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“You’re nobody’s doorway but your own, and the only one who gets to tell how your story ends is you”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Creo que los humanos tenemos una fascinación con el hecho de poder viajar. La palabra wanderlust habla de esa necesidad de salir de viaje cada vez que el corazón lo anhela, para llenar los ojos y el alma de nuevos paisajes.

Wanderlust

Sin embargo, parece que también buscamos viajar fuera de nosotros mismos. ¿De qué otra forma se explica la gran cantidad de historias que hablan de viajar a otros mundos? Queremos creer que hay algo más, algo más grande, más allá de lo que podemos conocer. Algo que nos haga sentir menos insignificantes y más especiales.

Esta idea no es nueva. Dorothy sale de Kansas para llegar a Oz, los hermanos Pevensie atraviesan la puerta del ropero para llegar a Narnia y Alicia cae por la madriguera del conejo para llegar al País de las Maravillas. Esas historias abrieron la posibilidad de las puertas: un pasaje que se oculta de los simples mortales y que, para algún elegido, se abre y deja que uno transite desde nuestro aburrido mundo a otro lleno de fantasía y de magia. ¿Qué importa si hay peligros?

Lo importante es poder viajar y ser una historia. No ser algo intrascendente: dejar una huella, así sea por las anécdotas que vivimos. Yo creo firmemente que todos los seres humanos aspiran un poquito a la eternidad. Ser merecedores de ser recordados.

“She was a story, not an epilogue”

—Seanan McGuire, Every heart a doorway

Los viajes cambian a las personas. Sean reales o ficticios. Yo no soy la misma tras leer un libro. Ese viaje entre las letras suele dejar una huella, a veces momentánea, a veces indeleble, en mi ser. Quizá por eso la letra de China Warrior D me gusta tanto:

“A nice escape and her delight is to travel through the lines”

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=ZD8PFC6VSww]

Viajamos no solo para conocer, sino también para escapar. Las veces en que con más desesperación he bebido historias ajenas han sido aquellas en que más desolada me siento: es mi refugio. Las veces en que más me refugio en mis letras (lo veo ahora que recuperé el acceso a mi viejo blog) es cuando la tristeza o el enamoramiento me tienen sofocada. Las emociones desbordadas me ahogan y mi escape es a través de las letras.

Las puertas a otros mundos

Pero volviendo a los viajes ajenos: me sorprende la cantidad de historias que he hallado a fechas recientes sobre lo que pasa en los viajes, al regreso de los viajes, por la necesidad de los viajes. La cantidad de historias que hablan de cómo ya no somos los mismos después de un viaje.

La primera historia que me cautivó recientemente en este tema fue Every heart a doorway de Seanan McGuire. La premisa es curiosa: una escuela recibe a niños que han viajado a través de las puertas y luego, han regresado a nuestro mundo. Pero el viaje les deja una marca: las puertas se abrieron porque eran los mundos a los que realmente pertenecían. Pero esos mundos, por algún motivo, los expulsan. Y ahora no pueden regresar. ¿Qué hacer cuando tu propio Hogar te echa?

La idea de ser especiales y merecer viajar… no queremos ser del montón, aunque nuestras vidas monótonas nos hagan ver que sí lo somos. Por eso anhelamos ser elegidos para emprender un viaje. Este anhelo tan ferviente se refleja claramente en el cuento Not by wardrobe, tornado, or looking glass de Jeremiah Tolbert (publicado en Lightspeed Magazine y antologado en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, los seres humanos están esperando que se abra su puerta, ésa que los llevará a su mundo ideal (una idea similar a la de McGuire), pero explora el qué ocurre con aquellos que son dejados atrás. Louisa se queda en el mundo real, y sabe que es injusto porque si alguien ha leído fantasía a más no poder, es ella. ¿Por qué su puerta y su mundo no se manifiestan ante ella?

Pero ¿qué tal que ese mundo al que pertenecemos decide que en realidad no somos merecedores? ¿Qué ocurre con nuestras almas si encontramos la forma de viajar entre mundos y de repente no podemos regresar al mundo de fantasía? Esa alternativa ya también ha sido explorada, en este caso en el cuento This is not a wardrobe door escrita por A. Merc Rustad (y también antologada en el libro The best American Science Fiction and Fantasy 2017). Aquí, las dos protagonistas, habitantes de mundos distintos, están tratando de reencontrarse, de volver a atravesar la puerta que es la conexión entre sus mundos. ¿Por qué la puerta ya no sirve? Porque alguien del mundo mágico ya no quiere dejar pasar a los mortales.

