Viernes, 30 de abril, 2021.
Mi día ha fluido medio atropellado. Desde las 2 de la tarde he estado en juntas sin parar ni siquiera para comer. No es sino hasta pasadas las 6:00 p.m. que puedo detenerme para agarrar bocado, antes de mi taller de las 7:00 p.m. En esa pausa me llega un mensaje de H.
“Acabo de agregar varias canciones divertidas a nuestro playlist, pueden ayudarte a relajarte”
Sonrío al leerlo y corro a Spotify a revisar nuestro playlist que ya contiene casi 300 canciones y dura al menos 20 horas. Pongo la música y me relajo. Topo con una de las versiones de “Over the rainbow” que más me gustan en la vida y mensajeo a H para decirle que amo esa versión y contarle lo que me hace sentir la música.
Nuestra relación se ha ido construyendo así: con mucha música, una plática constante sobre lo que nos pasa, lo que nos gusta y particularmente, sobre lo que sentimos. Creo que desde hace meses no hay día en que no me sorprenda algún detalle, si gustan ínfimo, que H tiene conmigo.
“Descansa, por fa, ha sido un día súper brutal”, me dice cuando le aviso que mi taller ya terminó y sólo puedo pensar en lo afortunada que soy de estar con alguien que me procura así. Mis amigos (los del trabajo y los de toda la vida) ya deben alucinarme un poco, porque les comparto con frecuencia ese asombro. Quizá lo que nadie dimensiona es que la raíz de todo mi asombro es la enorme y hermosa capacidad que aún tengo de querer a alguien de forma tan profunda y entrañable.
H, por si no lo han adivinado, es mi novio.
Nos conocimos en medio del fin del mundo. Y si las circunstancias no bastan para estar asombrada por estar loca por él, entonces la inconmensurable profundidad de los sentimientos que me despierta debería.
Esta bella capacidad de amar(se)
Suena a cliché desgastado decir nunca me había sentido así, como salido de una canción de amor pop, pero no lo es por el simple y llano hecho de que jamás me había sentido tan cómoda conmigo misma. Mi historial de parejas no había sido el mejor, pero pienso mucho en esa frase de la película “The perks of being a wallflower”: aceptamos el amor que creemos merecer. Y cuando una tiene la autoestima a la altura de bajo alfombra, cualquier migaja es suficiente.
No sé en qué momento al fin empecé a creerme lo que amigos y familia me decían: vales muchísimo, Nerea. La terapia psicológica también me ayudó a darme cuenta de que contar mis fortalezas y notar mi resiliencia no era soberbia sino simplemente visibilizarme a mí misma.
En mi narrativa personal he buscado no retratarme como víctima, sino como superviviente. Relaciones de abuso en todos los niveles, ser madre soltera en un país machista y jodido como la fregada y aún así poder mantenernos a G y a mí son logros que no uso como pretexto para tratar mal al mundo, sino como recordatorios de que debemos ser bondadosos con los demás. Sería mucho más fácil ser una porquería de persona y justificarme diciendo que he tenido una vida muy difícil. ¿Qué ejemplo sería ese para mi hijo? Además, eso habría alejado a todos de mí y mucho de lo que he construido se basa en no estar sola: me acompaña mi tribu con la que estoy eternamente agradecida.
Creo que fue ahí. En el momento en que aprendí que el amor tiene muchas caras y no sólo la de pareja y noté el enorme amor que me rodea todos los días cuando empecé a verme como me ven los demás. Me gusté y hasta me enamoré de mí misma (no en un sentido narcisista, claro). Lo irónico es que en ese instante pensé que no tendría pareja o que sería muy complicado que alguien quisiera aventarse a ser mi pareja (¡ay, ese lenguaje! “aventarse” como si fuera un peligro, un riesgo, una locura quererme).
Mis ritmos, mi vida, el disfrute de mi soledad, la cantidad de proyectos que traigo encima: todo eso, como vestigios de discursos del pasado, lo veía como grandes fortalezas y al mismo tiempo, grandes motivos para ahuyentar a cualquiera porque ¿quién iba a querer a una mujer independiente, inquieta y creativa? Soy la mujer a la que le han propuesto matrimonio como forma de silenciarla y aquietarla, por ejemplo. Soy a la que intentaron romper porque sus proyectos eran demasiado y sería mejor que esa inquietud la canalizara a proyectos ajenos “si de verdad te importa la relación”.
Pero me amaba y amaba mi vida, mis amigos, mi familia, lo que había construido. Me sentía feliz con todo lo logrado y si no estaba en los hados el amor de pareja y sólo iba a tener el amor filial y platónico, so be it. No me podía quejar.
Las conexiones inesperadas
Un día platiqué con un amigo sobre que me veía sola a partir de mis 40’s, pues G cumplirá mayoría de edad en ese periodo de mi vida y lo he criado para la libertad. Mi hijo tiene planes mas grandes que los míos y desde ya está construyendo muchas cosas, entonces sí lo veo alcanzando ciertos niveles de independencia muy pronto.
