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En estos días he estado leyendo cosas en las redes sociales que me causan conflicto, un conflicto más añejo que yo (seguro), pero no puedo evitar sentir una leve rabieta anidar en mi pecho.

Se ha convocado a una marcha, teóricamente en nombre de la familia, en contra de… ya no sé de qué tanto. Pareciera que es para borrar de un golpe los derechos que trabajosamente se ha otorgado a la comunidad LGBT. Pero con todos los comentarios que he visto surgir, más bien pareciera que nos quieren aventar de un golpe al medioevo.

He visto gente que clama que la familia nuclear son papá-mamá-hijos, cualquier otro tipo de congregación social que comparta techo (y posiblemente lazo sanguíneo) queda invalidada.

¿Cómo por qué? Porque ellos (los que están detrás de esas imágenes, de la idea de la marcha, del odio) lo dicen.

Con esas ideas, acaban de mandar al olvido a mi pequeña familia. En mi casa vivíamos, hasta hace un año, mi papá, mi mamá, mi hermana, mi hijo y yo. Ah, sí, y Romi, la perrita. Después mi papá falleció, mi hermana se fue con mi prima y quedamos mi peque, mi ma, dos perros medio critters y yo en la casa. Según las declaraciones que rondan las redes como soporte para marchar en pro de la familia, nosotros aún con mi papá, no calificábamos como una familia.

Como madre soltera ya me he enfrentado en infinidad de ocasiones a la idea de que sin hombre no sólo estoy sola, sino incompleta. Creo que la peor fue cuando una de las mamás de los compañeros de mi hijo en la escuela me dijo “Debe ser horrible ¿no? Ser mamá de un hijo varón y no tener un hombre a tu lado que le enseñe a ser… hombre verdadero”.

No sé por qué la gente piensa que yo sola no puedo criar a un ser humano decente (y ojo, sola a medias, porque cuento con el apoyo de mi familia… y sí, ahorita en mi familia inmediata somos básicamente mujeres). Es como pensar que una pareja que opta por no (o no puede) tener hijos deja de ser familia automáticamente.

Me entristece también que esos argumentos, que deshumanizan, estén peleando por retroceder en el tiempo.

Yo tengo varios amigos de la comunidad LGBT y me indigna que los hagan menos por su preferencia sexual. Y antes de que alguien respingue: entre mis amigas hay lesbianas y bisexuales [digo, antes de que me salgan con el “como te llevas con hombres homosexuales por eso no te importa, porque si fueran mujeres tratando de ligarte te espantarías”] ello no me impide quererlas. Ah, claro, y tampoco significa que me tiren la onda (hombres hetero: en serio a toda mujer le tiran la onda no más porque le gustan los hombres, aunque no sea de su gusto? ¿no? Así igualito los gay tienen sus gustos y no le tiran a todo, no jodan).

Comentaba con mi mamá que por fortuna en mis redes sociales, cada que comparten esas imágenes de la marcha es con indignación: no he topado con nadie a favor de la idea. Pero eso no implica que no existe gente a favor de la marcha, del ir para atrás, del odio. Las cosas no son negro o blanco. Por eso necesitamos tolerancia. ¿Cuánta gente allá afuera es tan intolerante o tiene tanto miedo de lo que no conoce que está a favor de estas ideas?

Me aterra porque son esos discursos los que estamos viendo crecer poco a poco con la (mala) retórica de Trump: eso que no entienden, que ven como amenaza, ha de eliminarse.

En un mundo distópico donde la gente a favor de la marcha por la familia gana la guerra que se desata, mi hijo y yo tenemos que huir para evitar que nos encierren: a él para reprogramarlo mentalmente para que sepa que fue huérfano y que es su deber conseguir una buena mujer para tener hijos con ella y formar una familia, y a mí para dejarme en un calabozo por insurrecta al pugnar por decir que sí soy una familia monoparental.

No es tan distópico ¿saben? Para el gobierno de la Ciudad de México no soy madre soltera, porque a pesar de que el papá de G no existe en el panorama desde hace más de 8 años, firmó el acta de nacimiento: con eso queda claro que no estoy sola. Que en la práctica no haya figura paterna para mi peque los tiene sin cuidado. El mundo está más de cabeza de lo que pensábamos.

Por favor, gentecilla, no fomenten el odio. Dense cuenta de que existen muchos tipos de familia, tantos como personas. ¿Cuándo haremos caso del “Vive y deja vivir”?