Los seres humanos queremos viajar y trascender. La cantidad de historias que hablan de viajes fantasiosos no dejan duda alguna de este anhelo. Finalmente, en los viajes nos encontramos ¿no?

Los libros de los que hablo:

  • Every heart a doorway. Seanan McGuire, Tor. 2016. *Se consigue en inglés en Amazon, pero en teoría este año debe ser traducido al español. Es uno de los libros que más me han gustado a fechas recientes, e hice videoreseña en mi canal de YouTube.
  • The Best American Science Fiction and Fantasy 2017. John Joseph Adams, series editor. Charles Yu. Editor. Mariner. 2017. *Se consigue en inglés en Amazon.

Viajes entre mundos

Imagen destacada: “Magic door” by ryky en Deviantart.

¿Cuánto tiempo creen que pasas con los ojos clavados en la pantalla de tu celular? Piénsenlo un poquito. ¿Ya? Quizá dijeron que una o dos horas al día. Lo más probable es que sea el doble de lo que hayan pensado.

La mayoría de los adultos de más de 30 años pasan un promedio de 4 horas al día clavados en su celular, sea en redes sociales, correos electrónicos o juegos. Estamos hablando de que, en total, unos 15 años de vida serán utilizados viendo la vida pasar a través de un dispositivo móvil. Si esto les parece alarmante, la cifra es peor con la Generación Z que pasa entre 6 y 8 horas en sus dispositivos móviles.

Actualmente no sabemos cuánto afecte esto las interacciones sociales y las formas de aprendizaje. Es un hecho que ya está trastocando la forma en que nos comunicamos. Las generaciones más jóvenes prefieren mandar mensajes de texto (textear) a llamar por teléfono.

Piensen en una reunión familiar o una ida a un restaurante: ¿qué tan seguido vemos a dos o más personas sentadas en el mismo lugar, con la mirada clavada en un dispositivo móvil? Esto empezó a llamar mi atención al grado de procurar ser más consciente sobre mi propio uso de dispositivos móviles. Particularmente me empecé a fijar más al regalarle a G su primer dispositivo electrónico la Navidad pasada. No es un celular, pero está cerca. ¿Cómo evito con mi propio ejemplo que mi hijo sea absorbido por la pantallita?

Al investigar sobre el tema, encontré el libro Irrisistible de Adam Alter. Este libro habla sobre cómo nos clavamos en las pantallas, olvidando a los otros.

Se trata de un comportamiento compulsivo que llega a la adicción de comportamiento. Si bien hay quienes descartan este tipo de adicciones por no tener que ver con una sustancia, cada vez son más los estudiosos que admiten que estas adicciones existen. El tema con la adicción al Internet y a los dispositivos móviles es que pareciera que hoy en día una persona no puede ser un adulto funcional sin conexión a Internet.

Los problemas a los que nos enfrentamos en nuestro agitado día a día incluyen:

