Listado de la etiqueta: Maternidad

El malabar mental y las expectativas sociales

Malabar entre cuidar, trabajar y cuidarme

 

Imagen destacada de Annie Spratt en Unsplash

Es lunes y yo ya me siento exhausta. Hoy lo pensaba al sacar la foto que les dejo al inicio de la entrada. A G le sacaron las muelas del juicio (dos) el viernes. Eso ha significado para mí un fin de semana de labores de cuidado más intensos que los del día a día: procurarlo, ver que se tomara las medicinas, que el dolor no fuera demasiado, que comiera, conseguir cosas que en efecto pudiera comer.

¿Por qué estoy tan cansada? Veamos: ayer antes de acostarme, dejé alzada la cocina, preparé la cafetera, alcé la sala y el comedor y me acosté. Hoy me paré para sacar a mi perrita (en la mañana caminamos aproximadamente 1.5 km) regresé a hacer ejercicio, tender mi cama, me metí a bañar, preparé mi desayuno (que fuera acorde con mi plan alimenticio para ir mejorando mi problema metabólico), preparé el desayuno de G, lo acomodé en una bandeja junto a sus medicinas y se lo llevé a su cuarto. Me senté a desayunar ya con la computadora para mi primera junta del día.

Las labores de cuidado están dadas por hecho que nos corresponden a las mujeres. Al final, somos las que maternamos. Yo crecí en una casa con una súper mujer al mando. A mi mamá le tocó cuidar de mi papá durante sus cánceres al tiempo que lidiaba conmigo adolescente y mi hermana prepúber, estudiaba la maestría y mantenía la casa. Para mí, gracias a ese ejemplo, lo “normal” es poder hacerlo todo sin problema. Es la expectativa social. Sin embargo, es muy complicado lograrlo.

La angustia y la soledad maternas

Hoy escribía en mi newsletter que mi amiga Moni mencionó que la maternidad es un acto muy solitario. Para mí, el acto de ser madre ha sido en su mayoría en compañía. Es gracias a que estoy rodeada por una enorme red de apoyo que he podido salir avante en muchos de los vericuetos de la maternidad. Al leer mi news, mi amiga Emilia me comentó que la maternidad (ni la paternidad, pa’ pronto) no tendría por qué ser en soledad. Es muy importante que la comunidad nos ayude en la crianza. Al final, existe el dicho “it takes a village to raise a child” por algo.

Empero, es cierto que hay momentos muy solitarios y muy angustiantes. Yo lo recordé el viernes. Sentada en la sala de espera del consultorio del dentista, me entraron unas enormes ganas de llorar. Y no se me ocurrió pedir ayuda. No pensé en escribirle a mi novio, por ejemplo ¿cómo lo iba a importunar si estaba con sus papás en ese momento? Tampoco pensé en decirle a mi mamá o a mi hermana ¿para qué las preocupaba si seguro estaba exagerando? Pero me sentía infinitamente sola y angustiada. Mi hijo estaba siendo sometido a una cirugía. La razón me decía que no había motivo para preocuparme: nuestro dentista es un excelente médico a quien le confío sin lugar a dudas nuestra salud. Era una cirugía mínima y tan normal que hasta “rito de paso” es. ¿Por qué tanto miedo entonces?

Hay cosas inexplicables de la maternidad, como este constante miedo a que algo le pase a los hijos. Me pasa cuando G sale a caminar. No puedo detenerlo, lo estoy educando para la libertad. Pero después de un rato, me empieza a angustiar que se tarde más, que no regrese. Si no lo dejo salir a caminar, nunca aprenderá a andar en la calle y no le estoy haciendo un bien. Así pasa con otras cosas, como una cirugía programada. Y son miedos que a veces me rebasan a nivel irracional. Es una cosa muy animal. Y entonces, si soy una mujer racional y lógica ¿qué explicación podía dar para hablarle a mi pareja, a mi mamá, a mis amigas al borde del llanto y decir “me siento sola, acompáñame”?

