidad de supervivencia). ¿Cómo vamos a evitar que siga creciendo el porcentaje anual de enfermos? ¿Cuántos nos hacemos chequeos anuales, sin necesidad de sentirnos mal como motivación?

Como familia unida es que se puede sobrellevar la enfermedad
Yo únicamente puedo hablar desde mi experiencia, quizá demasiado reciente. Pero meintras más sepamos de la enfermedad, de cómo altera por completo la vida de los enfermos y los que los rodeamos, creo que no habrá avances. Esto es un pensamiento que dejo a quien caiga acá. Esto es un pensamiento intenso por los que ya no están, un “¡hurra, vas bien!” por los que están luchando y un “no estás solo” para los que acompañan a un enfermo. Mi admiración para todos los que trabajan, en serio, por sanar a los enfermos, pero sobre todo, para los guerreros. Gracias por enseñarnos.