  1. Falta de señales para detenernos: Antaño, jugar videojuegos implicaba tener una consola, una televisión y tiempo para sentarnos a jugar. Ahora, podemos llevar juegos en el celular. Trabajar era ir al sitio de trabajo, realizar el trabajo, salir y llegar a casa a descansar para volver a empezar al día siguiente. Ahora, el trabajo nos sigue a casa con las computadoras portátiles y el correo electrónico en el celular. Antes salía un capítulo de la serie que viéramos una vez por semana en equis canal, con comerciales incluidos. Hoy, Netlfix reproduce capítulo tras capítulo sin necesidad de siquiera darle play entre uno y otro. Ya no hay un momento que nos haga detenernos. ¿A cuántos les ha pasado que, por estar en redes sociales, en un scroll infinito, el tiempo se les desaparece? La falta de una señal clara para frenarnos y realizar otras actividades es la responsable del tiempo esfumado.Social media
  2. Las recompensas variables: Uno pensaría que a los seres humanos nos gusta tener el control sobre nuestras vidas y que las recompensas claras y predecibles nos son atractivas. ¡Error! La incertidumbre nos mantiene enganchados. Esto no sólo funciona con los casinos o con las relaciones disfuncionales (sí, niñas, hablo de ese dude que no responde los mensajes y cuando se digna a aparecer le decimos que sí a todo) sino con las redes sociales y lo impredecible de un “me gusta”, un comentario o un “share”. Esto provoca que compartamos más y más contenido en cualquiera de las redes sociales, y revisemos con ansias para ver quién reaccionó a nuestro posteo.
  3. La obsesión con los objetivos: Plantearnos objetivos alcanzables es algo muy bueno, nos motiva a llegar a algún lado. Sea escribir diario, hacer ejercicio, ser constantes con una alimentación saludable, nos gusta plantear objetivos. Si son medibles ¡qué mejor! Podemos ver un avance. El tema es cuando planteamos alcanzar equis cantidad de seguidores, lo que nos consume tiempo en las redes sociales. Igual puede ser una obsesión con cuántos pasos damos al día… los dispositivos móviles no dan leves recompensas (como el sonido de una campanita) al alcanzar un objetivo, como los que plantean las aplicaciones de ejercicio, y nos motivan a ir cada día por más, sea mantener nuestra cuenta de días haciendo ejercicios de meditación (“You’re on a 20 days streak!” reza la app que uso para meditar al acabar una sesión), la cantidad de pasos al día, de vasos de agua bebidos, etcétera. Cualquiera es un buen pretexto para voltear a ver el móvil.

Todo ello se conjuga para darnos una adicción difícil de evitar. El lío es que esta adicción pareciera socialmente aceptable (todos lo hacen) y un tanto inevitable (¿cómo es que no tienes celular/redes sociales/WhatsApp?). ¿Qué podemos hacer?

Un buen inicio es hacer conciencia acerca del tiempo que pasamos en el teléfono. Una app que mida el tiempo que pasamos en la pantalla es recomendable (y créanme que pega en el ego ver que uno está en el promedio de 4 horas al día). La que descargué se llama Moment y da unas estadísticas de miedo. Lo siguiente es hacer pequeños cambios:

  1. Desactiva las notificaciones: Las notificaciones son invasivas y nos rompen el flujo de trabajo. Los estudiosos en temas de aprendizaje y concentración han visto que tardamos unos 20 minutos en retomar el flujo de una tarea una vez que ésta fue interrumpida. A mí me pasaba: tenía el celular al lado de la computadora y el hecho de que brillara la pantalla con una notificación me rompía el ritmo. Dejé las notificaciones de WhatsApp porque por trabajo ahí me buscan todos, pero todo lo demás: chitón. Qué bonito es.
  2. Establece momentos sin dispositivos móviles: ¿Qué tal una comida “cell-free”? Procuro al salir con mis amigos que mi celular se quede guardado. Pongo el sonido para darme cuenta si mi madre me llama, pero de ahí en fuera, ignoro el teléfono. Es bonito porque la gente se siente escuchada. ¿O no les parece horrible hablar con alguien que ni los voltea a ver a los ojos porque está en el celular?
  3. Delimita prioridades: No dejes que las notificaciones rijan tu vida y rompan tu ritmo de trabajo. El mismo Alter menciona en su libro que querer tener un mail sin correos sin leer en el trabajo es como pelear contra zombis en películas de Apocalipsis: siempre viene una nueva horda y no tiene caso. Y si ya saliste de la oficina, ¡mañana le sigues!
  4. Disfruta el ocio: Yo he estado buscando no llenar mis espacios de ocio con el celular, la reacción normal de todos: momentos sin actividad equivalen a sacar el celular. A veces somos ridículos: ¿vas a bajar en el elevador 3 pisos? ¡Saca el celular! ¿En serio? Los momentos de ocio y de aburrimiento son necesarios: son cuando tenemos ideas y podemos desarrollar el pensamiento creativo. La adicción a la pantalla está dándole al traste con este proceso.

No te desesperes contigo mismo por usar demasiado los dispositivos móviles, lentamente se han ido apropiando de ciertos espacios que vale la pena recuperar. El primer paso es hacer conciencia de ello. Tampoco se trata de satanizarlos, sino de poner cada cosa en su lugar.

