Si siguieras en este plano, hoy cumplirías 60 años. Eso implica que hoy es uno de los dos días del año que más me parten. Muchos dicen que trate de resignificar las fechas, o que no lo piense, o que suelte las cosas. Me parece que en general quienes lo dicen, no han perdido a alguien cercano. Además, cada quién lidia con sus duelos de formas distintas.
Algo por lo que siempre voy a estar agradecida es porque pudimos limar asperezas antes de tu partida. Sin rencores. Sin todas esas cosas tan dañinas entre nosotros. Dejé de pensar que me odiabas y dejé de sentirme culpable (a medias). Como buen ser humano, a veces me entra la culpa de “perdimos mucho tiempo con tonterías”. Tanto que pudimos aprovechar. Tanto que pudimos haber platicado.
Creo que tú sí te arrepentiste de cosas ¿no? Fuiste un padre distante al inicio. Muchas veces pensé, tontamente, que era yo la que provocaba la distancia. Que por algo no me podías amar. Pero en realidad, eras frío. Era tu forma de ser. Eso jamás implicó, ni por un momento, que no nos amaras.
Y lo empezaste a demostrar. Es con eso con lo que prefiero quedarme. Los mensajes de “Buenos días, hijetas. Las amo” cada mañana en el chat familiar. Y antes que eso, los días en que ibas a dar clases a La Salle y me dabas aventón. Aprovechábamos para platicar y me quedaba en la esquina para tomar el metrobús e irme a dar clase a la Escuela Escandón. Platicar de libros siempre nos sirvió. Mucho antes de eso, ahora lo recuerdo, veíamos juntos las noticias. Cuando yo estudiaba periodismo y empezó el programa aquel de Víctor Trujillo (cuando no salía como Brozo) y criticaba lo que pasaba con Fox. Comentábamos cosas de política. Veíamos jugar a los vaqueros de Dallas (aunque después decidieras olvidar eso y te diera por decirme que no dijera que me gustaba el americano, si no me gustaban los deportes, eso jamás entendí por qué fue). ¡Ir al cine a ver las premieres de Harry Potter con Llamas! La complicidad de la lectura conjunta, el querer saber en qué parte del libro iba el otro para poder comentarlo. Mi ánimo lector incansable vino de ti, eso me queda claro. Fuiste tú quien me dijo que leyera La isla del tesoro cuando acabé de leer Robinson Crusoe a los 8 años.
Te llevo conmigo a donde voy. No sólo físicamente, en mi apariencia (porque no puedo negar que soy hija tuya), sino en mi recuerdo. Cuando más te extraño, saco los libros que me regalaste. Buenos días, tristeza de Françoise Sagan un buen día porque sí. Cartas a un joven novelista de Mario Vargas Llosa, un 10 de mayo.
Ese último me sorprendió mucho. De entrada, no solías darme cosas por el 10 de mayo (creo que te seguía pesando un poquito que hubiera sido mamá a mis 21). Y la dedicatoria. Esa dedicatoria me hace llorar de la emoción aún: creías en mi capacidad narrativa, en mis historias.
No siempre estuvimos de acuerdo. Creo que muchas veces pensaste que yo era la hija descocada, la que prefería apostar por locuras en vez de ir a lo seguro. Y de ahí venían muchos miedos (tuyos) por mis decisiones. Pero al final aceptaste que iba a hacer mi camino (y no voy tan mal).
Te extraño. Cuando te encuentro en mis sueños, te platico todo lo que ha pasado. Muchas veces me pregunto qué me dirías, pero eso sí, ya no me pregunto si estarás orgulloso de mí. Eso ya no me causa conflicto. Donse sea que estés, confío en que estás bien. Nosotros lo estamos. Tenemos tus ejemplos (buenos y malos) y tus enseñanzas. Gracias por todo, papi. Hasta que nos encontremos de nuevo.