No lo decía con pesadumbre o nostalgia por algo que aún no ha ocurrido, lo dije con la seguridad de la aceptación que me da el gustarme tal como soy y con todo lo que hago. Pienso en mi mamá, con su casa, sus tiempos, su vida propia ahora sin mi papá. Y lo veo como algo padre: saber estar con una misma.
Mi amigo en cambio, creo que lo vio como algo triste. Me preguntó si estaba bien si me presentaba a alguien. Se me hizo una propuesta curiosa dado que el mundo se estaba cayendo a pedazos. Pero acepté. Lo que no esperaba era que fuera una presentación tan inmediata: un grupo de Whats, un mensaje de mi amigo haciendo las presentaciones y luego saliendo del grupo, dejándonos a H y a mí varados ahí.
Podría haber sido raro, incómodo, un chat silenciado por el ghosteo propio de no saber cómo interactuar. Sin embargo, la plática fluyó con una facilidad asombrosa. Y no se detuvo, ni ese día, ni los que siguieron. Fuimos encontrando varios puntos en común. Desde el inicio, me desbordé con todos los colores y los niveles de intensidad que habitan en mi ser de bruja morada. En mi cabeza, más que prospecto de pareja, H era una posibilidad de nueva amistad. Quizá por eso fui tan desfachatadamente yo al platicar con él.
Empezamos a hallar puntos en común: gustos musicales amplios (aunque los horizontes musicales de H son mil veces más amplios que los míos), jugar rol, leer fantasía. Un día de noviembre le propuse vernos en persona. Ya nos habíamos visto en videollamada porque empezamos a jugar rol (y su voz me fascinó desde la primera vez que la escuché). Él aceptó y nos vimos para cenar en su casa. Fue tan sencillo platicar con él y sentirme cómoda, que me sorprendió que no me espantara. Mi reacción pavloviana ante el sentirme vulnerable es la de correr. Pero mis ganas de conocerlo más le ganaron al miedo.
Volvemos al nunca me había sentido así: H no me causaba ansiedad, no sentía la necesidad imperativa de ocultar partes de mi forma de ser para evitar espantarlo. Y fue, felizmente, mutuo. Le presenté a lo largo de los meses mis sentimientos tal cual eran. Incluso cuando la vocecita mala onda (¿pensaban que no iba a hacer acto de presencia?) trató de tumbarme diciendo que era demasiado encimosa al buscar verlo con frecuencia, se lo dije directamente. No me tildó de loca. Por el contrario, tras meses de charlar e irnos conociendo, me dijo “Qué bueno que sé a cuáles de tus amigos llamar para que de un chanclazo acallen esa voz”.
En algún punto de febrero le dije que me gustaba. No estaba segura dónde estaba parada porque él es serio e introvertido. Felizmente estábamos en la misma página, pues yo también le gustaba.
El hecho de ser tan abierta con él ha traído muchas cosas bonitas a mi vida. Me conoce bien y puede llenar los espacios en blanco en nuestras conversaciones. Entiende mis ritmos de trabajo, de acelere con mis proyectos y si bien no trata de frenarme, me recuerda la necesidad de descansar y cuidarme. Con todo mi desorden hormonal y el primer mes de tratamiento tuvo mucha paciencia (y me recordó al mismo tiempo ser paciente con mi cuerpo). Yo también he ido conociendo qué cosas le emocionan y lo mueven. Contemplo con fascinación cada que me platica de sus pasiones y disfruto que me haga cómplice de sus planes.
Hemos conectado desde la honestidad y el cariño se dio de una forma muy natural. Estoy contenta. No, en realidad estoy eufórica. Siempre nos dicen que la comunicación es la parte más importante de una relación, pero apenas lo estoy viviendo. Qué bonito haber llegado a este punto de la vida. Qué maravilla la emoción que me provoca armar planes con él y pensar que al fin nos encontramos.
Se me desborda lo cursi y no me importa. Mi Instagram se ha llenado de fotos que son viñetas de la construcción de esta relación: cartas selladas con lacre, comida preparada con cariño, granjearme el afecto de Spike.
¿Lo mejor? No he sentido esta necesidad de gritar a los cuatro vientos que estoy en una relación, como en busca de la validación del resto del mundo para algo que es íntimo y personal. No creo que sea necesario que el mundo digital lo sepa todo: mi tribu ha presenciado paso a paso el cómo me fui enamorando y eso me basta. Ha sido un lazo creado en la intimidad de lo cotidiano, convirtiendo el día a día en algo extraordinario. Disfruto mucho del asombro de los detalles sencillos y todo lo que él y yo hemos armado entre nosotros, en la privacidad de nuestra burbuja.
Entonces, ¿por qué escribes esto, Nerea?
Porque quiero poder regresar a las emociones del inicio más adelante. No soy tan ingenua como para pensar que la euforia será eterna. Sin embargo, la aprovecho para dejar huella de su existencia. Me narro para entenderme y conocer mi propia historia. Esto es un pedazo muy importante de lo que estoy construyendo actualmente y de quien soy.