Para saber un poco más del tema, les dejo esta TED Talk del año pasado, con Adam Alter hablando sobre las pantallas:

 [youtube https://www.youtube.com/watch?v=0K5OO2ybueM?rel=0&controls=0]

 

Imagen destacada: Photo by Tofros.com from Pexels https://www.pexels.com/photo/bag-electronics-girl-hands-359757/

Ayer lo supe, porque me lo dijo primero un amigo mío: Dolores O’Riordan había muerto. Sabía que era el gran crush de mi amigo y que cuando me dijo “Todo está pinches mal con el mundo” lo decía en serio.

Luego, las redes sociales se llenaron de publicaciones al respecto. Vi que compartieron Linger como mil veces y varias notas que me negué a leer. Todas con la misma cabeza: Muere la vocalista de The Cranberries.

Conocí a los Cranberries hace casi 20 años, cuando yo estaba en tercero de secundaria. Mi amigo Patrick me había grabado en un casette el álbum “Bury the hatchett”. Cuando me dio la cinta me dijo, en una carta, que a él le servía mucho la canción Animal Instinct para sentirse mejor. Ese año, 1999, fue en el que Pat lidió con la enfermedad de su mamá y yo, con el segundo round contra el cáncer de mi papá. En esa época yo vivía en la casa de mis abuelitos, mi papá estaba hospitalizado. Ponía la cinta en la grabadora cuando me metía a bañar, le subía el volumen a todo lo que podía y me soltaba llorando en la regadera. Esos veinte minutos (entre desvestirme, bañarme, vestirme) con The Cranberries de fondo eran el único momento del día en que me permitía llorar, de coraje y de tristeza, por la enfermedad de mi papá.

En esa misma época, otro amigo me prestó el álbum “No need to argue”, que también grabé en casette. Alternaba ambas cintas y poco a poco esas canciones permearon en mí.

La voz de Dolores se me hizo singular. Lo mismo tonos graves que subir a agudos, ese fondo rasposo… nada que ver con las otras voces femeninas que había escuchado. Era imposible no distinguir que era ella quien cantaba cuando sonaba una de sus canciones.

Dolores gif

Promises y Zombie fueron las dos rolas que dos años más tarde, cuando yo estaba en quinto de prepa, elegimos una amiga y yo para cantar frente a la escuela. La batería en esas canciones (particularmente en la primera) me cautivaba y siempre he soñado [guajiramente, porque de cantante no tengo nada] poder cantarla en vivo con alguien tocando la batería con ganas y energía.

“Wake up and smell the coffee” fue el primer CD que me compré, tras esperarlo mucho tiempo. This is the day se volvió el track de preferencia cuando escribía sobre cierto personaje en una historia que estaba desarrollando en ese entonces. Yo aún estaba en prepa.

Otras canciones me han calado:

Dying in the sun sonaba cuando me avisaron que alguien conocido había intentado suicidarse y estaba en observación médica. Linger se la dediqué a mi peor-es-nada de mi último año de prepa (aunque Complicated de Avril Lavigne explicaba a pie juntillas nuestra no-relación, era la voz de Dolores O’Riordan particularmente en la versión de lo mejor de los MTV Unplugged la que expresaba mi sentir).

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=FwmQ18w-dwY?rel=0]

Cuando conocí al amigo que me avisó de la muerte de Dolores y me contó su crush con ella, puse en mi bucket list que él fuera el baterista para esa tocada ficticia de Promises.

Dolores, sus letras, me consolaron en mis momentos de dolor. Qué ironía. Quizá no soy la más fan: no tengo todos sus álbumes y no me sé todas sus letras. Aunque claro, no me sé todas las letras de ningún artista porque mi memoria descarta lyrics (supongo que para guardar espacio en disco duro para otras cosas, como detalles de mi trabajo o el cumpleaños de mi mamá).

Ayer no quise escuchar nada de ellos, de los Cranberries, porque temía soltarme llorando. Las canciones cargan mucho significado y saber que la poderosa voz que tanto me conmovió ya no canta en este plano de la existencia me puede mucho.

Lo que hice hoy fue una lista en Spotify con las canciones que me cautivaron.