Así que me aguanté y empecé a sentir que me iba a dar migraña. Eso sí lo comenté con mi amiga Ave. Ella iba camino a la farmacia e hizo algo muy simple: me marcó y me preguntó si necesitaba algo de la farmacia para G. Ese sencillo acto me recordó que estoy dentro de una comunidad que me ayuda a cuidar de mi hijo. Más tarde ese día, platiqué con Ave para desenredar mi mente y entender mi angustia. También lo platiqué con Moni (madre de dos pequeñas) y con H. Pedir comprensión y apapacho no está mal. No hay por qué vivir la maternidad en soledad ni por qué tragarse la angustia que ser madre puede provocar.

Cuidar de estas dos criaturas es uno de mis grandes motores en la vida

El acto de cuidar

Se espera de las mujeres que seamos las que cuidamos. Es un discurso que tenemos muy interiorizado. Nos toca en general el doble turno: el de trabajo de oficina y luego el trabajo de la casa. A fechas recientes, alguien me reclamó que le pido demasiado a mi hijo al repartir las tareas de la casa. No me parece que le esté exigiendo nada fuera de lo racional: en esta casa estamos los dos y aquí balanceamos nuestras responsabilidades laborales/escolares con las responsabilidades del hogar. Así, él sabrá llevar una casa cuando ya no viva conmigo. El acto de cuidar la casa no tiene por qué caer en mí nada más por ser la mamá o el adulto responsable.

Cuando yo tenía la edad de mi hijo, durante el verano me tocó hacerme cargo de la casa para aprender a cuidar de un hogar. ¿Por qué no habría de hacer algo similar con mi hijo? ¿Por ser varón? Me parece erróneo pensar así.

Tampoco el acto de cuidar es 100% mío. Cuando hace un año a mí me sacaron las muelas del juicio, fue G quien me procuró y me cuidó durante los días de recuperación. Fueron mis amigas las que estuvieron al pendiente y me mandaron nieve de limón. Fue mi red de apoyo la que me procuró.

Un amigo me decía que él no es multitask. “Eso sí es 100% femenino ¿no?”. Creo que no. Me parece que la idea de la capacidad de hacer más de una cosa al mismo tiempo viene de cargar las labores de cuidado en las mujeres, de esperar que podamos con el trabajo remunerado y el no remunerado. Y respaldar el mito de que le corresponde sólo a las mujeres ha creado la idea del multitask. Las labores de cuidado se pueden repartir entre todos, la carga mental no tiene por qué ser la cruz de las mujeres. Menos en esta época de encierro que hace todo más cuesta arriba por el inevitable burn out del aislamiento social. Así como la maternidad puede ser compartida y en comunidad, el acto de cuidar puede ser repartido con nuestras redes de apoyo. Creo que eso aligerará mucho la carga de todos.

 

 

 

 

Dice un dicho en inglés “It takes a village to raise a child”. No sé si todos lo han escuchado en la vida, pero tras 14 años de maternidad, puedo decirles que es muy cierto. Hace poco un conocido mío me decía que él sí quiere hijos pero que mínimo debería ganar $30K al mes para mantenerlo. Le comenté que me parece prudente pensar en las posibilidades y el futuro pero que no podemos ser tan cerrados con algunas cosas.

Cuando G nació yo no sólo no tenía trabajo sino que tampoco tenía ahorros. Supe de mi embarazo recién cumplidos mis 21 años. Todavía era estudiante de universidad y el futuro ante mí se veía muy oscuro. El papá de mi hijo no quería ser papá (y lo ha confirmado con su silencio de más de una década hacia nosotros—no es queja) y de cualquier forma, él tampoco ganaba la millonada.

Y de alguna forma, a pesar de todo el caos, he sacado adelante a mi hijo. ¿Cómo? Con toda una tribu a mi alrededor que nos procura sin importar lo que pase.

