Está sentada en el borde de la cama, a la distancia justa entre el deseo y la indecisión. Debe comportarse, lo sabe. Él también lo sabe, pero eso no evita que haga alusiones desde hace rato a la gran y tangible tensión sexual entre ellos. Amigos con derechos en una vida pasada. A veces más amigos, a veces más derechos. ¡Dios! El sexo era tan bueno que cómo evitar pensar en ello. Intercambian un par de preguntas sencillas, ¿qué ha sido de tu vida? ¿Cómo están tus hijos? ¿Qué has hecho?
Y ella ya no se contiene y suelta la pregunta que él no quería oír. “¿Por qué estás aquí?” Él sonríe, aunque se siente incómodo. ¿Por qué? “Porque eres mi amiga”. “Sí, eso lo sé, pero quedamos en algo”. Una promesa hecha a medias. Ya no buscarse, dejar de jugar a las escondidillas. Mas una promesa que en este momento rompen. “Quedamos en algo”, susurra de nueva cuenta ella mientras se acerca a él y recarga la cabeza en su hombro. Él le besa los brazos, huele su cabello, cierra los ojos y suspira. Ella planta su boca cerca de la mejilla de él. Ha estado hablando en voz baja, suave, cierta nota de seducción bailando entre sus labios. Él ya no aguanta. Conoce el juego, sabe que es lo que ella busca, tentarlo, y ya no quiere aguantar. Cede. Voltea a verla a los ojos y la besa. La cama sobre la que están que momentos antes lucía enorme, una distancia insorteable, se achica en el momento en que él la pone sobre su regazo. Labios unidos, ojos cerrados, las manos de él aferradas a la larga cabellera de ella. Se separan por un momento. Ella, sentada sobre sus piernas, le queda un poco alta, pero él aprovecha, hunde el rostro entre sus senos y se pierde en el recuerdo de los paseos anteriores, constantes, revitalizantes, paseos por los senderos de la piel tersa de ella. Se decide a abrir la blusa, besar los senos, saborear los pezones. Mete la mano para sentir el calor de la espalda. La tiende sobre la cama, se pone sobre ella.
—¿Qué debo creer? ¿Que me quieres o que no me quieres?—pregunta ella.
—Lo que te lastime menos-—contesta entre beso y caricia.
—¿Qué estamos haciendo?
—Depende lo que quieres de mí en este momento.
—Sabes lo que quiero: que me hagas tuya. Sabes lo que debemos hacer, detenernos.
Amigos a veces, con derechos todo el tiempo. La pasión desbordada era su guía en el pasado, hasta que la razón venció, tal vez motivada por la culpa, de ahí vino la separación. La nostalgia, tal vez los celos, la vida sin rumbo fijo de cada uno los reunía de nueva cuenta. Dos caminos: recordar ese maravilloso sexo y caer una vez más en ese juego pasional que tan bien conocían, que tanto disfrutaban, o mantenerse firme. “Quedamos en algo: no me busques que yo no te buscaré”. Ella lo sabe, lo piensa por un segundo y cede al mismo tiempo que sus pantalones. Los motivos para mantener la distancia se alejan al mismo tiempo que caen el cinturón de él y la blusa de ella.
Ella lleva las riendas, lo sabe, y se aprovecha. Ella lo incitó, ella lo provocó. Se deja enredar con suavidad en el cuerpo desnudo de él. Sonríe ante la cara de éxtasis de él. Lo incita a venirse. Caen, uno al lado del otro. Él bañado en sudor, ella, en satisfacción. Mientras se visten él pregunta “¿Qué vamos a hacer ahora?”, cierta emoción, cierta ilusión. Ella abre la puerta del cuarto y lo invita a salir. “No te preocupes, ya yo te llamaré”. Cierra la puerta. Él no lo sabe, pero ella ya decidió. Mañana se muda de ciudad. Ahora sí, va en serio, éste es el adiós.

Nerea. 1º de enero, 2009.
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