Y sorprenderme de esa capacidad humana de llorar y condolerse ante la muerte de otra persona, sin importar que no la conociéramos.

Pues en efecto, me siento triste por la muerte de Dolores. Quizá por eso mismo, las canciones me suenan más tristes que antes. Lo bonito es que le deja al mundo un legado: sus canciones y su voz.

Dolores

Hace 8 años tuve una idea, de esos rayos relampagueantes y descabellados que suelen acudir a mi cabecita de vez en vez: “iniciaré una revista en línea”. En ese entonces reuní a un par de mis amigos y pasamos interminables noches con café en un Vips sobre la avenida Félix Cuevas, definiendo qué iba a ser esa revista en línea, cómo iba a ser la línea editorial, el diseño, la interfaz.

De ese equipo inicial, quedé sólo yo. El primer número de la revista vio la luz en el puente del 5 de mayo de 2010, albergado en un (horrendo) blogspot. Abrimos una página en Facebook y llegamos a 80 likes en una semana.

Empecé a invitar gente a escribir, siguiendo un calendario mensual de contenidos, para alimentar la revista una vez al mes. ¿El nombre del proyecto? Kya!

Para su segundo o tercer número, Kya! se mudó hacia WordPress. La plataforma se veía más amigable y nos daba más opciones de templetes para no vernos tan “poco profesionales”. El equipo creció más. Se acercó a mí, vía internet, Orquídea Fong quien entró como colaboradora y eventualmente llegó a ser Editora en Jefe. De su trabajo y dedicación aprendí muchísimo, sobre todo a leer los textos mil veces antes de subirlos. Orquídea editaba y yo subía el número de trancazo en un solo día. Mi familia tuvo que aguantar mi desesperación al salir los números, porque era una labor titánica que realizaba desde una pequeña (y muy valiente) netbook.

También, gracias a Kya! conocí a Tala e Isa, ambas llegaron para ilustrar portadas. Eventualmente se unió a las ilustradoras C, quien también llegó a ilustrar cuentos y, más adelante, a escribir un par de notas aunque (ella lo dice) escribir no sea su fuerte.

La base de fans en Facebook y Twitter fue creciendo y llegó un punto en que yo dejé de buscar a la gente para que se uniera al proyecto: las personas me buscaban a mí para colaborar.

Así entró Héctor a la revista, quien inició como colaborador y luego llegó a ser subdirector: traía la camiseta de Kya! puesta como nadie. Cuando, por problemas personales, pensé en cerrar la revista, fue Héctor quien me convenció de lo contrario y se quedó al frente del staff en lo que yo recomponía mi vida.

Lo que inició con 5 personas y charlas de café, llegó a tener en su tiempo más robusto un equipo de 40 colaboradores, muchos de los cuales no conocí en persona. Trabajábamos en línea y cree una forma de trabajo a través de grupos de Facebook, chats privados, Google Docs y, eventualmente, mensajes de WhatsApp que permitieron que los números salieran primero mes con mes y luego, quincenalmente.

Gracias a un antiguo editor, quien sustituyó en cierto punto a Orquídea, conocí a Charly quien llegó a revolucionar la revista al crear el sitio con una interfaz profesional. Charly, el webmaster traído del cielo, quien me ayudó a que Kya! diera el brinco para ser un sitio con terminación .com

La revista no hacía más que crecer: de ser revista mensual, empezó a ser también un sitio con noticias, columnas, recomendaciones y hasta posteos patrocinados. Entraron al ruedo Dani, Bea y Barbie, mis amadas editoras y cómplices. Más personas respondieron a las convocatorias que cada año poníamos: Jonathan llegó para ser articulista, aunque la verdad es que ama escribir de libros y de música. Vivs armó su columna de salud y bienestar, aunque de repente fangirlea con algún guapo cantautor. Irving le dio punch a la columna de cine, con sus siempre concienzudas y mordaces críticas. Selene cambió el look de Kya! trayendo el logo que actualmente ostenta la revista. Llegaron Fer y Jorge a meterle jiribilla y buen humor al staff.

Empezamos a hacer eventos y fue así como conocí a Retos Cheleros, con quienes durante más de un año hicimos catas de cerveza artesanal.