Cierro con las palabras de mi querida Raquel Castro (publicadas en su Facebook con la imagen que puso inicialmente Alberto Chimal):

Cuando era niña, mi familia era así: papá, mamá, abuela, hermanito, Tina y yo. Tina me cuidaba y no era mi parienta, pero vivía en casa y yo la quería un montonal. Y ella a mí.
Luego, durante un tiempo, la familia fuimos papá, mamá, abuela, hermanito, tíoCarlos, primaTatiz, Bolín y yo. Bolín era nuestro perro. Todos lo adorábamos.
Luego murió mi mamá y nos fuimos a vivir a otro lado mi papá, mi hermano y yo. Y esa fue mi familia. Chiquita y a veces adolorida por las pérdidas (y porque más de dos se empeñaban en que si éramos nomás nosotros tres no éramos familia), a veces ampliada por la presencia temporal de alguna amiga o parienta que se iba a vivir un tiempo con nosotros.
Después mi papá se casó. Y fuimos mi papá, Mary, mi hermano y yo. Y Cuca y Beakman, nuestros gatos.
Entonces me casé yo y me fui a vivir a otro lado. Mi familia fue Alberto, el gato Primo y yo. Y luego se añadió al gato Morris. Así es actualmente y seguirá siendo mientras no se añada algún otro gato, porque Alberto y yo tomamos, hace más de diez años, la decisión de no tener hijos; y no hemos cambiado de opinión.
Claro, mi papá, Mary, mi hermano (que vive en el gringo), mi abuela y mi madre (que murieron), muchos primos y tíos y amistades siguen siendo mi familia del corazón; pero a lo que voy es que la familia nuclear, esa con la que comparte uno el techo y el día-a-día, puede ser muy diferente de una casa a otra e incluso cambiar mucho de una época a otra de la misma persona.
Y nadie tiene derecho a venir a decir que tu familia no es una familia si no se parece a otra. (Una cosa es defender nuestros derechos y otra querer negarle sus derechos a otros. Eso último no se vale).

 

Muchas cosas en esta vida pasan sin que lo planeemos. Otras, se acomodan como menos lo esperamos. Desde el año pasado, con el equipo de la revista Kya! he estado trabajando un Círculo de Lectura a distancia. Generar una plataforma para una comunidad lectora que comparta virtualmente la experiencia de leer un libro, guiados por el autor del mismo. Por distintos motivos, es un proyecto que no ha arrancado todavía.

Curiosamente, ayer en Facebook uno de mis contactos publicó que si alguien se interesaba en entrarle a un intercambio de libros. Me animé a decirle que yo y me explicó un sistema que suena a pirámide y que tiene muchos asegunes para mi gusto. Si son lectores, quizá ya hayan topado con ello en sus redes sociales: se convoca a 6 personas a enviar un libro a una persona por correspondencia y luego invitar a otras 6 a que hagan lo mismo, para que envíen libros a la persona que te invitó a ti en primer lugar. Problemas:

  1. Hay que dar tu dirección para que los contactos de tus contactos te manden un libro.
  2. No hay garantía de que te envíen libros, aún cuando tú cumplas con tu parte de enviarle a un desconocido un libro
  3. Piden en general que compres el libro a mandar y, bueno, la economía no está como para andar regalando a extraños.

Decidí de entrada intentar replicar, con unos ajustes el chiste, como enviar yo a mis contactos un libro de agradecimiento por entrarle a esta cadena. Sin embargo me enfrenté a varias cosas al mismo tiempo: mis contactos gustan de leer, y cuando pedí 6 voluntarios ¡se apuntaron más de 25! Luego ¿cómo les iba asegurar que sí iban a recibir libros? Y si bien yo confío en ellos, ya es mucho acto de fe dar mi dirección para que sus contactos me manden a mí libros.

Así que mejor cambié la dinámica por completo.

A todos los que me dijeron que le entraban les puse las mismas reglas:

  1. Deben mandarme su dirección por mensaje individual. Yo seré la única que maneje todas las direcciones, con eso les aseguro a mis contactos que no estoy generando una base de datos que venderé para que luego los acose quién sabe quién.
  2. Cada uno de los participantes debe pensar en un libro a compartir. Nuevo o usado, no importa. Y poner dentro de las primeras páginas una nota de por qué decidieron que era el libro a compartir.
  3. A cada participante yo le mando nombre y dirección de la persona a la que le mandarán el libro.
  4. Cada participante debe sacar foto del libro que mandará y etiquetarme en Facebook para saber que ya lo mandaron.
  5. Cada participante debe sacar foto del libro que recibió y etiquetarme para saber que sí recibieron algo.
  6. Si al acabar de leerlo quieren compartir con alguien más, me avisan y yo les paso otra dirección.

Aquí no hay un periodo de tiempo específico. Y dependiendo de los tiempos de cada quién se mandará/recibirá más de un libro. Es un experimento. Compartir gustos literarios. No suena a mala idea. Claro, mis hermanas me decían que debería poner un rango de páginas, para que no le manden un tabique de Ken Follet a una persona y otro reciba un libro álbum nada más (¿qué tal que el que recibe el libro de Follet no tiene tiempo y el del libro álbum tiene todo el tiempo del mundo?). También hay que ver cómo hacerle para que no vaya a ser la mala pata de mandar un libro que ya hayan leído antes.

Como sea, me aviento el rollo de organizar esto, esperando sea el primero de muchos intercambios literarios por correspondencia. Crear redes, fomentar la lectura. A ver qué pasa.