Mi aldea es mi tribu

No pretendo hacer un recuento detallado de todo lo que he vivido siendo mamá. Simplemente me interesa apuntalar que si estoy donde estoy es porque hay gente que nos ayuda de mil formas y porque, importante, he aprendido a aceptar la ayuda.

De hecho, creo que esa segunda parte ha sido más importante que la primera. Nos enseñan a pensar que debemos ser fuertes e independientes y que para mantener el orgullo intacto debemos poder solitos con todo. Es un enorme error. Independencia no implica andar solos por la vida. Como seres sociales que somos en realidad dependemos de los otros. No como si no pudiéramos con nada en la vida, no me mal entiendan, sino como un apoyo aunque sea psicológico.

No se imaginan la cantidad de veces que el simple hecho de quejarme con mis amigos de lo que me pasa me sirve para descargar mi mente y ver ocn mayor claridad. Recuerdo mucho hace casi un año que acabé mi última relación. Yo estaba muy desconcertada porque terminó de manera abrupta (yo la terminé) después de que él me ghosteara. Gracias a mit iempo en terapia pude decir “no merezco esto” y salirme de lo que iba derechito a repetir patrones de relaciones anteriores. Pero lo que más recuerdo es que le mandé varios mensajes de voz a varias amigas, llorando. No sabía si estaba más triste o enojada. Lo que sabía era que me sentía muy dolida. Y acababa mis audios con un “perdón por el mensaje largo” y “perdón por llorar”. TODAS me contestaron que no tenía por qué disculparme.

Expresar mis sentimientos y saber que no por ello me ven como menos es algo que me costó mucho trabajo y que sé que en esta sociedad no siempre se puede. Pero es muy liberador.  Rodearme de amigos que me entienden y que me quieren con todo y mis defectos, eso ha sido clave para generar la aldea en la que me gusta vivir. Eso y sanar relaciones con mi familia, claro.

La crianza no es individual, es colectiva

Si bien mi tribu me respalda y me han echado la mano de mil formas, nunca dejan de sorprenderme. La primera gran sorpresa es cuando veo que mis lazos emocionales siguen creciendo. Es increíble cómo no tenemos un límite en realidad: abrirnos y confiar desarrolla una habilidad para ser más émpatico y entonces, confiar más.

Este año se han añadido más personas a esa aldea, que me escuchan, me respaldan y me dan su opinión ante diferentes cosas. Gente con quienes trabajo, por ejemplo, me han echado la mano sin que yo lo pidiera. Y han puesto su granito de arena para que G siga creciendo como un muchacho feliz.

La otra gran sorpresa es cuando yo no sé para dónde hacerme, con cosas con las que no puedo conectar tan fácilmente (por ejemplo, visión masculina de la vida) y hay alguien dispuesto a ayudarme para darle una guía a G. Recién nos pasó que hubo un evento y le conté a mi amiga Ave al respecto. Ella lo comentó con su marido quien se ofreció a platicar con G. No vi venir eso, pero lo agradecí profundamente.

Poder contar con un colectivo que me ayude a enriquecer las experiencias y los puntos de vista de mi hijo es uno de los mayores cobijos que puedo tener en esta vida. Llevo años, añísimos como madre soltera, pero no estoy sola. Eso le contaba a un amigo del trabajo hace poco.

Y es que desde que acepté que no me hace débil tomar la ayuda que me ofrecen, las cosas han fluido mejor. Aceptar que nos ayuden nos hace más fuertes, nos da más apoyo y, créanme, mucha más tranquilidad.

Y no significa jamás repagar favores. Creo que los que me conocen saben que yo estoy al pie del cañón para ellos en el momento que se necesite. La retribución no es forzosamente económica o física, sino también emotiva y moral. Eso nos enriquece. Si una cosa quiero que aprenda mi hijo en esta vida es esa: armarse de una aldea que lo cuide y lo respalde. Saber que puede contar con alguien siempre. Crear lazos que nos vuelvan más humanos. Porque poder ser vulnerable con los demás nos fortalece a todos.