A veces era un trabajo demoledor: alimentar a las redes sociales para mantener la base de fans, crear lazos estratégicos con posibles patrocinadores, conocer más personas, ser la encargada de Relaciones Públicas, la Community Manager, la que entregaba premios… Mi familia me aguantó el paso como los grandes: mis cambios de humor, mi desesperación cuando salían las cosas, los festejos cuando llegábamos lejos.

Seguí conociendo más personas. Raquel y Alberto fueron al inicio un par de entrevistados, para convertirse en queridos amigos míos. Laura me conoció en una rueda de prensa de la FIL de Guadalajara y luego empezamos a planear cosas que involucraran a los libros de su distribuidora. Mónica me conectó con la marca de vinos Cu4tro Soles. La lista puede seguir y seguir.

De repente lo que inicia como una idea loca acaba volviéndose una forma de vida. Locuras y aventuras que le dan sentido a nuestro tiempo en este mundo. Pero también, a veces, parece convertirse en lastre o deja de ilusionar. Hace muchos años decidí que no iba a hacer nada que no me apasionara.

Antes peleaba (apasionadamente) con mi padre porque él no le veía futuro a Kya! y pensaba que era una pérdida de tiempo. No lo era: era mi puerta a mundos y personas maravillosas.

Pero he tomado una decisión, una decisión que me tomó un año alcanzar, plantear, estructurar. Kya! ha llegado a su fin. Motivos hay varios, pero no es el momento para hablarlos. Baste decir que mi staff y yo emprenderemos una nueva aventura. Kya! nos ha dado miles de alegrías y dolores de cabeza, pero ante todo: muchos aprendizajes. Y esos aprendizajes los vamos a aplicar en la nueva aventura. Esperen algo próximamente. Más pronto de lo que esperan.

 

And, oh, how could you do it?

Oh I never saw it coming!

I need an ending, so why can’t you 

take just a moment to explain

Muchas veces me he preguntado ¿qué le habrán contado los alemanes a sus generaciones de hijos y nietos cuando tuvieron que explicar cómo Hitler llegó al poder? ¿Con qué cara narraban ellos, los que estuvieron ahí y apoyaron al líder nazi, ese fragmento de la historia?

Pensé que en el 2012, con la llegada de Peña Nieto a la presidencia de México ya tendría demasiado que explicarle a mi hijo (¿Cómo dejaron que alguien tan palpablemente idiota estuviera al mando del país?). Pero ahora me aterra qué explicación, qué justificación darán los gringos.

Tal vez es porque soy hija de un historiador, pero tengo muy grabada la idea de que estamos condenados a repetir nuestra Historia si no aprendemos de ella.

El mundo ha despertado en lo que parece una pesadilla sacada de cualquier novela distópica, o de una película de horror. Sin embargo, la realidad supera a la ficción. Donald Trump fue electo Presidente de Estados Unidos. En el mejor de los casos, resultará tan inepto como nuestro Presidente mexicano, dejando en mal a EEUU cada vez que abra la boca. En el peor de los casos, una Tercera Guerra Mundial puede dispararse, siendo EEUU la nueva Alemania.

El dólar ya empezó a dispararse mientras en las redes sociales veo cómo muchos parecen anonadados ante esta elección. Una amiga me comenta que en un foro gringo ella discutía con varias personas ¿por qué eligieron a Trump? Si todo su discurso fue vacío, las propuestas inexistentes, la misoginia y el racismo a la orden del día. “Porque va a hacer a nuestro país grande de nuevo”.

En la oficina, al llegar, uno de mis compañeros dijo “¿Qué podíamos esperar? Estados Unidos es el segundo país más ignorante, después de Italia”. No. No sé de dónde sacó el dato. No puedo asegurar que sea verídico. Pero es un hecho que sí, en Estados Unidos no son tan cultos como quieren pensar. Cada que un gringo dice que México está en Sudamérica me da un mini ataque. Pero eso es lo que les enseñan. Ellos netamente creen que México es Sudamérica (y Centro América no existe, claro). Así les enseñan.

Si les enseñan que los extranjeros se roban sus empleos y causan desastres (¿qué pasó tras el 9/11? ¿cómo creció la paranoia, recuerdan?), ¿qué podíamos pedirles?  Decía Einstein que la estupidez humana era infinita. El miedo es un gran, gran motor.

No soy ninguna analista política –cada que he podido me he mantenido al margen –pero me aterra el mundo en el que ahora debo criar a mi hijo. La frase aquella de “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” nunca fue tan cierta como ahora.

No puedo evitar cuestionarme ¿qué diría mi padre ante los resultados de esta elección? El miedo a lo desconocido y a lo extranjero está fragmentando el mundo globalizado. ¿De qué nos sirve el acceso a la red y el estar eternamente conectados si no aprovechamos eso para aprender y para crecer?

Por el contrario, ocurrió Brexit primero, ahora Trump. El mundo se pone a la defensiva. El clima político se tensa cada vez más. ¿Qué va a ocurrir?

Coincido con Neil Gaiman.

gaiman

Vayamos pensando qué le vamos a contar a las generaciones siguientes. Cómo explicaremos el por qué llegamos a este punto. Ante todo, cómo evitaremos regresar aquí en el futuro.

Hace un par de años, justo en la época en la que estaba triste por un rompimiento, surgió el movimiento en redes sociales llamado #100HappyDays. La idea, como se platica acá, era ser feliz por 100 días. Más que “ser feliz”, yo lo tomé como un “darse cuenta de que eres feliz con pequeñas cosas diario”.

Le entré al reto, y lo concluí posteando durante 100 días, a veces a marchas forzadas: diario tomaba una foto que compartía en mi Instagram con el hashtag #100HappyDays. A veces eran cosas muy sosas como el momento feliz de llegar a casa tras dar clases y poder ponerme mis chanclas. A veces eran cosas más trascendentales como una maravillosa cena con mis amigos o un desayuno lleno de risas (soy una gorda en el sentido de que amo comer y muchos de mis mejores momentos han sido acompañados por comida y amigos compartiendo).

#100HappyDays #Day7 la felicidad de ponerse chanclas al llegar a casa 🙂 [plus: purple, purple!!]

Una foto publicada por Vanessa Puga (@nereavpv) el 20 de Feb de 2014 a la(s) 1:59 PST

#100HappyDays #Day8 Delicioso almuerzo en excelente compañía 😀

Una foto publicada por Vanessa Puga (@nereavpv) el 21 de Feb de 2014 a la(s) 1:59 PST

Recordé que la felicidad no es ese objetivo al final de un camino, no es forzosamente una explosión de euforia. En realidad es un sentimiento que va y viene, como todos los sentimientos, y que muchas veces nos cuesta recordar que existe fuera de las explosiones eufóricas. Como dice una canción de Sister Hazel “Count your blessings, count them, 1, 2, 3…”
Unirme al reto me ayudó a poner en perspectiva las cosas y obligar a mi cerebro en détox (está comprobado que el rompimiento amoroso te pone en proceso de síndrome de abstinencia por falta de dopamina) a no cortarse las venas con galletas de animalitos, pues si bien a nivel racional sabía que terminar esa relación fue lo mejor, me dolía. Recordar que tenía (que tengo) a diario pequeñas bendiciones ayudó en mi proceso de duelo.
Este año, entre las cosas que inicié, fue un frasco de la felicidad. Mis momentos felices. En un frasco voy metiendo papelitos en los que escribo algo bueno que me pasó en el día. Esta idea la tomé de mi amiga Georgy Vivanco que comentó en sus redes sociales que aplicó el año pasado. Es simple: todo el año, día con día, uno apunta algo bueno que le pasa, lo dobla y lo mete al frasco. La víspera del Año Nuevo (o el 1° de enero del siguiente año) se abre el frasco y se leen todas esas cosas, pequeñas bendiciones, que se vivieron a lo largo del año. Una forma de poner en perspectiva la vida y ser agradecido.
No siempre es sencillo. Puede ser un pésimo día o un día muy rutinario, con nada sobresaliente. Pero siempre, SIEMPRE hay algo que podamos agradecer. Creo que es un ejercicio que nos hace ser más agradecidos, más conscientes de nuestra realidad. Veremos qué tal me va este 2016.

La imagen destacada de este post es tomada de mi amiga Georgy Vivanco, “365 días de agradecimiento”, compartida en sus redes sociales el 3 de enero de 2016. Se usa a modo de ilustración y no me pertenece.